Francisco Javier Illán Vivas
A mi manera
Ediciones Vitruvio, 2012
Su último poema alumbra y da
título a la nueva entrega poética de Francisco Javier Illán. A mi manera, constituye un balance desde
la madurez de lo que ha sido toda una vida. El poeta se confiesa, y esta confesión
toma forma de fado: Ahora que cae el
tiempo/ Otoño al que miro en los espejos del recuerdo/ te narraré sin titubeos
mi vivencia... Francisco Javier (para quien lo conoce, un hombre venido de
un pasado remoto, quizá de Hiperbórea, donde el valor y el honor se daban la
mano) afirma su hombría: Hice lo que
tenía que hacer, No me tragué las palabras, pero también reconoce que quiso
abarcar más de lo que pudo, por lo que admite, en definitiva, que como todo
hombre es polvo, y, como todo hombre, quizá desperdició el amor en el breve
roce: Ya ves, he amado, he reído, he
llorado/ me tocó ganar, también perder. Aun así, no rechaza su vida, hizo
lo que hizo a su manera. Hemos de
entender, por tanto, que actuó de forma honesta, con valentía, sin ambages o
pactos con la mentira, y, por supuesto, sin rehuir el compromiso. La
intencionalidad que infirió a sus acciones fue la correcta; estas se podrán
haber torcido debido a factores externos, a esas circunstancias no del todo
previsibles que a veces las dan al traste, pero aquellas intenciones que las
animaron, aun tamizadas de subjetividad y de la ignorancia añadida, en la confesión
del poeta, fueron sin doblez o hipocresía.
Sin embargo, afirmada esta
ortopraxis, al fin y al cabo, ¿qué? Un toque personal de actuación ante la
vida, en sí mismo, no resuelve nada, por lo que se disparan las preguntas que
buscan sentido:
¿Qué es un hombre
sino el tiempo que ha vivido?
¿Qué tiene si no a sí
mismo?
Y, si no es así,
nada tiene.
Con estas preguntas, y la respuesta implícita
que les confiere, se declara el poeta y muestra la estructura de su carácter,
el eje desde el cual comprender su subjetividad, a la par que su visión del
mundo y de la vida. Ya lo sabemos, pero ahora se nos ofrece de forma nítida:
estamos ante un hombre de acción, ante un guerrero llegado de otro tiempo que
lucha en un nuevo tiempo anacrónico, no el suyo, y se siente, quizá, extraño o
perdido, y aun así se afirma en esa lucha y la toma como paradigma de su estar
en el mundo. Sé que nada se acaba hasta
que se acaba, terminará diciéndonos; sí, la muerte será también a su manera.
Esta visión existencialista,
radicalmente sometida a la temporalidad, no prescribe en la pasión inútil sartriana; más bien remonta como una petición
hacia las alturas para no dejar sin respuesta el problema de la trascendencia. Creo en Él. Aparece entre las dos medias
lunas que abren y cierran un paréntesis: Creo
en Él. Los que tenemos los ojos cansados de lectura, sabemos de la
importancia de los paréntesis; no es un azar el que cierra una frase tal vez
caída como al vuelo, sino la importancia con que se subraya una idea. Se
conforma el hombre en el tiempo según la medida de su propia actuación, pero el
tiempo, el mismo tiempo que lo conforma según ha sido su actuar, también lo
conduce a la disolución; así es si sopesamos tan solo una horizontalidad en la
que Saturno esgrime su guadaña. Tras la lectura de A mi manera, no se infiere esa conclusión; por el contrario, hay
una apuesta por la verticalización del tiempo y la esperanza, por lo eterno,
eso ignoto y radicalmente otro en que desemboca la temporalidad y donde se
encuentra Él cuando ya no hay más
tiempo, subrayada aun de manera tímida:
Y cuando vuelva
(Creo en Él),
quisiera recordar su rostro,
el rostro de todas ellas…
Vengamos ahora a una
hipótesis: Supongamos por un momento que muere el padre del poeta. Ocurre de
repente, y en un geriátrico. El poeta, tras el luctuoso hecho, comienza a
generar sentimientos de amor y culpa; un sueño le visita: una escalera que
baja, por la cual desciende. El sueño se repite, una vez y otra: el poeta
siempre baja a un fondo de oscuridad, a sótanos tenebrosos de una casa
insospechada. Agazapados en las tinieblas, le acometen los monstruos; son
monstruos de soledad y angustia que terminan, en definitiva, por desencadenar
mecanismos no controlados. En su vida de vigilia el poeta se hunde; ideas
cargadas de una insana emoción vienen a poblar los días de luz cada vez más
escasa, así como las tinieblas pueblan la noche. Piensa en la muerte, se destruyen
los colores del día, cesa su relación directa con las personas y las cosas y se
descoyunta el débil hilo que todavía lo ata a la cordura… En ese estado de
crecida postración estará durante dos años, y el retorno será difícil.
