Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo
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jueves, 17 de marzo de 2022

La competencia de comunicación, por Harmonie Botella






El conocimiento práctico, y no necesariamente explícito de las reglas sicológicas, culturales y sociales que rigen la utilización de la palabra en un marco social.

El termino: Competencia de Comunicación, enmarca las técnicas de organización e interpretación del discurso oral y escrito incluyendo las bases lingüísticas, sociológicas y sicológicas del discurso.

Van Dijk , en 1980, emplea la palabra de cognición social para todo lo relacionado con lo que podemos percibir, interpretar, memorizar, pero también para todas las normas y convenciones de tipo social. Todas nuestras intenciones lingüísticas dependen del contexto social. No obstante, la organización del discurso se elabora también alrededor de las reglas gramaticales y la intención estratégica del locutor. Todo nuestro discurso va ligado a la cultura. Todos los que pertenezcan a una cultura o comunidad compartimos la misma información y por lo tanto podemos comunicar. Según Hymes, cada comunidad o grupo social tiene una diversidad de roles y una especialización de los conocimientos ligados a estos roles. Siempre según Hymes, la Competencia de Comunicación conoce tácitamente la estructura de la lengua. No es un saber consciente sino implícito. Es gracias a este saber que es posible comprender y producir una infinidad de enunciados.


¿Cuáles son los diversos tipos de Competencia de Comunicación?
Primera tendencia: los que se interesan a la literatura y a la poesía han hablado de competencia poética ( lingüista ( M. Birwish) y competencia literaria ( Jonathan Culler), se habla igualmente de competencia retórica y para acabar de competencia narrativa para describir la capacidad de reconocer diversos tipos de relatos.

Segunda tendencia: se refiere al uso interpersonal del lenguaje. Elinor Ochs kernan habla de competencia de conversación, Cicourel utiliza la de competencia social, Canale y Swain competencia sociolingüística.

Tercera tendencia: Hudson, en 1980, platica sobre la incompetencia de comunicación para expresar las diferencias que ponen en juego una incapacidad.


El término “competencia de comunicación” es un término muy amplio ya que los locutores integran a la utilización del lenguaje, otros modos de comunicación como los gestos, la mímica, los gruñidos que reemplazan a menudo las palabras. La competencia de comunicación es también reflexión y dialogo con sí mismo, es decir interacción consigo mismo.

Veamos ahora el desarrollo de las principales componentes de la comunicación. Para ser operativo el mensaje requiere un contexto comprensible para el destinatario, un canal físico, y un contacto que permite establecer y mantener la comunicación.

El contexto es una pieza fundamental de la interpretación de mensaje y engloba la situación, el cotexto, la presunción pragmática. El primer elemento: la situación, o localización espacio-tiempo, está formada por una serie d indicios descriptivos dentro de los cuales subrayaremos el tiempo, la identidad de los interlocutores y la de los que los acompañan.

La situación, según Goffman, es un entorno y después una fachada personal. ¿Que consideramos como entorno? Según Christian Bailón y Xavier Mignot, nuestro territorio es una prolongación de nosotros mismos. Esta noción de territorio interpreta su propio papel en las relaciones humanas. Según Desmond Morris, existen tres tipos de territorios: tribal, familial, personal.

El territorio tribal está simbolizado por los estadios de football o de rugby, donde los adversarios defienden verbalmente o físicamente su imagen del grupo El territorio familial se caracteriza, por ejemplo, con el caso de una familla que deja el hogar. Vuelve a construir un nido temporal, desplegando a su alrededor sus efectos personales. El territorio personal o espacio vital es una necesidad absoluta para el ser humano. En caso de promiscuidad, el hombre intenta ignorar a los que le rodean con el fin de preservar su propio espacio.

La proxémica estudia las relaciones espaciales en el mundo de la comunicación. Hall, en 1966, redactó a este propósito una gramática del espacio: The Hidden Dimension, en la cual destaca varias distancias en las relaciones humanas.

La fachada es todo lo que se confunde con el actor, o personaje: morfología, vestimenta, forma de andar, posturas. Esta fachada personal se divide en dos grupos: La apariencia y las maneras. La apariencia releva del status social del actor y la manera del papel que el actor piensa interpretar en la situación.

La comunicación no verbal está incluida en esta fachada. Según un estudio de Oger Stefanint la fachada representa el setenta y cinco por ciento de la comunicación. Todos los signos son una fuente de datos: la forma de vestirse, la expresión de la cara, los gestos, las actitudes.

