Habitamos temporalmente una caja
metálica, debe poseer remaches y soldaduras eficaces en todos sus ángulos, pues
no se filtra ni una grieta de luz. El artefacto, en su exterior, lleva pendientes
de techo y paredes cuerpos en descomposición, carroñas consumidas, no se saben si humanas o animales, aunque
saberlo no proporcionaría ninguna diferencia. No sobraría decir que la caja es
también rodante, montada sobre 4 o 6 ruedas (no observe lo suficiente al
subirme) no simétricas del todo, a deducirlo por los sobresaltos a intervalos y
la dirección esporádicamente extraviada que describe el vehículo. El interior,
totalmente aséptico y oscuro, en contraste con el día de hermosa luz en que lo
abordamos.
El tedio produce a veces deliciosas y aberrantes
distracciones desperadas. Nos hemos enumerado concluyendo ser 79. Desde luego
nadie se ha aventurado, en arrogante pedantería, a proferir en voz alta un
número determinado y asumir, en un exceso de fe, que otra voz encarnará el
número consecutivo. No, lo que ha sucedido tiende a ser más sutil. Supongo que
no podríamos saber quien comenzó, pero se ha creado una cadena incesante, en la
que por medio de toqueteos y manipulaciones en el cuerpo del receptor, es
transmitida una cifra precisa. El emisor debe tratar de codificarla solo a
través del tacto, y tal vez, si cuenta con suerte, por medio de uno que otro
olor. Sin embargo, no podríamos hablar de un código, pues no contamos con
signos establecidos ni la articulación propia de un sistema.
La caja parece estar repleta cuando lo que
sentís son cuerpos por todo lado, en tal
profusión, que la sensación del propio cuerpo se con funde con la de los
adyacentes. Aunque también hay momentos en que no queda ningún contacto, ni
siquiera un roce esporádico, y llego a
sentir frio.
Se es emisor y luego receptor, es este el único
canon con que contamos. Además de no proferir palabra alguna, aunque esto es
más bien una contención natural. No podría precisar que hace diferentes a estos
contactos, si es su contundencia, su frivolidad o sutileza; su carácter ha de
ser diferente y excepcional en cada caso.
El momento en que comienzan a tocarte de tal manera
es imposible ignorar que se trata de tu mensaje; resistirse, ceder, entregarse,
puedes hacer lo que quieras, de cualquier forma terminaras por entender.
Después de la transmisión, que puede ser también trance prolífico en
sensaciones, se debe de inmediato retransmitir el mensaje, que no es otro que
la cifra que consideres consecutiva a la que a ti se te ha transmitido. Debe
tomarse de inmediato el cuerpo que más espontaneo se te figure deseable,
entonces hay tienes todo tu cuerpo y todo el otro cuerpo ajeno para hacerlo.
Juan Felipe Galindo Márquez. Cali, Colombia, 1979. Licenciado en Artes Visuales
de la Universidad del Valle, alterna la creación artística con la literaria.
Desde la niñez desarrolla la pasión por la lectura y comienza a escribir
cuentos y otros escritos en prosa, dicha escritura en la adolescencia se hace
compulsiva.
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