Lola Estal Hernández nació en Puerto de
Sagunto, y vive en Albalat dels Tarongers, Valencia. Se define como escritora
tardía, y en breve tiempo ha publicado una novela Los gatos de Santa Felicitas; una obra de cuentos, Cuentos de El Puerto; y un poemario, Momentos en gris. Redactora de las
revistas culturales Amaranto Cultural
y Acantilados de papel.
Una agradable mañana de domingo charlamos
en su casa de Albalat dels Tarongers, tras un paseo por la localidad, mientras
la sierra Calderona- que ella tanto quiere- nos contempla.
La fotografía es de Toñy Riquelme.
Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.
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Pregunta.- Novela, cuento y poesía. Sobre todo estos
dos últimos, publicados en Noviembre de 2013 (Cuentos de El Puerto) y en abril de 2014 (Momentos en gris). Tu vocación de escritora eclosionó al amparo de
la Calderona.
Respuesta.- Digamos que fue en este momento, al pie de estas montañas, cuando las
circunstancias se alían y ponen sobre la mesa de mi escritorio letras viejas,
(escritas con bolígrafo en cuadernos de gusanillo) haciéndose su propio hueco
entre las recientes, dictadas al teclado de mi ordenador. Con bastante tiempo
libre, me dedico entonces a organizar y pulir aquellos textos acumulados a lo
largo de los años y guardados en un cajón. Sin embargo, la vocación no es algo
nuevo, sino que es ahora cuando con más ahínco aflora.
P.- Nos cuentas en tu libro de cuentos que cuando los
escribías no tenías la intención de que vieran un día la luz.
R.- Efectivamente. Cuando yo escribí aquellos cuentos no pensé ni tan
siquiera que alguien, fuera de mi entorno, pudiera llegar a leerlos. Uno de
ellos El palacio sin techo, lo
presenté a un concurso que organizaba la Asociación de Mujeres Progresistas de
Baladre. Fue seleccionado junto con otros y publicados en un librito Trencant Silencis, editado por la misma
asociación. Yo escribía bastante pero publicar era una utopía. Algo impensable.
P.- Y algo parecido podemos decir de tus poemas, a los
que llamas “primeras descargas emocionales”.
R.- Con los poemas pasó exactamente igual. Eran mis descargas. Al llegar la
noche necesitaba aislarme de lo acontecido durante la jornada —entonces muy
movida, por la edad de mis hijos y los cuidados que precisaba mi madre— Quitaba
el volumen al televisor y cuando todos dormían me entregaba a mis ejercicios de
reflexión o a descargar lo que durante el día no podía comunicar a los demás.
Ahí estaba el cuaderno y el bolígrafo para escucharme con atención. Era algo
personal sin más pretensión que comunicarme, quizá, conmigo misma. Nunca estuve
segura de que aquello fueran verdaderos poemas. Aún no lo estoy.
P.- Algunos de los cuentos de Cuentos de El Puerto los
defines como una forma de terapia con la que atenuar tu impotencia o tu rabia.
R.- Dices bien. Hay uno en particular, El
pato doctorado que nace de la rabia, de la impotencia. De aquello han
pasado ya más de quince años, y la sanidad sigue mostrando sus dos caras. Por
un lado, contamos con excelentes profesionales de la medicina y con los medios
adecuados que puedan aliviar, si no curar, nuestras enfermedades; y por el otro
con los dictados de quienes dirigen esta Sanidad nuestra y que suelen estar en
continua genuflexión ante aquellos por los que han sido nombrados para el
cargo. Si se pueden evitar un diagnóstico diferencial o una prueba que suponga
un coste elevado a la administración, sin duda van a evitarlo. Si la cosa sale
mal, comienzan las carreras, el echar pelotas fuera, el mirar para otro lado.
Lo estamos viendo constantemente. Y no es debido a la tan manida crisis. Ésta
es solo la excusa para dejar de invertir en los servicios públicos y cederlos a
intereses privados. Hay que saber distinguir entre un error médico, y un total
pasotismo ante la atención a un paciente. Yo no tuve medios para luchar contra
ese pasotismo, el corporativismo y una mala gestión del tema no ayudaron a que
se hiciera justicia. Solo conté con la pluma para desahogar mi rabia.