La kinésica es el sistema significativo de comunicación gestual que poseen todas las culturas. Los cambios de postura, los movimientos de la cabeza, de las espaldas, de las piernas demuestran nuestra pertenencia a un grupo. Los gestos sirven para definir los roles sociales: según Christian Bailón y Xavier Mignot, los que se mueven con soltura y hacen movimientos amplios poseen la autoridad, los que se mueven con rigidez demuestran una falta de autoestima o son tímidos. Una espalda encorvada indica sumisión, una cabeza inclinada denota una persona con dificultades afectivas.

Ray Birdwistell hizo un estudio minucioso de la kinésica a través de una secuencia filmada de ocho segundos: El cigarrillo de Doris, donde los gestos, el lenguaje, el tacto, el olfato, el espacio y el tiempo representen varios sistemas de comunicación. Su análisis de la sociedad está basado sobre un concepto de la situación social, formada por las tres clases.

Comunicar es también mirar. Aceptar al otro es aceptar su mirada. En una reunión social, los subalternos tienden a mirar a las autoridades cuando estas últimas generalmente las ignoran. En una conversación normal, la gente suele mirarse durante el cincuenta o sesenta por ciento del mensaje. Los interlocutores se miran más tiempo cuando están enamorados o se odian.

¡Cuánta teoría se esconde detrás de unas simples palabras! Tengan cuidado, sus palabras, sus movimientos, su actitud pueden ser estudiados por los espías de la comunicación.


Harmonie Botella

jueves, 10 de marzo de 2022

Cómo llegué a la escritura, por Harmonie Botella

 

Estos días me pidieron que diera una charla sobre el proceso de la escritura. No me gusta sentar catedra y preferí hablar de los cimientos de la grafía, es decir la lectura.

Evoqué mis recuerdos de lectora precoz que me abrieron las puertas de los misterios, de las maravillas, de las aventuras.

A los cuatro o cinco años, aún no leía y los padres no contaban cuentos como ahora, descubrí asombrosas historias a través de los audiolibros. Se trataba de historias sorprendentes contadas en disco de vinillos e ilustrados en valiosos libros. Así descubrí a Blanca Nieves, Caperucita, Cenicientas, los 3 cerditos… y toda la fauna de los cuentos y tesoros infantiles.

Mundo fantástico que borraba la cruda realidad del frío, del cambio, de mi yo perdido en una urbe diferente.

En cuanto supe leer arrase con los libros de las mini bibliotecas que teníamos en cada clase e inventaba cuentos que leía a mis hermanos y compañeras de clase.

El colofón fue cuando mis padres alquilaron un apartamento en los Pirineos, apartamento que estaba en la primera planta del ayuntamiento.

En esta inmensa sala del consistorio, sólo una mesa, una silla y toneladas de libros que habían pertenecido a la escuela del pueblo.

Descubrí a Jules Vernes y sus mundos ficticios y a veces reales, a las hijas del Doctor Grant y la fauna y la flora pirenaica.

Esto fue el punto de partida de mi incursión en las letras. Deseo a través de la lectura de saber, descubrir nuevos horizontes, nuevas vidas, nuevas culturas.

Fui durante casi toda mi vida un ratoncito de bibliotecas leyendo, investigando bebiendo la cultura, la historia y la literatura como una persona que no podía nunca calmar la sed de conocimiento.

Y llego un momento en que quise ser emisora o creadora de contenidos porque tenía muchos temas que compartir con mi entorno: la belleza de la naturaleza, el amor, la amistad y la protesta femenina…

Y nació la magia a partir de ese momento de ser oída y escuchada en la radio a través de mis poemas.

Pasaron muchos años con la escritura semi arrinconada por mi actividad laboral. educar a mis hijas y escribir algún que otro artículo pedagógico, tesina o memoria.

Se me olvidó la creatividad en los cajones ciegos del cerebro. Y un día frente a la desesperación, a la amargura de la vida resurgió bajo la forma de las páginas de mi primer libro: Ojos que no ven.

