Le costó mucho darse cuenta de que el único tesoro que
tenía que importarle lo tenía al lado. Ni todas las pesquisas ni todas
las indagaciones le darían una respuesta tan aplastante como la que le
habían dicho por activa y por pasiva sus amigos. que no hay mejor tesoro
que el que tienes al lado.
Ella
era paciente; sabía que al cabo del tiempo se daría cuenta de que
siempre estaba a su lado, tanto en las duras como en las maduras. Nunca
lo dejaría, ni ante el peligro y mucho menos en tiempos de paz.
Mientras
el lobo corría, ella no podía evitar sentir un ligero pellizco de
celos. El lobo parecía ser el centro del universo de él, y aunque lo
entendía, anhelaba ser la única que capturara su atención. Decidió que
era momento de mostrarle que ella también podía ser parte de su mundo
salvaje.
Con un salto
ágil, se unió al juego, imitando los movimientos del lobo. Se lanzó al
suelo y rodó, riendo mientras atrapaba la pelota antes que él. Su risa
resonó en el aire y, por un momento, la conexión entre los tres se
volvió palpable. Él la miró con sorpresa y admiración.
—No sabía que podías ser tan rápida —dijo, dejando entrever una chispa de interés en su mirada.
Ella
sonrió, sintiendo que había logrado captar su atención. Era el primer
paso para demostrarle que no solo era su compañera en las misiones, sino
también en la aventura del día a día. Con cada ladrido y cada risa
compartida, se acercaban más a ese vínculo que ambos deseaban explorar.
Continuará...
M. D. Álvarez