Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

jueves, 22 de mayo de 2025

Selección poética de Claudia Albaladejo

Cicatriz permanente
El verdadero amor termina y empieza con la muerte.

Cuando esa persona lo ha significado todo y, de pronto,

lo único sólido que permanece es la nada,

ese abismo donde antes habitaban los abrazos, las miradas.

Los recuerdos, que al principio son tan vivos,

se convierten en agua evaporada con el paso de los años,

suben al cielo, mojan las estrellas, y por eso brillan,

porque se componen de recuerdos olvidados.

Ya no hay piel, ni olor a bosque, ni el eco de una risa.

Las canciones que un día bailaron juntos se vuelven tabú,

ritmos prohibidos que temes tocar por miedo a quebrarte.

Piensas que esa persona fue lo mejor que te pasó en la vida,

tanto que, un día, decides tatuarte su nombre o su cara en las

costillas,

como un recordatorio grabado en tu carne,

una certeza de que ahora, en la distancia,

jamás podrá decepcionarte.

Sabes que lo querrás el resto de tu vida,

con todo lo que eres, con cada fibra de tu ser,

y cada noche te sientes morir un poco,

aunque resulte contradictorio,

pues el corazón sigue latiendo.

Y ahora lo comprendo: el verdadero amor es la muerte,

que se lo lleva todo,

los problemas, el dolor, las lágrimas.

Pero también se lleva la justicia,

pues nadie merece partir,
nadie debería irse cuando aún queda tanto por decir.
Y aun así, se va.

Se va y solo deja el recuerdo,

un destello que algún día brillará más suave,

cuando la pena persista, pero se vuelva menos aguda,

como una herida que el tiempo suaviza,

aunque nunca sana por completo.

Porque, sí, con el tiempo, todo suele doler menos,

pero esto no.

El dolor de su partida sigue supurando como el primer día,

un latido mudo que quema y no cede,

una ausencia que, aunque se acostumbre,

no deja de desgarrar.

Por favor, vuelve,

aunque sea en un sueño, en un susurro,

vuelve, porque aquí seguimos esperando,

ciegos, anhelando, como el primer día,

el eco de lo que fuiste.


Sábado noche

Estoy anclada en este lunes eterno y

Desilusión hace años que se apoderó

de mi cuerpo.

Estoy cansada de esperar mi momento.

De pensar; estas nubes pasaran y

la calma llegará.

Vivo en la oportunidad ideal que nunca
llega a ser real.
Es casi una utopía. Asusta. ¿Verdad?

Tiempo y Destino acordaron asfixiarme

con la almohada de suspiros.

Tristeza inunda mi alma y marchita

las caléndulas que florecen en el jardín.

Me hice amiga del monstruo que

vive debajo de mi cama.

Ahora compartimos miedos y sueños,

aunque de esto último menos.

Algunas noches me pregunta

si habrá vida antes de la muerte.

Y yo, que siempre tengo respuestas

para todo, no sé que decir.

Me encuentro perdida en un océano

de dudas.

Ignoro cual es mi camino en esta vida,

tan siquiera se si existe un camino,

si todo es un jodido mar asfixiante

con islas de respiro.

Miedo disparó dos balas a mis

preciosas alas negras y ya hace

siglos que no vuelan.

Cupido me ofreció sus flechas

pero mi corazón era entonces

una armadura de navajas.

Me ofreció después veneno y bebí.

Hoy fue peor que ayer y esta

noche estoy mirando las estrellas,

porque hasta el más ateo mira

el cielo cuando le duele algo.

Por si acaso.

Y entonces yo, una vez más,

suplico de rodillas,

llegar a ser algún día,

un sábado noche fugaz.



Gracias por la herida

Mis amigos no sabían de ti
pero mi hermano sí.

Y a veces siento que es la única parte de mí

que nunca me juzgaría.

Hablaba sobre ti con quien yo más

amaba en el mundo.

Quiero dejar de pensar que fuiste

alguien que me quiso de verdad.

Porque si así fuera, nunca

te habrías ido.

Quiero dejar de alimentar la idea de que

no debería extrañarte porque

no fuimos sinceros al final.

Quiero dejar de recordar con cariño

nuestra manera tan dolorosa de decir adiós.

Me debatía entre esperarte cinco meses

o no hacerlo nunca más.

Y elegí seguir con mi vida

sin esperar nada de ti.

No es por orgullo,

es que el alma se me caía en pedazos.

Ahora respiro.

Gracias por la herida.



Triste ciprés

La sombra del ciprés se balancea sobre mi espalda,

de un lado a otro, atravesando mi alma.

Son cuchillos lanzados al viento,

no te acerques, no vayas a ahogarte

en la penumbra que llevo dentro.

Ciprés, triste ciprés, que ha perdido su color esperanza,

alza su torso al cielo, pero nadie lo alcanza.

Triste ciprés, que en su soledad se enraíza,

orugas y silencio le trepan, le habitan,

y en sus entrañas se enredan, tejidas.

Negro, negro como los sentimientos del delirio,

camino sin hallar salida,

sin rumbo en este inmenso laberinto.
¿Soy yo el ciprés?
¿O solo soy quien le acompaña en su desierto,
quien absorbe su sombra y se deja enloquecer?
Triste ciprés, tan solemne, tan bello,

y nadie lo sabe ver.

La vida comienza y termina

bajo la sombra de este ciprés eterno,

testigo del tiempo, guardián del silencio,

 

Claudia Esperanza Albaladejo González, San Pedro del Pinatar, 2005. Un tranquilo rincón de Murcia donde aprendió a mirar el mundo con atención y sensibilidad.
Desde muy pequeña convive con la artritis idiopática juvenil, una enfermedad que marcó si vida. Esa experiencia le enseñó a vivir con lo invisible: el dolor, el cansancio, la fortaleza silenciosa.
Esa misma profundidad se refleja en su forma de observar, de escribir y de estar con los demás.
Actualmente estudia Logopedia en la Universidad de Murcia, buscando dar voz a quienes la han perdido.
A los 17 años publicó su primer poemario, "Seremos mariposas en el infinito" donde ya mostraba su mundo interior.
En 2025 presenta su segundo libro, "Abrir un silencio".
Ama los libros, el mar, el café con hielo, el pintalabios rojo y los detalles que otros pasan por alto.
Escribe como quien recoge pedazos de vida para comprenderse y tender puentes hacia los demás.

Redes: Ig: @claudiiaa_ag, @ojostristeess @abrirunsilencio. Facebook: Claudia Albaladejo González.



 

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