Los planetas de Holst.
Alacena Roja
Editorial, 2013.
La primera publicación poética siempre implica un
punto de «no retorno». Sólo conozco a Santiago González Carriedo a través de
este poemario (le preceden dos novelas previas que espero conseguir) y por los
breves apuntes biográficos que he reunido: sus diversas experiencias vitales,
sin duda, se plasman en estos personalísimos versos publicados por Editorial
Alacena Roja.
El lector encontrará una apuesta lírica valiente,
plural y compacta. Toma como referencia la famosa suite de siete movimientos
del compositor Gustav Holst y captura la magia de esta pieza para gran
orquesta; transmuta en verso sus elementos más significativos, en un homenaje
contemporáneo y profundamente personal. No estamos ante una mimesis
inspirativa, por supuesto, sino en la recuperación de un tema que canta al
misterio de la realidad cognoscible desde una mirada creativa y exigente, nada
común en los tiempos que corren.
En perfecta emulación de la regla hermética de la
astrología renacentista (Así arriba, como abajo)
navegaremos por una narración a dos voces, distinguidas por la tipografía (en
ocasiones, también por la ausencia del orden lógico o de la elipsis en la
misma). Se alterna el mundo cósmico, superior y simbólico, con el de los
sucesos emocionales y táctiles, cercanos. Ambos, sin embargo, influyen en la
reflexión del creador: su interpretación emotiva y posterior reelaboración bajo
su filtro. Esas realidades duales se encuentran profundamente interconectadas.
Los astros influyen en nuestros ánimos y comportamientos pero también generan
un principio de reacción recíproca: es la propia humanidad quien ha otorgado a
los planetas esas capacidades y les ha dado su nombre.
Mediante un estilo depurado se recupera el
espíritu telúrico de la sinfonía de referencia. El autor emplea sugerencias
metafóricas poderosas y un ritmo marcado y pertinente. El lector recorrerá los
planetas y, sin duda, se identificará con la visión cosmológica a la que se
canta en conjunto. La de Santiago es una poesía repleta de juegos y guiños: la
asociación lúcida, sonora y semántica, acompaña a las grandes preguntas que a
todos nos inquietan. El poeta también se aventura, con arrojo, en la referencia
metaliteraria (incluso musical y científica) mediante la habilidosa integración
de citas de otros autores en el propio texto.
Sin duda, éste es un poemario sobre el Amor con
mayúsculas, la energía motriz que mantiene el Universo girando y funcionando en
equilibrio. No obstante, como ocurre en un verso, en un poema, en un libro,
para que dicho equilibro tenga lugar se deben conjugar gran cantidad de
fuerzas, en ocasiones, opuestas. El Amor implica conflicto y destrucción: cada
uno tenemos nuestro destino en el eterno magnetismo y es nuestra misión
encontrarlo. Una labor alquímica que filósofos, científicos y místicos han
perseguido desde el comienzo de la historia. Sin embargo, es la perspectiva del
artista, del poeta, la que más se acerca a la salida de esa caverna platónica
porque no trata de explicar los misterios, sino que los que canta y los alaba,
los necesita, los comprende disfrutándolos. Sin ellos, el alma no se conmueve,
la vida sería mucho más gris y menos plena.
Suele comentarse que la poesía es la autoayuda
de las mentes elevadas. Tanto si escudriñamos la bóveda celeste, como
el interior de nuestra alma en la más profunda cotidianidad, estos Planetas
de Holst de Santiago González seguirán influyéndonos, con
su danza lírica, en nuestras pequeñas vidas entre Marte y Venus.
Los influjos mágicos de los astros acaban en
Plutón, como última frontera: un fin indeterminado lleno de pérdida también
lingüística, literal, en ese vacío en expansión repleto de galaxias «preñadas
de estrellas y planetas». Una conclusión que lleva en su seno la aceptación
de la eternidad y el temor, el germen de lo nuevo, la magia solar de lo amado.
Un «punto de no retorno» comparable a una excelente primera publicación
poética.
Fernando López
Guisado.
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