Por suerte para él, el casco y el monoteaje integral lo
libraron de algunas rozaduras. La peor parte se la llevó su Yamaha de
500 cc, que quedó empotrada bajo aquel descomunal tráiler. Él salió
catapultado por encima de su Yamaha, lleno a caer en un prado de mullida
hierba.
El camionero
descendió a toda prisa de la cabina y corrió hacia el motorista, que no
se creía la buena suerte que tenía. Se podría haber roto el cuello, pero
debía de estar tocado por los hados, pues no se hizo el menor rasguño.
Él
se incorporó lentamente, aún aturdido por la caída, mientras el
camionero se acercaba con una mezcla de preocupación y alivio en su
rostro.
—¡Estás bien!
—exclamó el camionero, con un tono que reflejaba tanto la tensión del
momento como la incredulidad de que el motorista hubiera salido ileso.
—Sí,
creo que sí... —respondió él, aún tratando de asimilar lo ocurrido.
Miró a su alrededor, notando cómo la Yamaha yacía destrozada bajo el
tráiler, como un ave herida en la tierra. Un escalofrío recorrió su
espalda al pensar en lo que podría haber sido.
El camionero le tendió una mano para ayudarlo a levantarse. —¿Estás seguro? Deberías ver a un médico.
Él
se sacudió un poco, intentando recuperar la compostura. —No, de verdad.
Solo necesito respirar... y pensar en qué hacer con mi moto —dijo
mientras observaba su fiel compañera, con el corazón encogido.
El camionero lo miró con empatía. —Puedo llamar a una grúa si necesitas ayuda. No puedes dejarla aquí así.
Unos
instantes de silencio se hicieron presentes entre ellos, antes de que
él finalmente decidiera aceptar la oferta. —Está bien, gracias. No sé
qué haría sin ti.
Mientras
esperaban a que llegara la grúa, comenzaron a hablar. El camionero
reveló que había estado conduciendo durante horas y que este viaje era
solo una parada más en su largo recorrido. Él le contó sobre su pasión
por las motos y cómo cada viaje era una forma de libertad para él.
A
medida que intercambiaban historias, el aire tenso del accidente se fue
desvaneciendo, y una extraña camaradería comenzó a florecer entre los
dos hombres. El motorista se dio cuenta de que, aunque había pasado por
un momento aterrador, también había encontrado un nuevo amigo en medio
del caos.
La grúa
finalmente llegó y lo que parecía ser un día lleno de desgracia terminó
convirtiéndose en una anécdota inesperada que contaría durante años.
Mientras observaba cómo levantaban su Yamaha destrozada, sintió una
extraña satisfacción al saber que incluso en los momentos más oscuros
siempre hay algo bueno esperando ser descubierto.
—Prométeme que no dejarás que esto te detenga —dijo el camionero mientras se alejaban juntos.
—Lo prometo —respondió con una sonrisa renovada—. La carretera me espera.
Y
así, mientras el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, ambos hombres
compartieron risas y esperanzas de futuros viajes por venir.
M. D. Álvarez