—¿Qué coño va a estar bien? Solo a vosotros se os ocurre decirle que he caído. Bufó rabioso al grupo de soldados rasos que habían comunicado su caída a su dulce amor sin antes comprobarlo.
—Ahora me toca a mí presentarme ante ella y, sabe Dios, que se lo tomará por la tremenda y tendré que ser yo quien la calme.
—Pero
eso se te da muy bien, dijo Stuard riendo socarronamente y haciendo
gestos obscenos que llevaron a la hilaridad del grupo de soldados.
Aquello lo puso furioso, pero Stuard tenía razón; él sabía cómo calmarla.
—Esta visto, que sois incorregibles, y no os parto la cara de milagro, siseó airado..
—Tú
eres el más cabrón de todos, Stuard, créeme que no se me olvida que
fuiste el primero en abrir la boca. Cuando volvamos al campamento, te
voy a dar una paliza que no la olvidarás ni en mil años —gruñó, con una
amenaza que solo la risa de los demás soldados conseguía aplacar.
Se
puso en pie, sacudiéndose el polvo del pantalón, y se pasó una mano por
el pelo, alborotado. Sabía que su furia no tenía mucho sentido, que la
culpa era suya por haber desaparecido sin dejar rastro durante días, y
que la preocupación de ella era más que justificada.
—¿Y ahora qué? —preguntó Stuard, esta vez más serio.
—Ahora,
me toca a mí ir a verla y, con un poco de suerte, no me matará a mí
antes de que pueda calmarla —respondió, con una sonrisa ladeada.
Sabía
que lo que le esperaba no iba a ser fácil, pero la idea de volver a
verla y de tenerla en sus brazos de nuevo, le hacía olvidar por completo
la ira que había sentido hacia sus compañeros. La amaba y eso era lo
único que importaba.
—¡Buena suerte, Sargento! —gritaron al unísono, a modo de despedida.
Él
se giró y les dedicó un gesto obsceno, riéndose en el proceso. Sabía
que, a pesar de sus bromas, eran una buena compañía y que los quería
como a su propia familia. Y lo mismo podía decir de ella.
Emprendió
la marcha hacia el campamento, dispuesto a enfrentar la situación con
la valentía que lo caracterizaba. Sabía que, al final, todo iba a salir
bien. O al menos, eso esperaba.
M. D. Álvarez
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