Fue
jugando a bucear en el Mar Menor, hace algunas décadas, que me
encontré por primera vez y cara a cara con un caballito de mar. Lo
reconocí de inmediato, porque lo había visto en muchas ocasiones
dibujado en los libros de cuentos que tenía en casa, junto a otros
seres que viven en las profundidades del mar, las sirenas. Entonces
hice una deducción harto lógica: si hay un caballito de mar aquí,
debe haber sirenas cerca. Y durante mis infantiles veranos a orillas
de nuestro paradisíaco mar, me dediqué a buscarlas.
Los cuentos de
tradición oral que escuchaba a mis mayores, en aquellos tiempos sin
televisión, no contenían elementos marinos y puesto que crecí en
la huerta de Murcia, los seres acuáticos mas comunes que conocía
eran las ranas (otro día hablaremos de príncipes metamorfoseados).
Así que me fascinaban aquellos maravillosos seres submarinos, que
seguro debían vivir en aquel inmenso, lejano y cristalino Mar Menor.
Estrenando mi
habilidad de leer, lloré y lloré sin consuelo mientras leía la
versión original de “La
sirenita” (aún a
salvo de Disney), aquella que sacrificó lo más bello de sí, su
voz, para conseguir a su príncipe y que en un acto de generosidad,
renunció incluso a su existencia, con tal que él fuera feliz. Y
aunque como contrapartida consiguió un alma inmortal, esto no
consoló a la niña que yo era, que se preguntaba, ¿si esto es un
cuento, cómo es que no termina bien?
Mucho más
tarde, en La Odisea,
comprobé que las sirenas no siempre habían tenido cola de pez y que
no eran tan bondadosas como la que nos describió Andersen. Incluso
la expresión “cantos de sirenas” no tenía precisamente el tinte
romántico que yo le asocié. ¿Sería cierto que las sirenas eran
malvadas?
Mientras
comento en voz alta lo que escribo, un amigo me contesta: “Es su
naturaleza”. No respondo. Sonrío al comprobar lo fuertemente
integrados que tenemos algunos mitos en nuestra cultura.
Saltar del lago
de las sirenas de Peter Pan, a los escritores de aventuras solo fue
cuestión de tiempo, aunque nunca abandoné mi gusto por los cuentos
de tradición oral, y los ilustrados con algo más que versiones
edulcoradas. De hecho tengo un recuerdo imborrable de mí misma,
adolescente, espigadísima, sentada en aquella sillita de la sala
infantil de la Biblioteca Regional de Murcia, por entonces en Alfonso
X, sobrándome piernas por todos lados y disfrutando de un bellísimo
álbum ilustrado de Pinocho, en el que no había sirenas, pero si una
ballena, enorme, como son las ballenas.
En esa
adolescencia me atreví a surcar la superficie de todos los mares,
guiada por Stevenson, Salgari, Melville, Defoe, Espronceda (aún
recito de memoria su canción del pirata), con la única excepción
de Verne, que me condujo por las profundidades.
Gracias a esos
escritores, subir a los balnearios que salpicaban la playa de Los
Alcázares y que el viento me diera en la cara, tenía otro sabor.
Sabía a salado, a aventura, a libertad, ¡ay quien pudiera ser
rescatada por un capitán pirata (aquí haría algún comentario mi
psicóloga), salir en busca de tesoros y quien sabe si conocer a
alguna sirena!
Allá en la
juventud, nadando entre un trabajo y otro, y tras conocer a algún
pirata de verdad (a veces hay que pensar muy bien lo que una desea,
¡que razón tiene mi psicóloga!, pero de piratas hablaremos otro
día), sin una decisión expresa, las casualidades de la vida me
permitieron regresar a estos paisajes marinos de mi infancia. Recalé
en Santiago de la Ribera y trabajé con vistas al Mar Menor durante
años.