El resto de la historia ya la conocen, está en los meandros de Google o en las estanterías de su casa.

jueves, 27 de octubre de 2016

Los orígenes del Halloween


Los orígenes del Halloween son cristianos, con una visión marcadamente estadounidense; es decir, ecléctica y fruto de múltiples fusiones culturales. Es cierto que los celtas de Irlanda y Bretaña celebraban un festival el 31 de octubre, al igual que hacían casi todos los últimos días de otros meses. Sin embargo, Halloween cae en el último día de octubre porque es la víspera de la fiesta católica en honor de todos los santos. Esta fiesta se solía celebrar el 13 de mayo, pero el papa Gregorio III, en el año 741, la cambió al primero de noviembre, día en que se dedicó la Capilla de todos los santos en San Pedro, en Roma. El siguiente siglo, el papa Gregorio IV mandó que la Fiesta de todos los santos se celebrara en todo el mundo cristiano, llegando así a Irlanda.


La noche anterior a la fiesta de todos los santos se celebraba una vigilia llamada en inglés ‘All Hallow’s Eve’, o Halloween: víspera de todos los santos. En esos días, Halloween no tenía un significado especial ni para los cristianos ni para los desaparecidos paganos celtas. En el año 998, San Odilón, abad del poderoso monasterio de Clûny en el sur de Francia, agregó una celebración el día 2 de noviembre. Era un día de oración para las almas de los fieles difuntos. Esta festividad llamada día de todas las almas, se expandió desde Francia al resto de Europa.


Así pues, la Iglesia tenía festividades para aquellos en el cielo y aquellos en el purgatorio. ¿Qué hay de aquellos en otro lugar? Al parecer los aldeanos católicos irlandeses se preocuparon por las desafortunadas almas en el infierno. Después de todo, si hacemos a un lado las almas del infierno cuando celebramos aquellas del cielo y del purgatorio, tal vez aquéllas sean tan infelices que nos puedan causar problemas. Así se volvió costumbre golpear cazos y sartenes la víspera de Todos los santos para que los condenados supieran que no habían sido olvidados. Así, por lo menos en Irlanda, todos los muertos fueron recordados aunque a los clérigos no les hacía demasiada gracia Halloween, y nunca instituyeron en el calendario eclesiástico un Día de todos los condenados.
 
Pero ésa no es aún nuestra celebración de Halloween. Nuestras tradiciones para esta festividad se centran en vestirse con disfraces rebuscados, lo cual no es en absoluto irlandés. Esta costumbre surgió más bien en Francia durante los siglos XIV y XV. El medievo tardío sufrió ataques repetidos de la peste bubónica o peste negra, llamada la “muerte negra”, que fue la causa de la muerte de la mitad de su población. No es de sorprender que los católicos tuvieran más interés en la otra vida. Se celebraban más misas de sufragio en el Día de todas las almas, y se diseñaron representaciones artísticas para recordar a todos nuestra mortalidad. Estas representaciones son las ‘danse macabreo’ (danzas macabras, o danza de la muerte), comúnmente pintada en las paredes de los cementerios, y que mostraba al diablo conduciendo una cadena de gentes: papas, reyes, damas, caballeros, monjes, campesinos, leprosos, etc., a su tumba. A veces esta danza se presentaba el propio Día de todos las almas, como un retablo viviente con personas vestidas con las ropas de los diferentes estados de la vida.


Pero los franceses se disfrazaban el Día de todas las almas, no en Halloween; y los irlandeses que tenían Halloween, no se disfrazaban. Cómo es que ambas celebraciones se mezclaron, probablemente ocurrió en las colonias británicas de Norteamérica durante el siglo XVIII, cuando los irlandeses y los franceses se comenzaron a casar entre sí. El enfoque irlandés en el infierno le dio a las mascaradas francesas un giro más macabro.


Pero como todo niño y joven sabe, disfrazarse no es la clave. La clave es obtener el botín más grande posible. Entonces, ¿de donde viene la frase ‘trick or treat’? (dulce o broma, truco o trato). Trick or treat es tal vez, la adición más peculiar y estadounidense al Halloween, y es una contribución inadvertida de los católicos ingleses.


Durante el periodo penal de 1500 a 1700 en Inglaterra, los católicos no tenían derechos legales. No podían desempeñar puestos públicos, y eran sujetos de multas, cárcel y pesados impuestos. Decir misa era una ofensa capital y cientos de sacerdotes fueron martirizados. Ocasionalmente, los católicos ingleses resistieron, a veces de formas nada sensatas. Uno de los actos más insensatos de resistencia fue el complot para hacer volar, usando pólvora, al rey protestante James I y a su parlamento. Se suponía que esto dispararía una insurgencia católica en contra de los opresores. El mal concebido complot de la pólvora fue sofocado el 5 de noviembre de 1605, cuando el hombre que cuidaba el polvorín, un descuidado converso llamado Guy Fawkes, fue capturado y arrestado. Fue colgado, y el complot se disolvió.


