viernes, 4 de octubre de 2013

Frío, de Rafael Pinedo (Reseña nº 556)



Rafael Pinedo
Frío
Salto de página, 2011

Cuando leí Plop de Rafael Pinedo (1954-2006) tuve la certeza de haber descubierto  a un autor genial, original y con un lenguaje propio, esta última una de las características genéticas más difíciles de hallar en un narrador. Por esa impresión tan positiva me aventuré a leer otra de sus novelas, en este caso Frío, para corroborar que aquella primera senda literaria no fue un palo de ciego sino la voz propia de Pinedo. Una voz  y un tono que tanto en esta como en aquella primera novela se asemejan en un paralelismo que hace que ambas obras ser caras de una misma moneda. Igualmente, el tema en torno al que articulan los dos relatos (también habría que incluir en esta constelación Subte) es, según palabras de su autor, el de la destrucción de la cultura. 

Frío arranca en una especie de futuro postapocalíptico y extraño asediado por una oleada de nieve interminable que parece haber destruido la civilización. Toda la acción se desarrollará en un convento abandonado en el que solamente permanece una joven muchacha junto a su soledad y las ratas. Esta economía de personajes, acciones y ambientes es una de las claves para entender la intención de Pinedo. A través de la escasez nos muestra la escasez. Su método de condensación, de depuración y de elipsis es aplicado igualmente al lenguaje, a los nombres y longitud de capítulos y a todos los aspectos, tanto textuales como argumentales, de esta concisa nouvelle. Pero la novela, de levedad argumental, debe ser entendida como una sutil metáfora de la precariedad de la existencia con todo lo que ello conlleva. La protagonista, sola en el mundo con las ratas y con su limitado bagaje cultural deberá rehacer su existencia y luchar por sobrevivir. De este modo, asistimos a una recreación de ritos personales y reinvención de ceremonias religiosas cargados de brutalidad, espontaneidad y lobreguez. A través de su fe en Dios, de su creencia en la superioridad del espíritu frente a la carne, instituye un oscuro culto a un inventado ‘Cristo de las ratas’, con los roedores como únicos feligreses. Esta forma de enfrentarse al mundo es igualmente aplicada a otras facetas de la vida: debe aprender a cazar, a defenderse, en definitiva, a resistir la soledad y el frío, el miedo y la moral atenazadora que la subyuga. Ya que la cultura ha sucumbido, parece exponer Pinedo, el hombre necesita asirse a ritos y ceremonias que lo humanicen, que den sentido a su existencia. Además del hambre y el eterno invierno, otro fantasma que la acecha es el despertar sexual; teniendo en cuenta que nuestra protagonista en una veinteañera sin experiencia ni guía, es fácilmente comprensible su extraña actitud, sus reacciones de repulsión y contención ante sus ensoñaciones eróticas.

A pesar de la hostilidad del mundo gélido y desolado que propone Pinedo en esta novela, comprendemos que los verdaderos enemigos brotan desde adentro de nosotros mismos: la necesidad de relacionarnos, el miedo, la locura, los tabúes, la fragilidad psíquica. 

Todos los temas que aquí encontramos (sexualidad, violencia, soledad, supervivencia en un mundo distópico…) ya fueron tratados en Plop, quizá con mayor acierto, crudeza y veracidad. No obstante, hay que reconocer que Rafael Pinedo ha sabido crear un mundo propio y hacer que sus lecturas sean desasosegantes, inquietantes, impactantes y muy recomendables.

Pedro Pujante

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