Ahora me viene
a la memoria el cuento “Piel
de foca, piel del alma” (1),
que no habla exactamente de una sirena, mitad mujer, mitad pez, sino
de una mujer que vive en el mar, bajo su piel de foca. Un hombre le
roba su piel y promete devolvérsela a cambio de que viva con él
durante un tiempo. Ella acepta pero él no cumple su promesa. Como
para ella es necesario vivir en el mar, poco a poco va perdiendo su
vitalidad. Es el hijo de ambos quien encuentra la piel y se la
entrega. Ella vuelve al mar y recupera la salud y su vida. Cuento muy
poético, con muchas posibles interpretaciones, como todos los
cuentos. Sin embargo, ¿qué pasó con el hombre?, me preguntaba una
mujer cuando terminé de narrar esta historia, en una contada ante un
público exclusivamente femenino. Lo que para mi tenía final, para
ella era algo inacabado. Por entonces yo prefería preguntarme ¿cómo
va esto de las relaciones?
Es otro cuento,
“La esposa sirena”
(2), recogido por
Calvino, el que nos da una posible respuesta y nos habla de dos
esposos que se quieren. Él es marinero y su esposa pasa mucho tiempo
sola. Por cosas de la vida, ella le es infiel y aunque pide perdón a
su marido, este la arroja al mar para que se ahogue. Unas sirenas la
salvan y la acogen en su mundo. El marido que aún la quiere, se
arrepiente de lo que ha hecho, pero ya es tarde. Tiempo después su
barco se hunde y su esposa, ahora sirena, lo salva de morir ahogado.
Ambos se siguen queriendo, pero ella pertenece al mundo de las
sirenas. Tras pagar ambos un alto precio, regresan de nuevo a tierra
para vivir juntos de nuevo, habiendo aprendido a colaborar para
mantener su vida de pareja. Así que, ¿se trataría de colaborar?
Bueno, regresar
a las orillas del Mar Menor era estar en casa y como el lugar lo
facilitaba, decidí aprender a navegar por mi misma, en vez de
esperar a capitán alguno, pirata o no. Y fue en la escuela de vela
del Club Náutico Mar Menor donde mi monitor de vela ligera, que no
me era indiferente, me enseñó bien el arte de navegar: llevar el
timón, aparejar y trimar velas, arbolar un snipe, abocar y volver a
adrizar un vaurient, los vientos y los rumbos. ¡Ah! Y a bajar la
cabeza a tiempo, para que no la golpee la botavara cuando la vela
mayor traslucha. Allí, cada tarde de sábado, los alumnos, amigos y
monitores de la escuela montábamos nuestra pequeña y particular
regata con destino al puerto Tomás Maestre: el último pagaba los
asiáticos, que en algunos días de invierno eran absolutamente
imprescindibles para recuperar el calor.
Recuerdo que en
el cuento, “El
príncipe Alí y la reina de las sirenas”
(3), en su comienzo la sirena en cuestión, no es princesa, sino
reina. Es bella, sabia y poderosa. Cuando encuentra al príncipe Alí,
él está enamorado de una princesa “ideal” aunque aún no la
conoce físicamente. La reina de las sirenas, ama al príncipe Ali y
no utiliza su belleza para seducirlo, ni su magia para someterlo, ni
su sabiduría para manipularlo. Solo le otorga al príncipe la
facultad de convertirse en mujer (los psicoanalistas disfrutan mucho
con estos pasajes, pero de esto hablaremos otro día), para que pueda
acercarse a su princesa y conocerla realmente y después elija a
quien prefiera de las dos. Alí se decide por la reina, ya que la
princesa no resultó ser tan ideal. Y así, reina y príncipe deciden
libremente convertirse en compañeros. Es el príncipe, en este
cuento, quien adquiere el rango de rey.