El 5 de noviembre, Día de Guy Fawkes, se convirtió en una gran celebración en Inglaterra, y así lo sigue siendo. Durante los periodos penales, bandas de celebrantes se ponían máscaras y visitaban a los católicos en mitad de la noche, demandando cerveza y pasteles para su celebración: ¡trick or treat!


El día de Guy Fawkes llegó a las colonias americanas con los primeros colonizadores ingleses. Pero para cuando llegó la Revolución norteamericana, el viejo rey James y Guy Fawkes habían sido olvidados. Sin embargo el trick or treat era demasiada diversión como para olvidarlo; así que, llegado el momento, se cambió al 31 de octubre, el día de la mascarada franco-irlandesa. En los nacientes Estados Unidos, trick or treat no se limitaba a los católicos.


La mezcla de varias tradiciones inmigrantes que conocemos como Halloween se había convertido en una tradición en los Estados Unidos para principios del siglo XIX. A la fecha, permanece desconocida en Europa, aún en los países en los que se originaron algunas de sus costumbres.


¿Qué hay de las brujas? Pues son una de las últimas adiciones. La industria de las tarjetas de felicitación las agregó a finales del siglo XIX. Halloween ya tenía ánimas, así que, ¿por qué no darle un lugar a las brujas en las tarjetas de felicitación? Las tarjetas de felicitación de Halloween no tuvieron éxito, (aunque ha habido un reciente resurgimiento en su popularidad), pero las brujas se quedaron.


Igualmente en el siglo XIX, folcloristas mal informados agregaron el jack-o-lantern (la linterna hecha con una calabaza ahuecada y tallada). Pensaban que Halloween era una fiesta de origen pagano, druídico. Las lámparas hechas con rábanos (no calabazas) habían sido parte de los antiguos festivales celtas de las cosechas, así que fueron trasladados a la celebración americana del Halloween.


Así pues, la próxima vez que alguien clame que Halloween es un truco cruel para atraer a sus niños a la adoración satánica, sugiero le contemos el verdadero origen de All Hallows’ Eve, y le invitemos a descubrir su verdadero significado cristiano, junto con las dos fiestas católicas mayores y más importantes que le siguen.



(Pincha sobre el nombre del autor y te dirigiremos a su muro en Facebook)



Fuentes: R.P. Augustine Thompson, O[rden]P[redicadores], ‘Catholic Digest’ (Octubre 1996).

miércoles, 1 de junio de 2016

La profesora de música

Esa tarde visitamos el teatro, se trataba esta vez de un concierto que, sospechaba, sería aburridísimo; mi profesora nos llevaba a muchas de las pequeñas actuaciones musicales que se organizaban allí. 

Siempre me aburría. A veces, incluso, era inquietante el sonido de algún instrumento que parecía chillar, y se tornaba insufrible a lo largo de la actuación. Entonces me impresionaba que la gente aplaudiera, era como si todos se pusieran de acuerdo. Esto solía ocurrir, a veces acudía al concierto algún insigne profesor de música, si le veían aplaudir casi todos lo hacían.

Llegué a pensar que les pagaban para hacer de reclamo. 

El resultado de estos pensamientos me pareció terrible. Sabía que existían personas carentes de criterio, pero no que fueran tantas. Durante la actuación me distraía rebuscando entre los palcos y observando a las personas; tal actividad me resultaba placentera. 

No sé por qué extraña razón, me agradaba acompañarla.

Esa tarde, en concreto, me impresionó el concierto. Me pareció buenísimo y me sentí bien, porque además había conseguido evadirme de mis problemas. Era muy joven y estaba enamorada. Me mortificaba no poder verle a menudo. Nadie se percataba de mi sufrimiento, todos creían que era cosa de niños. 

Me sorprendí de aquella magnificencia. 

El cantante, dirigiéndose al público, se despidió de los escenarios. Aquella había sido su última actuación y pretendió dejar un buen recuerdo. La profesora de música comentaba, muy altiva camino de su casa, que había sido un hombre sin afán de superación, un mediocre.