Toñy, la mujer del poeta,
intenta animarlo. La pareja decide, luego de sopesar su conveniencia, realizar
un viaje a Galicia; de Galicia, se desplazan a Portugal, ese país hermano de
sol y brumas donde los poetas sienten, intensa, la saudade. Contempla el poeta los verdes paisajes del largo balcón al
Atlántico —esa mar siempre de fondo—; como compañeros de viaje lleva a sus
líricos —Ferreira Gullar, Fernando Pessoa—; su sensibilidad espoleada, percibe
cómo le penetra por los poros, a grandes tragos, la melancolía del fado, tan dulce
cuando golpea, grande su hondura cuando se enraíza y permanece. Durante este
viaje surgirán los poemas que componen A
mi manera, porque no hay ficción en lo que acabo de contar. En una
conversación privada con Francisco Javier Illán, este me lo confirma: Todo tiene su origen en un viaje desde
Galicia a Lisboa, en un momento un poco triste para mí, tras la muerte de mi
padre. Tuvo como final una sesión de fado en Lisboa. Por eso tal vez los poemas
lo recuerden. Además, tres de esos poemas han sido cantados y grabados, en
música de fado.
No es de extrañar, por lo
dicho, que antes de llegar a su conclusión, el poemario nos haya propuesto un
recorrido en el que se entremezcla la música de raíces populares con la música
culta. Las diferentes secciones del libro introducen de esta manera un
contenido que quizá haya que mecerlo previamente con una escucha atenta de la
pieza que le da título, o, a la par de ella, adentrarse en su lectura, para
saborear debidamente lo que el autor nos quiere transmitir; de esta forma cada
sección nos prepara para esa confesión final y la introduce desde una
determinada perspectiva según el ánimo al que nos induce la música.
A mi
manera comienza con un oficio de difuntos, con un tintiliábulo minimalista,
Canto en memoria de Benjamin Britten
de Arvo Pärt. Una vaga melodía se repite insistente con fondo de violines y
fuerte toque de la tristeza: Mi huidiza
vida rechaza mi vida/ como la carretera separa los mundos que une… Estos
primeros poemas son breves, como el baldón que anuncian los toques de campanas,
en ellos, a su vez, se intercalan textos de los poetas lusos para acunar
debidamente la sensación de la soledad y son generalmente asintáxicos, porque
la asintáxis expresa el mismo desquiciamiento perverso en que se halla sumido el
poeta. Ensimismado, este se confiesa: Levantarte
cada mañana/ hastiado de soledad...
Los poemas se engrosan en la
segunda sección del poemario, Comarca
lúgubre, comarca brumosa (Adagio de Sueño de invierno de Tchaikovsky). Se
ensanchan los ojos cerrados para percibir los campos baldíos, casi con lluvia o
nieve, donde la tristeza avanza con pasos lentos y la melancolía, dulce y
sensible, invade el alma: Soy un campo de
polvo/ que se funde en su baldío,/ ardo en la sed de la tierra/ de nadie.