P.- Y los poemas, que “son letras teñidas de gris”,
muchas veces un grito contra las injusticias que te rodean o que, como nos
cuentas en la contraportada, ves en televisión.
R.- Los poemas o letras teñidas de gris surgieron frente a la pequeña
pantalla o las noticias de la radio. En aquellos días los inmigrantes no
saltaban vallas, sino que llegaban en pateras. Eran muy frecuentes las noticias
sobre las mujeres que llegaban a nuestro país en busca de una vida mejor y se
daban cuenta, demasiado tarde, de que habían sido engañadas por los proxenetas.
También se escuchaban comentarios (se siguen escuchando) de personas que
miraban con recelo a estos inmigrantes, pero que, luego, se decantaban por
ellos a la hora de contratar sus servicios para distintos trabajos, por unos
sueldos o jornales bastante más precarios que los que hubieran tenido que pagar
de haber contratado ciudadanos españoles. No los querían cerca, pero se
beneficiaban de ellos económicamente.
Entonces
la apatía se abre camino en medio de la impotencia. Dan ganas de mirar para
otro lado. Si cierras los ojos y no lo ves, tal vez no exista el problema
cuando vuelvas a abrirlos. No lo comentas con nadie. Te limitas a “verlas
pasar”. Guardas tus palabras en el armario y con tu silencio provocas el
silencio de quien está a tu lado.
P.- Permíteme destacarte un cuento: “Cuando llora el alma”, tengo una
anotación en el libro: Bravo, volar, pico, VIH.
R.- Este
cuento fue anterior a Momentos. Fue
el primero. De esto hace ya mucho tiempo pero siempre he sentido un cariño muy
especial por esa joven que se deja llevar por la música en sus últimos
momentos. Alguien me dijo que por qué no escribía un cuento para un concurso
—precisamente de un municipio murciano—. Yo nunca había escrito ningún cuento,
tan solo alguna cosita suelta que luego guardaba por algún rincón. El tema del
concurso era libre y yo andaba muy perdida. Así que me asomé a la realidad de
unas horas en las que el Sida mostraba su rostro más cruel. Las adicciones de
los últimos años se aliaron para llevarse a un gran número de jóvenes. Sin
apenas pararme a pensar sobre qué iba a escribir me encontré llenando folios
con mi bolígrafo. Los pensamientos de una chica inexistente se colaron en los
míos. Poco a poco fui escribiendo sensaciones empleando para ello metáforas o
comparaciones que me resultaban muy cómodas de aplicar. Aquellas aves que la
niña encontrara en la literatura, aquellas otras, carroñeras de desagradable
aspecto —en referencia a los narcos—, el otro pico, el que se clava en la vena… Y esa clase de dolor que perfora
el alma aun sin ser consciente de poseerla. Y la total liberación al final del
camino. La figura de un abuelo se hacía necesaria, pues yo andaba todavía bajo
los efectos de la ausencia de mi padre que no pudo disfrutar de sus nietos.
Quería a un abuelo en aquel cuento.
Lo envié al
concurso, y al cabo de unos meses me fueron devueltas las tres o cuatro copias
que había enviado y, junto con ellas, una nota con el nombre del ganador y el
título de su obra. Pero lejos de deprimirme, me alegré de contar con aquellas
copias que repartí entre algunas amigas. Era mi cuento y lo recuperaba para mí.
Después llegaron otros.
P.- ¿Sólo cantando
a la pena se siente el poeta vivo?
R.- Creo
que es cuando el poeta más se desangra en el verso. Puede transmitir su rabia,
su amor y desamor, sus complejos… pero el verso más sublime brota cuando el
dolor es más profundo y, saliendo de las entrañas, se materializa con mayor
fuerza sobre el papel o el monitor del ordenador. Y siempre, en algún lugar,
habrá alguien que se identifique con ese dolor expresado en las letras de ese
verso. Creo que es ahí donde más se crece el poeta. Es mi opinión.
P.- Respecto a los lectores de esta entrevista debo
reconocerme un privilegiado, en el sentido de que he charlado muchas veces
contigo, nos hemos escrito, y sé del placer que vives donde ahora resides.
Deberían haberte escuchado mientras nos enseñabas los rincones de la Albalat.