Llegamos pronto, ella vivía muy cerca del teatro, a veces me daba la impresión de que nos llevaba a los conciertos porque se sentía sola. Me llamaba la atención su salón, carecía de sensación de hogar y parecía una exposición al público. No había fotos ni recuerdos. 

No quise merendar aquel chocolate con churros. Entre dientes me dijo que yo era una jovencita muy terca. La mesa de mármol era de color negro y tenía dibujados unos angelitos blancos que parecían haber sido pintados en relieve. 

Pasé la yema del dedo por sus bordes, sin embargo no se apreciaban al tacto.

—Deja de jugar con los angelitos y tómate el chocolate, se enfriará. — Insistía.

—No me apetece, gracias.

A veces me sentía invisible. Ni me veía, ni me escuchaba. 

Hacía todo con mucha calma. Solía finalizar la tarde con alguna frase imperativa:

“Recordad, debéis practicar los ejercicios de voz, concentraros y trabajar”. 

Alguien llegó a la casa y abrió la puerta con su propia llave. Nos despidió amable y fría.

Me extrañó.

— Niñas, podéis iros a casa. — Nos miró superficialmente. 

Salimos de allí, no sin antes darle las gracias por su hospitalidad. 

Una de las pequeñas dejó la puerta entreabierta, me volví para cerrarla y le oí; ese hombre poseía una voz de barítono y un tono muy fuerte, parecía enfadado e intentaba imponerse. No entendí lo que decían, discutían. Ella hablaba muy bajo y de vez en cuando decía algunas palabras en otro idioma; el hombre parecía extranjero. 

Entré de puntillas en la casa dejando abierta la puerta. Me quedé en el hall. Detrás de las vidrieras, observé como levantaba el atizador de la chimenea e intentaba golpearla. Ella consiguió zafarse y salió corriendo de la habitación hacia la puerta; vi su cara de frente tras el cristal, me miró como pidiendo socorro y vino hacia mí. 

Su cara de súplica me impactó. 

Me incliné hacia delante y deslicé mi pierna, contra la que él tropezó. Su frente dio de lleno contra el canto de la puerta y la fuerza del golpe le dejó inconsciente sobre un hilero de sangre, sus ojos permanecían cerrados. Temblaba de miedo, entre las dos le movimos y salimos de allí corriendo. La profesora se encargó de llamar a la ambulancia y a la policía. 

Cuando llegaron el cuerpo del hombre no estaba. 

Solamente una mancha de sangre en la entrada. Nos miramos, sabíamos que regresaría.

La invité a pasar la noche en mi casa. Fuimos caminando despacio, el recorrido no era muy largo. Venus brillaba con todo su esplendor. De pronto dejé de ser invisible para sus ojos 

Y comenzó a contarme una historia acerca de aquel hombre. 

Ambos habían llegado de un país extranjero, ambos habían sido músicos, cantaban juntos, se enamoraron…Él perdió su voz debido a una enfermedad, comenzó a beber y a tratarla mal. Solamente regresaba para pedir dinero y se enfurecía constantemente. 

Sentía pena por él, ella todavía le quería. 

No quise juzgarla, al fin y al cabo ¿quién era yo para juzgar a nadie?

—No te quiere —No dije más.

A la mañana siguiente, el periódico estaba sobre la mesa junto al café. En primera página la fotografía de ese hombre en una cama de hospital, alguien le había encontrado caído en la calle y le había acercado a una clínica donde se recuperaba del golpe. 

Le di la vuelta al periódico, no quise que ella le viera. Lloraría.

— ¿Qué dice el periódico?, ¿algo interesante?

—No.

—Déjame ver.

Me sorprendió su reacción… Se quedó mirando la foto y exclamó, un alarido salió de su corazón:

— ¡Así te mueras!

— ¿El amor duele siempre?—pregunté inocentemente.

—No, querida, el amor no duele.

—A mí me duele.

Me observó mientras tomábamos una taza de café.

—El amor es felicidad, es confianza, pasión... Esto es otra cosa. Le eché la culpa al alcohol, a la mala suerte y a todo lo que se me ocurrió. No son más que excusas que me pongo para no perderle, lo cierto es que estoy loca por él, pero él no me quiere. A veces nos volvemos sordas, ciegas y mudas, hasta que un día nos ocurren estas cosas. Dime ¿por qué te duele?

—Porque está muy lejos…

—Está claro que por una cosa u otra todos sufrimos.

