Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

viernes, 28 de febrero de 2014

Cartas a Felice, de Franz Kafka (Reseña nº 614)



Franz Kafka
Cartas a Felice
Nordica Libros, 2013

Para conocer a un escritor no basta con leer sus libros y su biografía. Habría que trazar un itinerario por su geografía sentimental y comprender cómo amó, con qué intensidad, de qué manera… Y eso es lo que ha hecho la editorial Nórdica libros al recuperar en un solo tomo todas las Cartas a Felice del gran escritor checo Franz Kafka (1883-1924). 

Imagino, al leer su correspondencia privada, cierto sentimiento de placer y al mismo tiempo pudor. Me hallo en un espacio imaginario, entre los años 1913 y 1917, tras el hombro del doctor Franz Kafka espiando cada palabra, cada lamento que surge de su pluma y se derrama en cartas y postales para su Felice. Escribe de un modo compulsivo, casi enfermizo (a veces tres cartas diarias) a la en un comienzo desconocida y después amada Felice Bauer. Se puede apreciar la progresión en esta relación epistolar que sufrió muchos altibajos y que acabó frustrada, como tantas otras relaciones amorosas de Franz Kafka. Como decíamos, apreciamos esa evolución: en la primera carta se dirige a ella como ‘señorita’ para pasar, a mitad del volumen al apelativo cariñoso de ‘Mi amor’.

Al parecer Franz Kafka conoció a Felice Bauer en una fiesta en casa de su amigo y albacea testamentario  Max Brod el 13 de agosto de 1912. Se las ingenió para conseguir su dirección y le escribió una primera y tímida misiva en la que le decía: ‘Ante el caso muy probable de que usted no se acuerde de mí, me presento de nuevo: me llamo Franz Kafka…’ Desde este inaugural encuentro postal hasta su definitiva ruptura transcurren cerca de cinco años, un lustro en el que el prolífico escritor checo, además de dar forma a los cimientos de su obra narrativa, redactó casi un millar de cartas a su amada Felice. En ellas se trasparenta la otra cara del genio: un ser inseguro, tembloroso, que trata de justificar su vida a través de su amor y de la literatura. Un joven que vive atormentado por su grisácea vida de funcionario, por la sombra alargada de su padre y por sus miedos. 

En muchas ocasiones habla de su felicidad pero en la lectura profunda de esta correspondencia aprehendemos la hondura de un hombre desolado, intranquilo, descontento con la existencia que le ha tocado vivir y que se llegaa  comparar con un insecto. Un hombre que parece ansiar un amor inalcanzable, escurridizo y siempre lejano. Siempre impaciente ante la llegada de una carta de su querida Felice.

Le propone varias veces matrimonio a Felice, pero jamás llegará a consumarse.

Kafka habla también de sus relatos, de la creación y publicación de sus obras, de recitales literarios y de la imposibilidad de volver a escribir: ‘¿Qué va a ocurrir si no soy capaz de escribir nunca más? Parece que ese momento ha llegado…’ le comunica a Felice en una carta en la víspera de navidad de 1912. Obviamente eso no sucedió, como sabemos.

Estas cartas resumen los tormentosos años de amor juvenil de uno de los mayores escritores de todos los tiempos. Son la biografía de sus sentimientos: su amor, sus temores, sus deseos. En estas Cartas hallaremos las respuestas a la verdadera pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez al leer La metamorfosis: ¿Quién es Franz Kafka?

Pedro Pujante

jueves, 27 de febrero de 2014

Libros abiertos: La más cruel de las certezas, de Mario Pérez Antolín


Título: La más cruel de las Certezas

Autor: Mario Pérez Antolín
Género: Social
 
Año Copyright: 2013

Tras la sorpresa que causó Profanación del Poder (enero de 2011) y su éxito editorial (apareció inmediatamente antes del boom que sin duda se ha producido en nuestro país en los últimos dos años con el aforismo, avalado por un elogioso prólogo de Eugenio Trías y por una crítica unánimemente favorable), Mario Pérez Antolín nos ofrece ahora LA MÁS CRUEL DE LAS CERTEZAS, una nueva recopilación de aforismos, más acabada y rotunda, si cabe, que la primera entrega.