La escritura, creo, ahora es para ti algo más que una terapia. Es algo que
necesitas.
R.-
Si antes era una terapia ahora es algo más. Puedo dedicarle más tiempo y, por
tanto, ir más allá de una descarga emocional. No es suficiente con hablar a los
folios de aquello que solo a mí me incumbe, sino que, previamente, me asomo a
la calle y observo a la gente. El tener que ir en el autobús a Puerto de
Sagunto me permite oír historias sobre lo cotidiano. Es un trayecto que a mí me
lleva alrededor de media hora, pero los pasajeros vienen desde otros municipios
del Alto Palancia para acudir a sus citas en el hospital de Sagunto. Me resulta
muy enriquecedor escucharlos. La calle es una gran fuente de inspiración.
Por
otro lado, intuyo que estoy en el lugar adecuado. Me despierto cada mañana
viendo cómo llega el sol desde el otro lado de las lomas y cómo va marcando el
perfil de los tejados de las casas. El cielo va cambiando de color y es algo
maravilloso que en mi casa de Puerto de Sagunto no podía contemplar. Luego,
cuando llega la hora de la puesta de sol, este parece derretirse en gran
cantidad de tonalidades por encima de las montañas de la sierra, justo donde
parecen juntarse las dos, la Calderona y la Espadán. Es un espectáculo
maravilloso que si puedo no suelo perderme. El municipio está rodeado de campos
de naranjos y el olor en primavera es fabuloso. No hay contaminación ambiental
ni acústica, y mi casa da a una plaza donde cada día acuden los niños pequeños
al final de la jornada escolar. ¡Qué más se puede pedir, si a todo esto se
añade el canto de los pajarillos que anidan en los dos grandes árboles de esa
plaza! Por eso me gusta llevar a mis invitados a dar una vuelta por el pueblo:
para compartir con ellos toda esta maravilla. Tú ya sabes ahora a qué me
refiero. Me gusta Albalat dels Tarongers y es una firme aliada que me motiva a
seguir escribiendo.
P.- ¿Cómo influye en un escritor el ambiente, el
paisaje, que le rodea?
R.- En mi opinión influye en gran medida. Como digo en mi respuesta anterior,
aquí en Albalat hay silencio y se puede escuchar el cortejo de las aves; al
llegar la noche se distinguen con gran claridad las estrellas porque el cielo
está muy limpio. En mi casa de El Puerto me influían mucho la huerta de
enfrente y las montañas que veía a lo lejos. Aquella visión me proporcionaba mucha
paz, al igual que las luces a intervalos que emitía el faro, junto al delta del
Palancia. Pero luego el municipio creció y se levantaron altos edificios que
impidieron mi visión de esas montañas y del viejo faro. Se abrieron avenidas y
comenzaron a escucharse las sirenas de las ambulancias y de la policía, así
como los ruidos producidos por los escapes libres de las motos. En mi caso,
necesito aislarme para poder contar cosas. Pero también se hace preciso que me
asome hasta ese otro entorno de ruidos y de humos. Ellos también forman parte
de mi vida. El humo forma parte de mis raíces, y los ruidos producidos por el
contacto de la escoria al ser expulsada por los altos hornos sobre las aguas
del puerto son algo con lo que crecí, al igual que los de las sirenas
anunciando el cambio de turno a los obreros de la fábrica. Esto me acompañará
hasta que mis ojos se cierren para siempre: El ambiente siderúrgico y los
campos de naranjos al pie mismo de mi balcón. Sí que influye el entorno; vaya
que sí… Pero su influencia no solo es relativa al espacio físico, sino también
al ámbito social. Yo no puedo escribir una historia bonita de amor con un final
feliz cuando lo que observo a mi alrededor es a la gente suicidándose por haber
perdido su casa, como tampoco podría escribir en este momento sobre chicos y
chicas perfectos que se abren camino en la vida gracias a su esfuerzo, cuando
los aeropuertos están llenos de jóvenes promesas que cargan con sus currículums
para buscarse la vida en otros países porque en este no hay futuro. Podría
escribir finales esperanzadores, pero no felices. Esa es la diferencia que
marca el entorno, en este caso, el social.