—Pero él me quiere.

Sonrió.




María Teresa Fandiño. Estudió empresariales en mi ciudad, A Coruña, en donde resido. Asesora fiscal. Obtuvo el primer premio de microrrelatos para una revista digital. Participé en antologías y revistas digitales. Entre ellas enAcantilados de papel”. Como globos de colores”, de la editorial Libros Mablaz, ha sido mi primera novela publicada, resultado de un premio que obtuve en un concurso de narrativa.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Nostalgia de París

Una noche de otoño, debía ser por el año mil novecientos sesenta y tantos, escuchando la radio en uno de mis habituales periodos de insomnio, la voz de Jacques Brel irrumpió en la soledad de mi dormitorio. Tras la canción, cuyo título no recuerdo, venia una entrevista con el personaje. Acababa de salir de su retiro de varios años en unas islas del sur, desde que le diagnostican un cáncer de laringe  para hacerse una última revisión en Paris en la que le comunicaron su inminente final. Aquella entrevista, la ultima que concedería y de la que yo me había convertido en inesperado testigo radiofónico, era su despedida del mundo de la canción y del mundo de los vivos. Había grabado un último disco, en cuya carátula aparecía sin vanidad y sin temor, depauperado por la enfermedad y por el tiempo, en una fotografía que distaba muchos años de las últimas conocidas. Con una barbilla, aun negra, demacrado y con la muerte anclada en sus facciones, pero digno y desafiante como correspondía al hombre que había dejado muchos años de mensajes fundamentales tras de sí.

Formaba parte, con Edith Piaf, Brasens, Moustakis, Serge Regiani y otros, de aquella pléyade de cantautores (cuando aún la expresión no estaba devaluada) que llenaron de contenido las nostalgias desconcertadas de nuestras vidas en búsqueda de parámetros estéticos y vivenciales. Entonces, entender a los parisinos no era tan difícil para la juventud que teníamos el francés como segunda lengua y menos si, como en mi caso, habíamos recibido una educación catalana. La bella lengua francesa nos permitía disfrutar de los dulces matices en los que los sentimientos pueden ser expresados en ella. Cada lengua, con sus virtudes y sus defectos, está encaminada a unos objetivos determinados. El alemán, duro y expresivo, difícil para los europeos no teutones, es árido y declinativo, pero tan rico en expresiones que solo en alemán son concebibles las operas de Wagner, el Caballero de la Rosa o la fundamental historiografía antigua y contemporánea. Sin saber alemán, Borges no hubiera podido escribir el Aeph en castellano.

El inglés, es sintético y práctico, nadie, en ninguna lengua del mundo podía haber descrito con mayor brevedad y exactitud lo que es un bip. Sin el inglés, parece imposible la comunicación entre los pueblos de hoy día, pero no es una lengua respetable, aunque merezca todos mis respetos por imprescindible.

El castellano es otra cosa, como una catedral barroca en medio de una campiña verde y desolada. Por sí misma llena todo espacio, inasequible al tiempo y a las circunstancias, inmóvil e insondable, que diría el Dammapada, ajena a los juicios de los tiempos, pero con cierta renuencia a la adaptación. Por barroca y extensa, poco practica en los tiempos en que la consecución del éxito se requiere inmediata. Ahora o nunca, es el mensaje del futuro, y el Castellano requiere un conocimiento, una larga practica y una serenidad que no sé si han de hacerlo viable en el futuro.

Y a medio camino hacia ningún sitio está el francés, nacido como todas las lenguas europeas del romance latinizado, occitano, o cualquier otra, fruto de francos y alamares que ha cultivado una pronunciación dulce y rasgueante y una capacidad de expresar sentimientos como ninguna otra que yo conozca. Cuando los ansiosos jóvenes universitarios de los setenta escuchábamos las canciones de Edith Piaf en su última época decadente en lo personal pero siempre brillante en lo artístico a pesar de su patético afán de colocar en candelero, a Theo Sharapo con aquella inolvidable y patética canción de “a quoi ça sert l’amour” que nos hacia brotar lagrimas de los ojos aun comprendiendo la penosa decadencia de aquella extraordinaria artista, víctima de su incontenible pasión por la vida que ignora la realidad y el ridículo, la vida adquiría tintes desconocidos y mágicos y descubríamos que el mundo escondía muchas más amplitudes de las que nuestro cutre sistema montado por el pequeño general exponía como únicas.

