Mircea Cărtărescu
Las
bellas extranjeras
Impedimenta,
2014
En
la nouvelle que da título al volumen nos cuenta el propio Mircea Cărtărescu que
‘el artista es una cinta de Moebius en la
que por un lado desfila la cultura (…) y por otro la locura, las tendencias
autodestructivas (…)’ No es esta sentencia ajustada a lo que me gustaría
resaltar de Cărtărescu pero me sirve para apuntar la dualidad del artista y
delimitar esa frontera que se extiende entre el narrador onírico, intuitivo e
hiperbólico de Cegador o Nostalgia y el autor ácido, cómico,
irónico y fatalmente divertido de Las
bellas extranjeras.
En
más de una ocasión ha declarado el autor rumano que solo le interesa escribir
sobre sí mismo. De hecho, las tres
historias que componen este libro están narradas en primera persona, siendo el
propio Cărtărescu -el autor rumano de cierto renombre en algún caso, o joven
escritor en ciernes en otro- el gran protagonista de todas ellas.
En
el primer relato titulado <Ántrax> nos introduce en una hilarante y casi
surrealista historia en la que recibe un paquete sospechoso. Irá a la policía y
desde entonces se verá inmiscuido en una peripecia de lo más cómico, con
personajes pintorescos, casi caricaturizados y que, si tenemos en cuenta que
posiblemente este suceso acaeciera en la realidad, cobra tintes demenciales,
pero totalmente cómicos. Una aventura cotidiana que nos presenta una realidad distorsionada, cercana al mundo del
cómic pero que en la Bucarest actual no esté reñida con la cotidianidad.
Resultará
que la carta proviene de un enajenado artista moderno cuyas esperpénticas y
últimas intenciones deberá desvelar el lector adentrándose en esta pequeña
pieza de corte autobiográfico pero que, contada con tanta frescura y
naturalidad, parece subvertir todos los cánones de la literatura confesional o
memorística. También, aprovechará Cărtărescu para dar un varapalo a todos los
estamentos de su Rumanía natal: desde la administración pública, la policía,
pasando por el mundo periodístico, hasta alcanzar de lleno al ámbito literario.
De
hecho, la gran bofetada se la lleva el mundo de las letras en la segunda pieza
de esta curiosa antología: <Las bellas extranjeras>.
Es
invitado, junto a once escritores de su país, a una visita cultural a Francia.
Allí se verá envuelto en una serie de situaciones de lo más variopintas.
Enredos provocados por desencuentros culturales, malentendidos lingüísticos y
otros tantos incidentes que se jalonan en su periplo francés.
De
camino, aprovechará para hacer ‘comentarios’ sobre el mundillo de la cultura en
general y de la literatura en particular. Nos contará también otras escalas en
su periplo literario-vital. Por ejemplo, aquella vez que viajó a un curioso
pueblo de Italia a recoger un premio. La gala se celebró en un centro penitenciario
de máxima seguridad; allí mantuvo una conversación con una interesante
enfermera que resultó ser una de las enfermas mentales recluidas en el centro.
Los
escritores rumanos, al igual que los periodistas novatos, los incultos
presentadores de televisión y muchos
otros miembros del colectivo de la Cultura, no quedan indemnes a la pluma
satírica de este Cărtărescu fresco y desenfadado, irreverente y mordaz. Destila
veneno, pero lo hace con un amargor tan sutil, divertido, natural y sincero que
no podemos dejar de encariñarnos con él e incluso apiadarnos por todos los
desmanes a los que ha sido sometido en su carrera de escritor. En varias
ocasiones llega a afirmar que lo único que no se le perdona a un escritor entre
sus congéneres es el éxito. Ciertamente, si el éxito está reñido con la
calidad, Cărtărescu es uno de los más exitosos escritores de nuestros tiempos,
y me temo que, también el más odiado.
La
última pieza, la más breve y titulada <El viaje del hambre> se inscribe
en el mismo itinerario que las anteriores: ironía, lenguaje coloquial, estilo
directo y nada artificioso y mimbres autobiográficos, esta vez apuntando a la
más temprana época de escritor.
Para
conocer totalmente el mundo literario de Cărtărescu hay que pasear por estas
desternillantes líneas en las que se desentiende de su solemnidad más lírica,
de su onirismo barroco y de su densidad metafísica, y se limita a diseccionar sarcásticamente el
mundo cultural en el que ha tenido que subsistir.
El escritor es un ser solitario pero que debe
darse, lamentablemente para tímidos e introvertidos como nuestro Mircea, al
mundo. Afortunadamente, el horror y los malos tragos han sido transformados en
ironía, en pasatiempo, en definitiva, en literatura de mucha calidad y más divertimento.
Un
Cărtărescu diferente, su otra mitad.
Pedro Pujante
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