Sergio Chejfec
Mis dos mundos
Candaya, 2008
Leer a Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956) es siempre
una experiencia extraña y deliciosa. Uno no sabe qué derroteros tomarán sus
circunloquios. Precisamente, este libro que aquí comentamos es un circunloquio,
un paseo en el que nos transporta a su mundo, a sus ‘dos mundos’. Una aventura
envuelta en la apariencia de lo trivial que esconde un sinfín de reflexiones
abordando un rico universo interior.
A mitad del libro nos da la clave para entender la
narración: ‘Los parques y paseos me
separan del tiempo y me instalan en una dimensión diferente, alterna…’ Eso
es lo que en cierta manera consigue con estos Dos mundos, llevarnos de paseo por un jardín público de Brasil e
instalarnos en otra dimensión, en su parque vivencial, literario, existencial.
En esta antihistoria, como decíamos, nos describe de un
modo naturalista un paseo que se torna experiencia sensorial, casi
extracorporal. La realidad es transfigurada en fantasía por medio de este
paseante walseriano, muy al estilo de la novela francesa sin argumento de Butor
o Grillet, pero con ese lenguaje y esa perspicacia tan únicos que convierten la
obra de Chejfec en un original planteamiento narrativo. Una lectura distinta,
que ya es bastante.
A lo largo de este recorrido, tenemos la impresión de
contemplar una historia cubista, una
pintura que el autor deconstruye en minúsculos destellos, ideas, imágenes, reflexiones, intuiciones,
ofreciéndonos un mosaico, un itinerario mental que nos sumerge en la geografía
interior, privada del narrador-paseante. Pero, lejos de aproximarnos al
protagonista, se transita por un camino inverso en el que cada vez se difumina
más su identidad, se pierde en sus cláusulas mentales, en la maraña que
vertebra su psicología. De hecho, nos llega a confesar que en las caminatas le
gana ‘una sensibilidad digital,
desplegante.’ Como si su entorno le envolviese y le desdibujase, le
transformase en ‘víctima de los primeros
tiempos de internet’, de esta nueva concepción de la realidad que no aliena,
y a la que de su examen no pasa desapercibida.
El paseo por
este libro es el paseo de un observador promiscuo. Un voyeur que se inmiscuye
con su mirada en los intersticios de la realidad más inescrutable, hallando las
conexiones, las ramificaciones que todo lo enlazan y que tienen su centro
neurálgico en el propio punto de vista. Una mirada, como decimos, privilegiada
en cuanto que se nos muestra profunda, sensible y de una habilidad para
descubrir la psicología secreta de los objetos, las personas, los animales
(sobre todo los pájaros)…
En su paseo habrá descubrimientos, una revelación para
el lector, igual que para el propio narrador: ‘…el mundo se transformó para mí. (…)…el universo se organizaba a
voluntad según relaciones siempre visibles.’
No estoy seguro si en esta reseña he conseguido
expresar lo que quería. La literatura es una experiencia incomunicable,
privada, única. Sergio Chejfec parece querer hablarnos de eso, pero lo hace con
un lenguaje tan acertado que llega a descifrar algunos enigmas, acercarnos de
algún modo a su universo interior y hacernos partícipe de sus libros, de sus
mundos, de su aliento íntimo. No sé si este libro es el mejor que ha escrito. La experiencia dramática, su última
novela, era más dinámico, con más relieve y argumento.
No obstante, en
este libro anterior previo también se intuye el original estilo de uno de los
más inquietos caminantes de la literatura actual.
Pedro Pujante.
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