Para los más “connaiseurs” estaba Brassens, con su francés parisino de arrabal,  duro, sin concesiones que no fueran para el mensaje existencialista y serio, que no permitía desviacionismos. Había que escucharlo en círculos post-cena critica a la incierta luz de gruesos velones que disipaban a malas penas el humazo de los progres canutos, dejándose penetrar por la desesperanza del “Cimetiere d’Orly”. Uno se sentía trascendental y al propio tiempo inútil en un mundo que, difícilmente era capaz de entender.

Y después estaba Moustakis, griego-frances y en definitiva apartida como todos los griegos y capaz de ser meteque en cualquier sitio y sobrevivir con ello. Con muy poquita voz, pero con un encanto inigualable hacia que nos identificáramos entonces con la niña que tenia quince años de la misma forma que, veinte años después nos hizo identificarnos con sus padres. Nunca olvidaré la noche en que lo escuché, en compañía de Bárbara, en el Palau de la Música Catalana. La exquisitez de su figura enfundada en una camisola blanca y larga, prolongación de una melena, ya rala, blanca y venerable de contestatario permanente, contrastaban con la elegancia de una silueta de aguja negra, casi evanescente de la que su partenaire de aquella noche sacaba las dulces melodías que daban la réplica a las canciones por todos conocidas.

Reggiani era feo el puñetero, feo de verdad, pero con esa fealdad entrañable que uno quiere incorporar al corazón en las noches de tristeza. Escasamente creador podía ser considerado como un disseur que escogía cuidadosamente los temas de su repertorio de forma que nunca se pudiera asociar con ningún rastro de chabacanería. Con una discreción llena de ternura era capaz de cantar, con mejor plectro, temas de Moustakis, llenando registros de los que el autor era incapaz, sin que por ello le robara más que la forma. Como los grandes, pasó sin pena ni gloria después de editar un magnifico disco recopilatorio, ya cumplidos los ochenta años. Tengo serias dudas de que hoy nadie lo recuerde.

Por la proximidad lingüística seguramente, estos muchachos inspiraron, con otras connotaciones al movimiento de la nova canço catalana, aunque en esta, con evidente razón, se expresaran ideas de índole política. ¿Cómo no recordar al Llac de la primera época o al nen del poble Sec, a Raimon, a Pi de la Serra, a Sisa, o a Ovidi Monllor, el alcoyano polifacético de voz inolvidable, a Mª del Mar Bonet?

Para el muchachuelo inexperto y ávido de conocimientos que yo era entonces, ninguno igualaba a Brel. No era francés sino belga y como es bien sabido, aunque el idioma sea común en algunas zonas, el espíritu es bien diferente, por más que cuando habla de los pequeños burgueses de un arrabal parisino, el mensaje sea aplicable de forma universal. En sus canciones, como en su vida, late un sentimiento permanente de optimismo lleno de amor hacia todas las cosas, que no empecé el sentimiento de lo efímero y del final inminente que late en gran parte de su obra.

Dos cosas de sus canciones me impresionaban permanentemente: la consciente exhibición del culo desnudo de los muchachotes a los próceres ciudadanos (el notario, el boticario, el jefe de policía) al salir de la taberna llenos de dignidad, tras una velada en la que arreglaban frívolamente los problemas de la comunidad; y el ascenso vigoroso del nombre de la amada, Frida, después de retratar el sórdido ambiente de los pequeños burgueses (todo pequeño) que hocican en la sopa enriquecida con un chorro de vino en la cena cutre y provinciana.

No tenía el aspecto de un hombre feliz. Me recordaba a menudo a otro cantautor de tierras más remotas, Alfredo Zitarrosa, este con un look tétrico y engominado, que encajaba con su origen uruguayo y que arrastró su interesante melancolía por nuestros escenarios por la misma época, con canciones llenas de sensibilidad impregnadas de contestación y mensaje social envuelto todo ello en un pesimismo que invitaba a cortarse las venas.


Yo, en el fondo envidiaba a Brel como se envidia a todos los que tienen un don del que uno carece. Y aun ahora, cuando hace muchos años que desapareció y gracias a estos medios extraordinarios de los que disfruto y que entiendo con dificultad, puedo escuchar de nuevo su voz siempre viva y cálida, mi corazón se reconforta y vuelve a acunarse en sus melodías como si el tiempo no hubiera pasado, como si nada tuviera importancia, como si la vida y la muerte fueran una misma cosa, como siempre he sospechado.