P.- Ha sido una coincidencia que tus dos últimas obras
se hayan publicado en la Región de Murcia. Hay que decir que Cuentos de El
Puerto lo ha editado Alacena Roja, que tiene su sede en Ceutí; y que Momentos
en gris lo ha hecho Editorial ADIH, que la tiene en Murcia capital.
R.- Nunca he enviado nada a
ninguna editorial. Mi primer libro lo saqué bajo el sello de Amaranto Cultural,
asociación a la que estoy muy ligada. Pero esa publicación se debió a unas
circunstancias muy especiales. No podría asegurar si ha sido casualidad o
“causalidad” el que estos últimos vengan con sello murciano. Con Murcia he
tenido breves contactos, pero de alguna manera parece que algo hay que me
vincula a ella. Yo comienzo mi relación con esa región a través de mi hermano,
y es precisamente a través de su partida por lo que llego, primero a la revista
Ágora, y de ahí a Acantilados de Papel. Por esta última empiezo a tener amistad
a través de las redes sociales con amigos de Madrid, y por estos, llego a
conocer a la editorial Alacena Roja. Me interesan sus formas en cuanto a que no
hay que realizar grandes tiradas para poder publicar mis trabajos, y por otro
lado me intereso por una información más exhaustiva de cara a realizarle una
entrevista para los lectores de Amaranto
Cultural en cuya redacción de su revista trimestral cuento con varias
secciones, una de ellas la de entrevistas. Tras pensármelo un poco me decido
por recopilar mis viejos cuentos y ampliarlos con los textos breves que han ido
surgiendo desde que me vine a vivir a Albalat. Hago una inversión mínima porque
es una editorial que trabaja bajo demanda. Se venden por internet y además, disponibles
tanto en papel como en ebook. Con lo cual, la distribución ya no es un
problema, como lo es con mi anterior libro.
Casi al mismo tiempo de
salir a la luz Cuentos del El Puerto,
me encuentro en mi camino a ADIH —de nuevo otra editorial murciana— poniendo también
a mi alcance la posibilidad de hacer una pequeña tirada de parte de mis viejos
poemas. Como en el caso anterior, no hay que hacer un gran desembolso económico
y, aunque ahora me cuesta más decidirme por tratarse de poesía, al final me inclino
por sacar esa pequeña tirada con el fin de “ver qué pasa”. Prácticamente nadie ha leído esos poemas, a
excepción de unos breves fragmentos aparecidos en la revista Amaranto o en mi
blog.
¿Coincidencia? No sé… creo
que son cosas que la vida me tenía deparada. A veces pienso —aunque conoces mi
escepticismo al respecto— que alguien mueve los hilos desde algún lugar
inexistente para que mi apellido no quede en el olvido en esa región. Después,
bajo de mi nube y me digo: ¡Bah… bobadas! Solo es cosa de que ahora es muy
fácil con las nuevas tecnologías llegar a más gente.
P.- Esta es una pregunta habitual, pero no me resisto.
Novela, relato, poesía. ¿Dónde se encuentra más a gusto Lola Estal?
R.- No sabría decir…
Depende del momento. La poesía no la busco. En un momento dado es ella quien se
presenta y me incita a dejar lo que estoy haciendo y tomar mi bloc y mi boli.
Me ha sorprendido en el autobús, en la cocina mientras preparaba la comida, en
la piscina viendo caminar a mi hijo… Y siempre que se presenta así, me siento
muy cómoda. El relato tiene su “aquel”, su encanto. Tomar un tema y retorcerlo
hasta conseguir un texto que te diga algo y te haga reflexionar me hace sentir
bien. Me siento muy a gusto cuando elaboro mis Apuntes de… para la revista Amaranto y las aportaciones a
Acantilados, así como las que voy subiendo a mi blog. En cuanto a la novela, no
es comodidad lo que me aporta. A veces me produce vértigo, porque una vez que
he comenzado el trabajo creo que me voy a quedar paralizada. Aunque tenga mis
notas y mis escenas en la mente, hay momentos en que el folio o el teclado se
ríen de mí. No surge aquello que quiero, y si no es como yo lo deseo, desisto.
