Rafael
Pinedo
Frío
Salto de página, 2011
Cuando leí Plop de Rafael Pinedo (1954-2006) tuve
la certeza de haber descubierto a un
autor genial, original y con un lenguaje propio, esta última una de las
características genéticas más difíciles de hallar en un narrador. Por esa
impresión tan positiva me aventuré a leer otra de sus novelas, en este caso Frío, para corroborar que aquella
primera senda literaria no fue un palo de ciego sino la voz propia de Pinedo.
Una voz y un tono que tanto en esta como
en aquella primera novela se asemejan en un paralelismo que hace que ambas obras
ser caras de una misma moneda. Igualmente, el tema en torno al que articulan los
dos relatos (también habría que incluir en esta constelación Subte) es, según palabras de su autor,
el de la destrucción de la cultura.
Frío
arranca en una especie de futuro postapocalíptico y extraño asediado por una
oleada de nieve interminable que parece haber destruido la civilización. Toda
la acción se desarrollará en un convento abandonado en el que solamente permanece
una joven muchacha junto a su soledad y las ratas. Esta economía de personajes,
acciones y ambientes es una de las claves para entender la intención de Pinedo.
A través de la escasez nos muestra la escasez. Su método de condensación, de
depuración y de elipsis es aplicado igualmente al lenguaje, a los nombres y
longitud de capítulos y a todos los aspectos, tanto textuales como
argumentales, de esta concisa nouvelle. Pero
la novela, de levedad argumental, debe ser entendida como una sutil metáfora de
la precariedad de la existencia con todo lo que ello conlleva. La protagonista,
sola en el mundo con las ratas y con su limitado bagaje cultural deberá rehacer
su existencia y luchar por sobrevivir. De este modo,
asistimos a una recreación de ritos personales y reinvención de ceremonias
religiosas cargados de brutalidad, espontaneidad y lobreguez. A través de su fe
en Dios, de su creencia en la superioridad del espíritu frente a la carne,
instituye un oscuro culto a un inventado ‘Cristo de las ratas’, con los
roedores como únicos feligreses. Esta forma de enfrentarse al mundo es
igualmente aplicada a otras facetas de la vida: debe aprender a cazar, a
defenderse, en definitiva, a resistir la soledad y el frío, el miedo y la moral
atenazadora que la subyuga. Ya que la cultura ha sucumbido, parece exponer
Pinedo, el hombre necesita asirse a ritos y ceremonias que lo humanicen, que
den sentido a su existencia. Además del hambre y el eterno invierno, otro
fantasma que la acecha es el despertar sexual; teniendo en cuenta que nuestra
protagonista en una veinteañera sin experiencia ni guía, es fácilmente
comprensible su extraña actitud, sus reacciones de repulsión y contención ante
sus ensoñaciones eróticas.
A pesar de la hostilidad
del mundo gélido y desolado que propone Pinedo en esta novela, comprendemos que
los verdaderos enemigos brotan desde adentro de nosotros mismos: la necesidad
de relacionarnos, el miedo, la locura, los tabúes, la fragilidad psíquica.
Todos los temas que aquí
encontramos (sexualidad, violencia, soledad, supervivencia en un mundo
distópico…) ya fueron tratados en Plop,
quizá con mayor acierto, crudeza y veracidad. No obstante, hay que reconocer
que Rafael Pinedo ha sabido crear un mundo propio y hacer que sus lecturas sean
desasosegantes, inquietantes, impactantes y muy recomendables.
Pedro Pujante
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