sábado, 1 de febrero de 2014

Chocolat, de Joanne Harris (Reseña nº 602)



Joanne Harris
Chocolat
Duomo Editorial, 2013

«La panadería se abrió ayer. Pero no es una panadería. Cuando me desperté ayer, a las seis de la mañana, ya habían retirado la tela de protección que la cubría, estaban colocados el toldo y los postigos y levantada la persiana arrollable  del escaparate. Lo que antes era un caserón corriente y más bien destartalado, como tantos otros de por aquí, se había convertido en una especie de tarta roja y dorada que se recortaba sobre el deslumbrante fondo blanco. En los maceteros de las ventanas hay rutilantes geranios rojos y en torno a las barandillas se retuercen guirnaldas de papel crespón. Y coronándolo todo, un letrero de madera de roble en el que aparece el nombre de la tienda trazado con letra inglesa: La Céleste Praline. Chocolaterie Artisanale»

En el pequeño (y conservador) pueblo francés de Lansquenet-sur-Tannes soplan vientos de cambio que arrastran consigo un seductor aroma capaz de evocar tierras lejanas y exóticas. La dulce fragancia recorre las calles, penetrando en los humildes hogares de sus vecinos quienes, incapaces de resistirse, buscan el origen hasta encontrarse frente al escaparate de la chocolatería recientemente inaugurada. Un negocio atípico dentro de aquella comunidad, acostumbrada a la privación y, sobre todo, al castigo. La propietaria advierte la presencia. Su sonrisa es una invitación que no necesita ser pronunciada para vencer la reticencia inicial y entrar. Al cruzar el umbral son recibidos con una taza de chocolate caliente que consigue hacer desparecer el frio del cuerpo, así como un inmenso vacío del alma que desconocían hasta que Vianne Rocher nos ofreció aquel refugio elaborado con cacao. 

«Chocolat» es una fábula gastronómica sobre la felicidad a través de los pequeños detalles, una oda al amargo fruto que endulza nuestras vidas, proporcionándonos un placer tan intenso como efímero. Joanne Harris nos ofrece una novela deliciosa, los sutiles matices de su prosa estimulan los sentidos del lector, tal y como ocurría en «El perfume» (Patrick Süskind), para obsequiarlo con una lectura irresistible. Un libro que no puede devorarse a grandes bocados, sino saboreado lentamente, dejando que las palabras evoquen texturas, olores y sabores hasta conseguir el éxtasis literario. 
«La mezcla de perfumes del chocolate, la vainilla, el cobre caliente y el cinamomo provoca mareo, está cargada de sugestiones, transmite ese deje duro y terrenal de las Américas, el aroma caliente y resinoso del bosque tropical. A través de él viajo ahora, como hicieran en otros tiempos los aztecas con sus inquietantes rituales: México, Venezuela, Colombia. La corte de Moctezuma. Cortés y Colón. El alimento de los dioses, burbujeante y espumoso, servido en tazones ceremoniales. El amargo elixir de la vida»

La autora evoca la magia tras los gestos más sencillos y, aparentemente, fútiles, así como el efecto que son capaces de obrar en las personas. Una caricia, un bombón, una palabra amable, un trozo de tarta de chocolate, una sonrisa, una humeante taza de cacao, un poema… Por esta razón Francis Reynaud, párroco de Lansquenet, rechaza la presencia de Vianne Rocher y su negocio. 

El cristianismo asocia el origen del pecado con la comida. En aquella ocasión, la tentación procedió de una simple manzana, ahora Reynaud debe enfrentarse a un alimento empleado antiguamente en ceremonias paganas para adorar a falsos dioses. La gula convertida en un culto en el que, poco a poco, sucumben sus feligreses. 

Precisamente, «Chocolat» denuncia la intolerancia social. Los sermones dominicales del padre Reynaud transmiten a la comunidad un mensaje la obligación de mantener las buenas costumbres que siempre la han regido para preservarla ante amenazas externas, como los gitanos. Es entonces cuando comprendemos que la rivalidad establecida entre ambos es consecuencia de los celos del primero hacia la segunda, porque la apatía, incluso el desprecio, hacia sus parroquianos explica la desazón ante los cambios que se están produciendo desde la llegada de Rocher. Obsérvese el rechazo hacia Serget Mustac, quien maltrata constantemente a su esposa, Josephine, pero él consiente (y justifica) amparándose en el sacramento del matrimonio. O la negativa de aceptar que los animales tengan alma, cuando sabe que le proporcionaría un consuelo  a Guillaume Bierot tras conocer la enfermedad incurable de su mascota. Por el contrario, Vianne Rocher no realiza juicios de valor y permite la entrada en su particular santuario a todo el mundo, sabiendo que necesita cada persona solo con observarla y proporcionándoselo envuelto en brillante celofán y vistosos lazos de colores.

De hecho, incluso se permite el lujo de realizarle pequeñas bromas al obsequiarlos con: «Una docena de mis mejores buitres de Saint-Mâlo, pralinés pequeños y planos tan parecidos a ostras obstinadamente cerradas»

Curiosamente, las diferencias existentes entre ambos personajes se complementan. De ahí que la narración en primera persona se intercale entre Francis Reynaud y Vianne Rocher a fin de equilibrar el tono de la novela. Este contraste de las percepciones viabiliza un tratamiento múltiple de la historia, sin incurrir en prejuicios y conservando la objetividad durante todo el relato. Es cierto que experimentamos un mayor aprecio por algunos personajes, aunque todos poseen una imperfección atractiva que los convierte en personas reales y cercanas a cualquiera de nosotros. 

A pesar de la sugestiva presentación, Joanne Harris no consigue dar una conclusión satisfactoria para algunos, incluso resultan decepcionantes. La autora evita cualquier enfrentamiento, optando por un final edulcorado. Posteriormente escribiría «Zapatos de caramelo» y «El perfume secreto del melocotón», resolviendo muchas de las líneas argumentales que habían quedado aplazadas  en esta novela. Es decir, si «Chocolat» hubiese sido un libro con principio y final, quedaría la impresión de que adolece de un desarrollo coherente, especialmente durante los últimos capítulos. 

«Chocolat» es una pequeña delicatesen literaria concebida para disfrutarse durante toda su lectura de forma pausada para conseguir «un placer que sólo dura un momento y que únicamente unos pocos pueden apreciar plenamente». Es cierto que algunos detalles endulzan de forma innecesaria una historia con un fondo amargo, Joanne Harris nos obsequia con una novela absolutamente irresistible. Disfruta del postre. 

Mª del Carmen Horcas López

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