Los
últimos días
Editorial
Gallo Nero, 2013
Raymond
Queneau (1903-1976) es uno de los escritores franceses más
originales que ha producido el siglo XX. Fundador del movimiento
experimental OuLiPo, taller de escritura potencial, es autor de una
vasta obra de ficción, poesía y ensayo.
Los
últimos días (1936) es una de sus primeras novelas, pero ya se
puede apreciar parte de su credo literario. De hecho, en este libro
advertimos esa intención o necesidad del autor por escapar del
encorsetamiento de la novela tradicional. Una búsqueda de
originalidad, de abrir nuevas vías en el idioma francés para
situar la literatura en un lugar privilegiado. Una tendencia que se
encuadra en la filosofía del OuLiPo y que, básicamente, trataba de
inventar nuevas fórmulas a través de la restricción, imposición
de normas y relaciones con las matemáticas para configurar textos de
múltiples lecturas.
Se
nombran en las páginas de esta novela, como de pasada, muchos de los
ismos de la época en la que fue escrita: surrealismo,
dadaísmo (corriente a la que se opone OuLiPo), etc. junto a otras
reflexiones filosóficas de sus personajes. Hay, en ese intento de
escapada de la rigidez narrativa, cierto flirteo con el humor, un
humor sutil y desenfadado que convierte las tramas (en realidad no
hay una trama definida o central) y a los personajes (seres
desdibujados que deambulan sin rumbo por París) en figuras y
situaciones leves, infantilizadas y sutiles. No obstante, y a pesar
de que todo parece diluido y de una sencillez palpable, se adivinan
esas líneas subterráneas que unen a unos protagonistas con otros,
en una secreta simetría que nos remite a una de las intenciones
ouliponianas de aunar matemática y literatura.
Los
personajes, tiernos y frágiles, se mueven, como decíamos, en una
trama inexistente. Aparecen y desaparecen. A veces coinciden, se
cruzan, conversan o mueren. Hablan unos de otros. En esa atmósfera
de irrealidad y tibieza, hay no obstante, una concomitancia con la
propia realidad, con esa insustancialidad de la propia vida que de
algún modo nos remite al Ulises de Joyce.
De estos héroes
anónimos destacan, por ejemplo, Alfred, camarero que proyecta
construir un sistema estadístico-adivinatorio con el que ganar una
fuerte suma de dinero en las apuestas de caballos. También es
memorable ese profesor que arrastra una culpa profunda por haber
enseñado geografía sin haber viajado jamás fuera de Francia. O
esos candorosos aspirantes a delincuentes en busca destartalada de
una estafa que parece no fraguar.
Algunos
capítulos se presentan en primera persona, en un monólogo interior
de sus protagonistas, exponiendo al lector los mismos hechos
acaecidos en episodios previos, pero sometidos a la subjetividad de
los mismos. Hay una libertad, originalidad y frescura en el lenguaje
de este libro que lo convierte en una lectura entretenida y distinta.
Un libro, sin aparente profundidad ni intención de trascendencia,
que transita entre la crónica urbana y la novela de personajes,
insuflado por un humorismo y una ambigüedad alentadores.
En
definitiva, una lectura recomendable para conocer a Raymond Queneau y
revisar el comienzo de una literatura experimental que ayudó a
cimentar, no cabe duda, el edificio de la novela contemporánea.
Pedro Pujante
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