Poder, sexo, muerte, ética, estética, literatura, metafísica, sociología, psicología son materias que van reiterándose y alternándose hasta construir un cuerpo de pensamiento hermosamente expresado. Se dice que quien escribe bien es porque piensa bien. Y eso sucede en estos escritos de Mario Pérez Antolín. En sus más de medio millar de aforismos conviven textos de muy diferente factura, desde los abiertamente sentenciosos, pasando por microrelatos, prosas poéticas e incluso algún breve poema, hasta pequeñísimos ensayos que mantienen la unidad de estilo al abordar los temas a partir de la mínima unidad de expresión y sentido.

El libro preconiza un humanismo escéptico y complejo, manifiestamente impregnado de melancolía, que sin embargo no cae en el nihilismo por la certeza que se pone en la reivindicación, contra cualquier obstrucción, de la dignidad humana. Desde esta perspectiva, el hilo conductor de toda la composición es una apología del antipoder, frente a cualesquiera fe, moral o ideología que ponga en solfa esa dignidad. De modo que la ruptura de las falsas certezas se presenta como la única vía hacia un pensamiento emergentista y liberador, propósito último y fundamental de este libro.

En resumen, estamos ante una hermosa recopilación de aforismos, donde el pensamiento filosófico se destila en una expresión de alto valor literario y huye del lenguaje retórico y enrevesado que Walter Benjamin calificaba como la "jerga de rufianes" de los filósofos.
Como señala Victoria Camps en el Prólogo: "Entre la filosofía y la poesía, Pérez Antolín muestra con su escritura que el pensamiento es capaz de emocionar al dejar de ser ese discurso árido que sólo sabe enlazar abstracciones y nos distancia del mundo".

ficha generada por leelibros.com

El relevo



En memoria de Blas Estal



En estos días se cumplen quince años de la aparición del primer número de la revista Ágora “papeles de arte gramático”. Mientras escribo estas líneas y me sitúo en mi primer contacto con sus páginas, Blas, mi querido y desaparecido hermano, me observa desde el pie mismo de una de sus pinturas, sobre el aparador. Su fotografía se apoya en el búcaro que alberga una rosa blanca, esa que cada año, por San Blas, le ofrezco como regalo.


Quisiera poner en mi teclado sus palabras, porque, estoy segura de que, si pudiera, me las iría dictando desde ese lugar en el que cada tarde mantienen sus tertulias los pintores, poetas y demás hacedores de belleza para deleite de los cuerpos descarnados y etéreos; ese lugar en cuya existencia, por desgracia, no creo.


La mañana se muestra propicia para el recuerdo y la descarga emocional a través de las letras. El cielo es de color gris, y por detrás de los tejados que se divisan desde mi ventana adivino un mar tan ausente de azules como perezoso. El frío se deja notar en los pies cuando llevo un rato sentada frente al monitor. No así en el tacto que ágilmente se desliza por cada una de las teclas. La música me acompaña, como siempre, suave y discreta para no alterar a mis pensamientos. A veces miro hacia la fotografía que sigue observándome con ojos de Blas, de ausencia, bajo su boina negra de los últimos tiempos; y mi mirada tropieza con los ejemplares de Ágora que he rescatado de su caja de tesoros, donde permanecen custodiados por otras letras y algunos esbozos correspondientes a los últimos trabajos inacabados. Son ejemplares antiguos de una Nao que recientemente renovó tripulación, capitán y timonel. Los marinos veteranos, los que siguen en sus puestos, son condescendientes con las nuevas incorporaciones, así la nave podrá llegar a puerto sin apenas sobresaltos. 


Estas portadas, envejecidas ya, que me incitan sobre la mesa, son las “Ágora —Papeles de arte gramático—“ de los primeros días, de los primeros sueños de un Fulgencio Martínez que puso todo su empeño y trabajo en esta, a veces, complicada empresa. 