Mariano Sanz Navarro

lunes, 14 de septiembre de 2015

Fantasmas en el Sena

"La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre". Friedrich Nietzsche.

¡Esperad! ¿Habéis estado en la Ciudad de la Luz?

Si no es el caso, deberíais. Con sus amplias avenidas, sus elegantes comercios, sus amanerados ciudadanos. Desde que llegué, mi rutina diaria me lleva desde la hermosa avenida de los Campos Elíseos hasta el inigualable Sena, hacia donde me dirijo en estos momentos. Me gusta finalizar mis paseos ante su imponente caudal. Me aporta la tranquilidad que necesito, al tiempo que me infunde el temor propio de quien nunca tuvo la fortuna de aprender a nadar.

Solo unos días aquí me han bastado para darme cuenta. Todo parece encantador. Y sin embargo, no lo es. Cada vez que me acerco a la Plaza de la Concordia, me esfuerzo en convencerme a mí mismo: todo es una gran farsa. No hay concordia posible. Como tampoco es posible el triunfo, por muchos arcos que se construyan.  Al menos para mí. Porque me persiguen. Mis cansados ojos no los ven, pero los percibo.

¡Esperad!  ¿Cómo es posible que hayan llegado hasta aquí?

¿Los habéis visto vosotros también? Decidme que sí. Aunque mintáis. Os lo suplico. Creedme. Son reales.  Están en todas partes. No. No lo he conseguido. Lo que es peor, no me explico por qué. Creí que dejando atrás mi añorada tierra los perdería de vista para siempre. ¿Por qué no lo he conseguido? Me atormentaban allí. Lo hacen ahora aquí. Debería haber reflexionado antes. Un poco al menos. Ahora me explico muchas cosas. ¡Qué idiota fui!

¡Esperad! La historia siempre alerta.

Hubiese bastado ojear esos polvorientos libros de historia para darme cuenta. ¿Acaso no fue aquí donde ese refinado nantés comenzó a perder la cabeza? ¿Verne? ¡Qué nombre más estúpido! ¿Y qué me decís del Petit Caporal? ¿Habéis visto a algún tipo más ridículo?

Todos están locos. Una insensatez tras otra. Primero, creyeron que decorando las calles con esas horrendas esculturas egipcias podrían acceder a los secretos del más allá. Después, intentaron alcanzar el cielo con gigantesco cono hecho con chatarra. Y mientras tanto, quienes sabían que no sería posible, se dedicaban a dar rienda suelta a las pasiones más oscuras del alma tras el disimulo de esas aspas rojas. ¿Qué cabía esperar de un lugar así?

¡Esperad! Soy un alma afligida.

No debo distraerme. Me acechan. ¿Son esas mismas sombras de antaño? ¿O son esperpentos distintos? Los vi unas pocas veces, mas su presencia era continua. A estos no los reconozco. Sobrevuela la duda. Me siguen acechando. Estoy seguro. Se creen muy graciosos. Les voy a dar su merecido. No sé cómo. Lo haré.

¡Esperad!  Tengo miedo.

¿Se refugiaba Goya de lo mismo en Burdeos? Él no lo consiguió. ¿Soy yo mejor? Maldita sea. Tengo que concentrarme. No me puedo distraer. Ahora no. ¿Por qué no dais a cara? Lâches!

Mon Dieu! J’ai commis une grande erreur!

Attendez! La solution.

Mi paseo toca ya a su fin. Allí veo el torrente ocre. ¿Tenéis frío también? Empiezo a entenderlo todo. Maintenant, je comprends. No quiero seguir hablando con vosotros. No quiero veros nunca más. A nadie. Tampoco a ellos. ¿Y si pudiera acercarme un poco más a esas gélidas y profundas aguas y zambullirme? Sí. Ahí está la solución. Es la única forma de escapar de este tormento. Unos segundos bajo ellas y ya está. Sí. La decisión está tomada. Les voy a vencer.





Jesús Maeso Romero (Molina de Segura, 1.981), es Licenciado en Economía y editor del blog Saeba’s Website. Ha publicado en Ágora papeles de arte gramático, y en medios de comunicación de carácter regional (La Opinión de Murcia y Vega Media Press) y local (Molina Siete Días). Con este artículo inició su colaboración con Acantilados de Papel