Chocolat
«La panadería se abrió
ayer. Pero no es una panadería. Cuando me desperté ayer, a las seis de la
mañana, ya habían retirado la tela de protección que la cubría, estaban
colocados el toldo y los postigos y levantada la persiana arrollable del
escaparate. Lo que antes era un caserón corriente y más bien destartalado, como
tantos otros de por aquí, se había convertido en una especie de tarta roja y
dorada que se recortaba sobre el deslumbrante fondo blanco. En los maceteros de
las ventanas hay rutilantes geranios rojos y en torno a las barandillas se
retuercen guirnaldas de papel crespón. Y coronándolo todo, un letrero de madera
de roble en el que aparece el nombre de la tienda trazado con letra inglesa: La
Céleste Praline. Chocolaterie Artisanale»
En el pequeño (y
conservador) pueblo francés de Lansquenet-sur-Tannes soplan vientos de cambio
que arrastran consigo un seductor aroma capaz de evocar tierras lejanas y
exóticas. La dulce fragancia recorre las calles, penetrando en los humildes hogares
de sus vecinos quienes, incapaces de resistirse, buscan el origen hasta
encontrarse frente al escaparate de la chocolatería recientemente inaugurada. Un
negocio atípico dentro de aquella comunidad, acostumbrada a la privación y,
sobre todo, al castigo. La propietaria advierte la presencia. Su sonrisa es una
invitación que no necesita ser pronunciada para vencer la reticencia inicial y
entrar. Al cruzar el umbral son recibidos con una taza de chocolate caliente
que consigue hacer desparecer el frio del cuerpo, así como un inmenso vacío del
alma que desconocían hasta que Vianne Rocher nos ofreció aquel refugio
elaborado con cacao.
«Chocolat» es una
fábula gastronómica sobre la felicidad a través de los pequeños detalles, una
oda al amargo fruto que endulza nuestras vidas, proporcionándonos un placer tan
intenso como efímero. Joanne Harris nos ofrece una novela deliciosa, los
sutiles matices de su prosa estimulan los sentidos del lector, tal y como
ocurría en «El perfume» (Patrick Süskind), para obsequiarlo con una
lectura irresistible. Un libro que no puede devorarse a grandes bocados, sino
saboreado lentamente, dejando que las palabras evoquen texturas, olores y
sabores hasta conseguir el éxtasis literario.
«La mezcla de perfumes
del chocolate, la vainilla, el cobre caliente y el cinamomo provoca mareo, está
cargada de sugestiones, transmite ese deje duro y terrenal de las Américas, el
aroma caliente y resinoso del bosque tropical. A través de él viajo ahora, como
hicieran en otros tiempos los aztecas con sus inquietantes rituales: México,
Venezuela, Colombia. La corte de Moctezuma. Cortés y Colón. El alimento de los
dioses, burbujeante y espumoso, servido en tazones ceremoniales. El amargo
elixir de la vida»
La autora evoca la magia tras
los gestos más sencillos y, aparentemente, fútiles, así como el efecto que son
capaces de obrar en las personas. Una caricia, un bombón, una palabra amable, un
trozo de tarta de chocolate, una sonrisa, una humeante taza de cacao, un poema…
Por esta razón Francis Reynaud, párroco de Lansquenet, rechaza la presencia de
Vianne Rocher y su negocio.
El cristianismo asocia el
origen del pecado con la comida. En aquella ocasión, la tentación procedió de
una simple manzana, ahora Reynaud debe enfrentarse a un alimento empleado
antiguamente en ceremonias paganas para adorar a falsos dioses. La gula
convertida en un culto en el que, poco a poco, sucumben sus feligreses.
Precisamente, «Chocolat»
denuncia la intolerancia social. Los sermones dominicales del padre Reynaud
transmiten a la comunidad un mensaje la obligación de mantener las buenas
costumbres que siempre la han regido para preservarla ante amenazas externas, como
los gitanos. Es entonces cuando comprendemos que la rivalidad establecida entre
ambos es consecuencia de los celos del primero hacia la segunda, porque la
apatía, incluso el desprecio, hacia sus parroquianos explica la desazón ante
los cambios que se están produciendo desde la llegada de Rocher. Obsérvese el
rechazo hacia Serget Mustac, quien maltrata constantemente a su esposa,
Josephine, pero él consiente (y justifica) amparándose en el sacramento del
matrimonio. O la negativa de aceptar que los animales tengan alma, cuando sabe
que le proporcionaría un consuelo a Guillaume Bierot tras conocer la
enfermedad incurable de su mascota. Por el contrario, Vianne
Rocher no realiza juicios de valor y permite la entrada en su particular
santuario a todo el mundo, sabiendo que necesita cada persona solo con
observarla y proporcionándoselo envuelto en brillante celofán y vistosos lazos
de colores.
De hecho, incluso se permite el lujo de realizarle pequeñas bromas
al obsequiarlos con: «Una docena de mis mejores buitres de
Saint-Mâlo, pralinés pequeños y planos tan parecidos a ostras obstinadamente
cerradas»
Curiosamente, las
diferencias existentes entre ambos personajes se complementan. De ahí que la
narración en primera persona se intercale entre Francis Reynaud y Vianne Rocher
a fin de equilibrar el tono de la novela. Este contraste de las percepciones viabiliza
un tratamiento múltiple de la historia, sin incurrir en prejuicios y
conservando la objetividad durante todo el relato. Es cierto que experimentamos
un mayor aprecio por algunos personajes, aunque todos poseen una imperfección atractiva
que los convierte en personas reales y cercanas a cualquiera de nosotros.
A pesar de la sugestiva
presentación, Joanne Harris no consigue dar una conclusión satisfactoria para
algunos, incluso resultan decepcionantes. La autora evita cualquier
enfrentamiento, optando por un final edulcorado. Posteriormente escribiría «Zapatos
de caramelo» y «El perfume secreto del melocotón», resolviendo
muchas de las líneas argumentales que habían quedado aplazadas en esta novela. Es decir, si «Chocolat»
hubiese sido un libro con principio y final, quedaría la impresión de que
adolece de un desarrollo coherente, especialmente durante los últimos capítulos.
«Chocolat» es una
pequeña delicatesen literaria concebida
para disfrutarse durante toda su lectura de forma pausada para conseguir «un
placer que sólo dura un momento y que únicamente unos pocos pueden apreciar
plenamente». Es cierto que algunos detalles endulzan de forma innecesaria una
historia con un fondo amargo, Joanne Harris nos obsequia con una novela absolutamente
irresistible. Disfruta del postre.
Mª del Carmen Horcas López
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