No sé exactamente en qué momento se incorporó Blas a aquella aventura, pero me consta su entusiasmo por ella. Sí que sé, sin embargo, que su subida a cubierta coincidió con su traslado, tras casi veinte años de residencia en Murcia, a Puerto de Sagunto, su tierra de origen en la Comunidad Valenciana. Vivíamos muy cerca, apenas nos separaban dos portales, y la convivencia fue diaria. Compartíamos el café de la mañana en mi casa, y el de la sobremesa en la suya; este último siempre rodeado de pinceles, el lienzo en el caballete, los libros amontonados —incluso colgados del techo en estanterías especiales—, y una gran cantidad de revistas culturales: de historia, pintura, filosofía, poesía… apiñadas en la de madera caoba que presidía su sala-comedor. Era ahí, en ese mueble de diseño sencillo y apenas visible bajo tanto papel impreso, donde custodiaba algunas de sus más preciadas joyas que me mostraba orgulloso y de las que me hablaba durante horas cada tarde. La revista Ágora era una de ellas. Me hablaba de Fulgencio Martínez y de la poesía de Marín Albalate, de los versos de Manuel Navarro, de Mª José Bernal, de Soren Peñalver, de Andrés Salom… Los admiraba a todos y, de todos, o de casi todos ellos, reunía textos con sus respectivas dedicatorias firmadas. Yo escuchaba y aprendía, y de vez en cuando le daba la lata con alguno de mis poemas de andar por casa, o con el último relato escrito en la inquietud de una noche en la que mi marido estaba trabajando.


Cuando su despedida se hizo inminente, algunos de aquellos amigos y compañeros viajaron hasta el hospital donde pasó recluido los últimos meses. Murcia, y de alguna manera Ágora, no quisieron que Blas se marchara sin despedirse de ellos.


Lamenté muchísimo no haber coincidido en el hospital con estos amigos. Unas semanas más tarde tuve que dedicarme yo misma a la triste tarea de comunicarles el fallecimiento del amigo y hermano. Fue así, de esta lamentable manera, como entré en contacto con Fulgencio. 


Blas ya no estaba, pero estaba en mi pensamiento día y noche. Por las mañanas me iba a su casa y expoliaba todo cuanto había en aquella librería, la que fuera testigo de nuestra convivencia. Allí pasaba varias horas leyendo los versos de los poetas murcianos que tantas veces me recitara; entre poema y poema leía los textos “insólitos” y recreaba mi visión llorosa con las geniales ilustraciones del hermano ausente. Cada día, cuando me marchaba de aquel rincón de la casa —rincón que se me antojaba una pequeña embajada murciana— me llevaba conmigo (previo permiso de Javier y Carolina, sus hijos) varios de los libros firmados por sus amigos y aquellos ejemplares de Ágora en los que sabía que podría encontrar sus ilustraciones y letras.  Al cabo de unos meses me había convertido en la guarda y custodia de sus trabajos y de su biblioteca. Entre su legado me dejó también amigos, y algo muy especial con lo que nunca hubiera soñado cuando lo escuchaba hablar de Ágora “Papeles de arte gramático”: La posibilidad de mi propia colaboración en sus páginas.


Durante este mes se cumplen quince años de la fundación de Ágora y, el pasado septiembre, cuatro de la despedida de Blas. Aún recuerdo cuando en los primeros días tras su partida, me encerraba frente al ordenador y tecleaba en google su nombre para, a continuación, verlo relacionado con la revista un día sí y otro también. Hasta que, uno de esos días, un inesperado correo de la amiga común Mª José Bernal me puso al corriente del proyecto de homenaje con el que le iban a recordar en el número de primavera de 2009. 


En aquel momento lloré por Blas, lloré por mí, y me emocioné por ambos. Ágora formó parte de su vida, y él de la de Ágora. Con motivo de este homenaje entré por vez primera en la revista, y lo hice con los poemas que lloré durante muchos meses como consecuencia del desgarro producido. Viajé hasta Murcia en viaje de ida y vuelta para agradecer personalmente a los amigos murcianos el detalle en la presentación de aquel número especial. Deseé seguir la huella de mi hermano en la revista, pero me sentí tremendamente pequeñita para la tarea. Me resigné a seguir escribiéndole cada día mis versos y a recibir mi ejemplar de Ágora puntualmente en mi domicilio cuando, ahora ya, Francisco J. Illán y no solo Fulgencio, me enviaban la notificación de su edición. La considero extraordinaria en cuanto a su contenido, tan didáctico como ameno, y figurar entre sus colaboradores, no solo me produce satisfacción, sino también una gran responsabilidad y un alto grado de gratitud porque permiten mantener vivo el recuerdo de Blas Estal más allá de las paredes de mi casa.