Pulsan los violines y mecen un lamento continuo antes de que el oboe levante
los ateridos pájaros del invierno; entonces el poeta siente que el tiempo gotea lágrimas frías y palpa la
soledad, tal y como lo expresa en el inquietante poema que lleva por título Venas:
Alcanzada le edad de la penumbra
cuando los ojos se te inundan de humo
y
todo se hace extraño,
cuando llega el dolor
como
una galería de recuerdos
colgados…
La preferencia de Francisco
Javier por la música boreal, tan chocante a nuestras latitudes de sol y
espumas, es curiosa. Parece que con ello nos quisiera decir, consciente o
inconscientemente, que él, no solo está en otro mundo, sino que, de alguna
manera, también pertenece a ese otro mundo. Así nos llega la tercera sección
del libro introducida con el precioso poema sinfónico Las ninfas del mar de Sibelius. El dolor atenazado se contrasta con
la mar, amplia, y con la belleza de sus ondinas que cabalgan sobre las espumas
de las olas; risueñas juegan, retozan, coquetean e incitan al poeta, y este se
asombra de que haya vida y luz allende las tinieblas que lo sumen: esto sólo ocurre junto al mar/ donde la luz
de la vida es más poderosa/ que el silencio. Retazos de esperanza se
elevarán a partir de unos ágiles toques de flautas (ese mar que viene/ ese mar que va/ trae nostalgias de mi primavera.);
se granan los poemas, adquieren densidad nueva, viveza; las trompas se
superponen a las violas y violines, el vibrar de las cuerdas del arpa señorea
sobre la mar que se agita. Mas si arrecia la tormenta, tras esta, se llegará a
la calma.
Frente al recurrente sueño
de la escalera que desciende a sótanos sin luz, el poeta opondrá su insistencia
en la esperanza, tal y como refleja Una y
otra vez, un poema especialmente idóneo para ser cantado: Llama una y otra vez/ a una puerta que no se
abre,/ polvo cabalgando en el aire… Con la reflexión sobre el propio dolor
—tabla a la que asirse—, se emprende así el camino de vuelta hacia la luz, esto
es, el camino de vuelta hacia la pacificación. Este acontecimiento último se
refleja en el momento en que el poeta contempla, al igual que Nuñez de Balboa
tras un tenebroso periplo, las aguas mansas del Pacífico (anhelo perderme/ en el Pacífico,/ sobre sus olas o bajo ellas); la
visión del Atlántico la ha convertido en contemplación del océano Pacífico.
Pero antes de que eso suceda ha hecho suya, junto a la meditación que concita,
la pregunta que el animal más bello del mundo por teléfono le dedicó desde
Italia a Frank Sinatra: ¿Dónde ha ido a
parar el tiempo?, o cantado con Shakira: …y que se muera hoy/ hasta el último poeta.
Para ir acabando con estas
breves notas sobre A mi manera,
señalaré dos particularidades. Una remite al detonante de su escritura; otra al
amor. Es curioso que en el poemario no se aluda explícitamente al padre muerto.
Es como si el hueco que dejara su muerte fuera demasiado inmenso como para
nombrarlo; a la fisicidad de la muerte se le añade la del arquetipo. Cesa el
padre, y, consiguientemente, cesa la fuerza del arquetipo; se abre entonces el
hueco, el inmenso vacío en la psique del poeta, el cual opta por ensimismarse y
perderse en sí mismo. La única referencia al padre y al tremendo acontecimiento
de su muerte es velada; aun así, casi tocando a su fin, en la obra surgirá una
pregunta desgarradora a modo de grito catártico, expresión del profundo
desconsuelo del poeta, a la par que de su soledad y desvalimiento: ¿Dónde estás cuando más te necesito? ¿A
quién llama el poeta, al padre o a una forma idealizada de amor que, por
idealizada, es imposible? Preguntado al respecto, Francisco Javier me responde: En todo ser humano hay un amor imposible,
yo lo tengo, yo lo conocí, mi padre también, mi madre… aunque ese mismo amor
idealizado sea el que tienes a tu lado todos los días, y quieres mantener el
sueño de que jamás decaerá. Fueron muchas, pero solo hay una.
Un niño se ha perdido en los vastos desiertos,
sean estos los de una ciudad sin nombre o los de las gentes anónimas; el caso
es que no hay cielo protector, ni mano que tienda una mano. Existió el amor,
sí; pero este se tambalea y extingue cuando la depresión extiende el manto de
su negrura. No estamos ante un poemario de amor, sino ante un poemario de
recuento y reencuentro, de soledad y superación; no habrá en él celebración de
la vida, canto de plenitud, carnalidad o espiritualización del amor, aunque sí
un viaje a los fondos de la memoria y de la psique: descenso, desconcierto,
emoción perturbada, y, finalmente, reconciliación del poeta consigo mismo.
A
mi manera (My way), la conocida canción de Paul Anka popularizada
por La Voz, versionada magníficamente
por Elvis Presley, Julio Iglesias, Plácido Domingo, Pavarotti y tantos y tantos
otros, encuentra con Francisco Javier Illán un modo muy personalizado de
expresión.
Jesús Cánovas Martínez