Donde se guardan los libros
SIRUELA, 2011
Quienes ya conocen
a Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) de sobra saben que es un periodista
bibliófilo, voyeur de bibliotecas y
apasionado de la literatura. Estos tres atributos son al menos los que nos
conciernen e interesan como lectores-observadores de este interesante volumen
titulado Donde se guardan los libros,
es decir, las bibliotecas.
Realiza Marchamalo
un paseo por las bibliotecas personales de veinte autores españoles contemporáneos:
Pérez-Reverte, Vila-Matas, Landero, Gamoneda, Vargas Llosa, Trapiello, Merino, Javier Marías, Fernando
Savater... Cada biblioteca es distinta de la otra pero en casi todas se respira
el mismo ambiente de amor denodado hacia los libros, la pasión manifiesta por
la literatura y el asedio, a veces implacable, de estos libros, de la letra
impresa encajada en multitud de volúmenes que se van apoderando del resto de la
casa y la van tomando lenta pero inexorablemente, que diría Cortázar. Explican,
en este sentido Vargas Llosa, Antonio Gamoneda o José María Merino, que son
incapaces de tirar un libro, lo cual hace en algunos casos que la biblioteca se
torne jungla inexpugnable e invasora.
Cada biblioteca, a
pesar de sus similitudes, es distinta de la otra. Algunas están regidas por el
orden, como es el caso de la de Javier Marías, quien asegura que, a pesar de
que posee libros inencontrables o una primera edición del TristramShandy firmada por el propio Sterne, no es un bibliófilo: ‘nunca compraría un libro que no estuviera
dispuesto a leer’ afirma el escritor madrileño, autor de una de las mejores
traducciones de esta emblemática obra. A Zúñiga le ocurre, como a muchos otros,
que los libros le desaparecen, quizá diluidos por el exceso; y otros como Francisco
Rico prefieren donarlos a su universidad. Comenta Luis Mateo Díez que tuvo que
comprar un ejemplar de El jardín de los
Finzi-Continisabiendo que ya lo tenía porque era incapaz de dar con él.
Quién sí se presenta como un bibliófilo es Luis Alberto de Cuenca, quien ya de
joven sufrió una decepción al tratar de comprar sin éxito un ejemplar de Doctor Jekill y Mr Hyde que había visto
el día anterior: el librero la había vendido ya. Las palabras de Abelardo
Linares, editor y librero, nos sirven para hacernos una idea de su biblioteca:
‘Desengañate, Luis Alberto, tu casa es ya
una librería de viejo’.
Algunos escritores,
como Carmen Posadas, optan por anotar
cada libro, subrayarlo o incluso
desarmarlo hasta hacerlo un manojo de hojas sueltas, como es el caso deLuis
Landero. Landero además tiene una biblioteca móvil en el maletero de su coche. Otros
prefieren nomanchar o marcar los libros con anotaciones. Vargas Llosa, quien
posee una infinita biblioteca repartida por diferentes ciudades, tiene la
costumbre de puntuarlos. Ficciones de
Borges obtuvo un 19. Hoy, confiesa Vargas Llosa, le pondría un 20.
Los libros de
todas estas dilatadas bibliotecas
parecen remitirnos a una sola biblioteca de Babel que contuviese el universo y
todas las literaturas existentes. Libros desordenados, alineados
simétricamente, en orden alfabético o por nacionalidades o idiomas. Libros
nuevos y actuales o viejos y clásicos, que en el caso de Clara Janés, deben ser
leídos con una mascarilla debido a su alergia al polvo.
Al final de cada
capítulo de este singular y curioso libro, a mitad de camino entre la
entrevista y el ensayo, se ha interrogado a estos veinte escritores sobre sus
obras literarias preferidas en tres categorías: universales, contemporáneas (a
ser posible en español) y propias. El resultado es otra biblioteca sugerente e
interesante que el lector curioso no dejará de apreciar.
Este paseo por
veinte bibliotecas es además un viaje por los recuerdos de sus dueños, por la
memoria literaria y vital de amantes de la literatura y su relación más íntima,
apasionada y privada; una invitación por sus más personales laberintos, ya que
como afirmó Richard F. Burton, el hogar es donde se guardan los libros.
Pedro Pujante
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