Los portales interdimensionales habían comenzado a
surgir de improviso, llevando a través de ellos a pobres criaturas que
se habían visto sorprendidas por su aparición.
Una
de aquellas criaturas era una de las mayores aberraciones alienígenas;
se había colado por un portal que lo llevó a nuestro mundo. Nuestro
mundo estaba protegido por nuestro héroe, el hijo de un celestial y una
humana: Héctor. Las alarmas comenzaron a sonar, pero él ya había
presentado el peligro. CGI lo había avisado.
Cuando
presintió el peligro, buscó el portal por donde se colaría aquel ser.
De forma inexplicable, localizó el portal en nuestro planeta gemelo,
Marte. Se trasladó al planeta; el portal estaba sobre la cima del monte
Olimpo. Allí lucharía contra aquel ser descomunal.
Héctor,
con su armadura celestial resplandeciendo bajo el tenue sol marciano,
se preparó para la batalla. El aire era denso y cargado de energía
mientras el portal comenzaba a abrirse completamente. De él emergió la
aberración alienígena, una criatura de múltiples extremidades y ojos
brillantes como brasas. Héctor sintió la presión de la responsabilidad
sobre sus hombros, pero también la fuerza de su linaje celestial.
Con
un rugido que resonó por las llanuras marcianas, Héctor se lanzó al
ataque. Sus movimientos eran rápidos y precisos, cada golpe cargado con
la energía de las estrellas. La criatura respondió con furia, sus
extremidades golpeando el suelo y levantando nubes de polvo rojo. La
batalla era intensa, un choque de titanes en un escenario desolado.
Finalmente,
con un golpe certero, Héctor logró herir a la criatura en su punto
débil. La aberración emitió un grito ensordecedor antes de desvanecerse
en una nube de energía oscura. Héctor, exhausto pero victorioso, cerró
el portal, asegurando la paz una vez más.
M. D. Álvarez
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