Con
la precocidad de un David Leo
del
S. XIX (no tan guapo)
entraba
Juan Ramón al verso a trapo,
desde
Moguer, al Foro fariseo.
Preso
de nubes, de Darío reo,
cayó
de un burro y engendró un guiñapo
mitad
prodigio y otro tanto sapo,
lejos
del pie que argenta el Lilibeo.
¿Por
qué me cuesta tanto amar a un burro
peludo,
de algodón, si vivo en prosa?
¿Por
qué con su cuadrúpedo me aburro
si
la lírica pura encuentro hermosa?
Vida
y poesía son la misma cosa:
quizás
lo de narrar no era su curro.
Luis Miguel Rubio Domingo
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