Esta mañana,
el puente del Tomás Maestre, se abrió a las diez en punto, para
dejarnos pasar. Pensábamos navegar rumbo a la isla de Tabarca, pero
la previsión es de viento de levante fuerza 3-4. Eolo ha decidido
por nosotros, el capitán (no, no es pirata), que es mi esposo (¿se
acuerdan de mi monitor de vela?), y yo pensamos que no se debe
iniciar una travesía con viento en contra. Así que ponemos proa a
La Azohia.
Tabarca y La
Azohia son los lugares más cercanos donde aún hoy las aguas son
claras y los peces se acercan a los bañistas. Si alguna sirena se
aventurara por este litoral, para curiosear cerca de nuestro barco,
escogería sin duda alguno de estos fondos.
Este verano
cayó en mis manos “La familia animal” (4), otra historia
con sirena. Ella es libre, inteligente, espontánea y alegre. Se deja
sorprender y disfruta de las cosas pequeñas de la vida. Mantiene
fluidamente su relación de pareja, sin perder su espacio. No es un
relato heroico, no hay nadie con quien luchar, nada que reparar. Solo
vivir el momento.
Por mi
experiencia vital puedo contestar algunas preguntas: a veces los
cuentos, como en la vida, no terminan bien y que las relaciones entre
hombres y sirenas, son difíciles, pero posibles. Pero después de
leer y contar muchos cuentos, ignoro cual es la verdadera naturaleza
de las sirenas. Solo sé que las hay de muchas clases: míticas y
efímeras,
adolescentes y adultas,
malvadas y bondadosas, felices e infelices, y podría añadir muchos
más adjetivos. A veces son una mezcla de varios de ellos. Quizá
haya tantas como los autores, lectores, narradores u oyentes, recrean
cada día.
Hoy el Mar
Menor, no tiene sus fondos de arena, formando microdunitas, ni sus
aguas transparentes, no hay zorros viviendo bajo sus piedras, ni
cangrejos paseando por la playa, ni caballitos de mar nadando en sus
aguas (sí, sé que hay intentos de repoblación, pero es que lo veo
difícil). El medio se ha degradado, el fondo ha quedado colonizado
totalmente por el alga conocida popularmente como oreja de liebre y
sus aguas han sido invadidas por las medusas. Las hay a miles. Si
ofrecieran la suficiente flotabilidad, en algunos días de verano, se
podría ir caminando sobre ellas, como poco, desde Los Alcázares
hasta la isla Perdiguera (5), y aunque la mayoría no tienen
tentáculos urticantes, de vez en cuando se cuela alguna que sí (en
fin, eso son cuentos de miedo, y de eso hablaremos otro día).
Siempre que
navego, nado o buceo, busco rastros de sirenas, ya que creo
firmemente que existen y no pierdo la esperanza de encontrarme con
ellas. De lo que he perdido completamente la esperanza es de
encontrar un solo caballito de mar en mi ahora tristemente
deteriorado, y aún bello, Mar Menor.
Carmen
Clemente Abenza (Lorquí, 1958). Cuentacuentos especializada en
tradición oral y género. Actriz y guionista. Su último guión,
para espectáculo de danza, será estrenado en Teatro Circo de
Murcia, el 6 diciembre 2012. Ha sido antologada en Los
martes de luna llena. Ha publicado en Ágora papeles de arte gramático..
(1) “Piel de foca, piel del alma”,
versión de Clarissa Pinkola Estés, de su libro “Mujeres que
corren con los lobos”.
(2) “El príncipe Alí y la reina de
las sirenas”. Versión de Ana Cristina Herreros, de su libro
“Cuentos del Mediterráneo”. SM
(3) “La esposa sirena”. Versión
recogida por Italo Calvino en su libro “Cuentos Populares
Italianos”. Siruela.
(4) “La familia animal”. Randall
Jarrell. Alfaguara.
(5) El Mar Menor tiene cinco islas:
Barón, Perdiguera, Ciervo, Sujeto y Redondela.
Para comprobar lo que
digo sobre el deterioro del Mar Menor, solo tienen que acercarse a su
orilla.