Pero la vida sigue, y hay cosas que desaparecen dando paso a otras nuevas; otras veces surgen transformaciones manteniendo la perseverancia de lo antiguo sin reñirlo con lo nuevo. No se desestima lo uno para adaptarse a lo otro. 


Hoy Fulgencio Martínez ha desaparecido discretamente de la escena de Ágora, y Blas de los fotogramas de esta película en colores que es la vida. Hoy Francisco J. Illán Vivas ha tomado el mando de la nave, y yo… Yo voy andando el camino recordando con nostalgia los buenos momentos alrededor de un café, los colores y olores de los acrílicos junto al caballete de pintura y los versos de tantos amigos poetas recitados en voz alta en la casa de la calle Alcalá Galiano, mientras me siento observada por esta mirada risueña que, desde el aparador, se apoya sobre una rosa blanca y me incita a escribir mis propios versos.


En la mesa los antiguos ejemplares de Ágora me hablan desde el ocre de sus páginas: desean volver a su refugio, al abrigo del legado. En la calle el humo de las chimeneas se eleva en tímidas columnas por encima de los tejados vecinos, esparciendo aromas de pueblo por el aire; a lo lejos se oye el lamento de un perro sin amo que deambula por la urbanización de Los Naranjos y, en la plaza, el reloj de la iglesia anuncia que ha llegado el medio día.

Lola Estal.

Nota de la redacción: Este artículo se escribió originalmente para un número de Ágora papeles de arte gramático que jamás se publicó (y que conmemoraría los 15 años de vida de la revista) y que entró a formar parte, de conformidad con la autora, del primer número de Acantilados de papel. Con el paso del tiempo nos alegramos de que se publicase en nuestra revista y nos congratulamos de que nuevamente Fulgencio Martínez haya retomado la publicación de la que es y fue alma mater.

Ilustración: Blas Estal

miércoles, 26 de febrero de 2014

La Dominga. Una vida sin tregua, de Amparo G. Martínez-Aranda


Título: La Dominga. Una vida sin tregua

Autora: Amparo G. Martínez-Aranda
Género: Biografía

Año Copyright: 2013
 
La vida de Dominga se forjó paso a paso, minuto a minuto en las Cuevas del Rincón del Aguilica, en el mismo vientre de la tierra. Esta es la vida novelada de Dominga Domingo Santiago.

ficha generada por leelibros.com

Nuestro número 3 supera ya las 5.000 lecturas en red

No podemos decir otra cosa que gracias a nuestros lectores y lectoras; gracias a los anunciantes, a quienes han compartido en las diferentes redes sociales la aparición o los contenidos de nuestra revista.

Gracias a quienes con sus artículos, poemas, cuentos, ensayos colaboraron en el número que está alcanzando números sorprendentes, con más de 50 nuevos lectores cada día.

Muchas gracias.

Presentación de Dis-tinta, de Julia Moreno

Julia Moreno Moreno presenta mañana jueves, a partir de las 20 horas, en el Museo Ramón Gaya, su poemario Dis-tinta, que ha sido publicado por la joven editorial murciana, Editorial ADIH.

Julia Moreno nace en Madrid en 1973, aunque reside en Cartagena, Murcia, desde hace 13 años. Con sus dos proyectos anteriores de fotografía y poesía, “Emociones”, en colaboración con la AECC de Cartagena, y “Dos miradas, un poema” junto a la pintora murciana Mª José Salinas, recorrió toda la región de Murcia, Madrid y Barcelona.

Aficionada a la poesía y a la fotografía, publicó su primer libro de fotopoesía, en esa conexión de poesía visual, “La voz del tiempo”, con el que realizó exposiciones y presentaciones en Cartagena, Murcia, Puertollano y Madrid.

Ahora nos presenta “Dis-tinta”, su primer poemario. Es su manera de volar con alas de tinta, desde dentro, diferente al resto del mundo, que aun se mantiene con los pies en el suelo. Como la propia autora define en los primeros versos del libro:  


“Dis-tinta al resto:
efímera cuando sueño,
o pesada como plomo
 cuando oscurezco.
*
Cambiante
como la nube es lluvia
o nieve,
si la amas, o la olvidas.
Frío hielo
o llama incandescente.”



Toda la información al día pinchando AQUÍ.