No es buen momento para crear y espero, porque sé que ese momento va a llegar
tarde o temprano. Cuando llega, soy yo quien dirige, tanto la tinta del boli
como el teclado. Es un reto constante que quizá no me produzca comodidad, pero
que me hace crecer. Cuando pongo punto final a la novela, me siento muy viva.
P.- Muchos autores noveles me suelen preguntar ¿cuándo
sabe si un texto es bueno o malo?
R.- En referencia a mis propios textos, nunca lo
sé. Ni creo que llegue a saberlo algún día. Yo encuentro un gran placer al
escribirlos. No me lee mucha gente y quien lo hace y me dice que le han gustado,
quizá sean sinceros y quizá no. Hay lectores para todos los gustos. Por otro
lado, un texto puede ser muy bueno en cuanto a su estructura, o su sintaxis,
pero carecer de un buen fondo en su historia. He leído cosas que me han
aportado mucha reflexión a la vez que entretenimiento y a los que yo he ido
colocando las tildes porque no eran textos bien puntuados. Y he leído otros con
una excelente pulcritud en su redacción pero que, al final de su lectura, no me
han aportado nada. Saber escribir bien no es sinónimo de buen escritor, de la
misma manera que saber juntar las letras no es sinónimo de saber leer.
No sé… no me siento
capacitada para dar una respuesta a esta pregunta, aunque a aquellas personas a
las que les gusta escribir les diría que sigan haciéndolo por el simple hecho
del placer que la escritura conlleva. Pero a aquellas otras a las que no les
gusta, también les recomendaría que probaran algún día a escribir sus
reflexiones o inventarse un cuento para sus niños y escribirlo.
P.- Y los poemas, me dicen, ¿cómo agrupas los poemas?
R.- En mi cuaderno no siguen ningún orden. Según
los escribo ahí se quedan. Después, cuando decido que quiero hacer un librito
voy tomando aquellos que respondan a un mismo tema. Más veces de las que me
hubiera gustado he descargado mi duelo en el verso. Todas las ausencias están
en su correspondiente librito, cada una de ellas tiene el suyo, y todas esos
libritos están en una misma carpeta de archivos. No sé si algún día me decidiré
a publicarlos. Si te refieres a cómo los agrupo en cuanto al tipo de poema, no
hago ninguna selección, precisamente porque no me atengo a ninguna regla a la
hora de escribirlos. Por eso digo siempre que no me considero poeta. Los poetas
son otra cosa, o hay quienes lo entienden de otro modo. En una ocasión me puse
a hacer sonetos y acabé rompiendo la estructura porque no veía naturalidad en
la expresión de lo que escribía. Intuyo detrás de algunos poetas su necesidad
de un diccionario de sinónimos a mano para hacer coincidir lo que quieren expresar
con un número determinado de sílabas o música al final del verso. Por eso nunca
me oís decir que soy poeta o poetisa.
P.: ¿La
literatura está escrita por gente desobediente?
R.- En muchos casos sí. Sin embargo, y por desgracia, hay mucha literatura
“de encargo” que los escritores aceptan, bien por compromiso, o bien por
necesidad. El encorchetamiento no es buen consejero. Muchos avances se han
conseguido gracias a gente que ha transgredido las normas, tanto en lo social
como en la literatura, el arte o la ciencia. A mí no me gusta que me digan qué
o cómo tengo que escribir. Por suerte no dependo de la venta de mis libros para
sobrevivir. Por eso me permito hacerlo a mi modo. Cuento lo que quiero contar,
y lo cuento de la manera que yo deseo contarlo.
P.: Haruki
Murakami dijo una vez que escribir novela es un reto, escribir cuentos un
placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿Cómo
lo ves?
R.- Coincido en que escribir novela es un reto. Pero un reto del que se puede
salir muy airoso si lo aceptas con valentía. En esa diferencia con el cuento,
que él identifica como la que hay entre plantar un bosque o un jardín, puede
que tenga razón; no obstante el jardín precisa de la mano del hombre para ser
plantado, cuidado y mimado, mientras que lo complicado del bosque es mantenerlo
alejado del fuego, sin duda un trabajo mucho más arduo que cultivar las rosas
del jardín. Hay lectores que prefieren las rosas y otros que gustan perderse
entre la espesura del bosque. Los
escritores deben saber velar por ambos, sin olvidarse de esos microrelatos
capaces de contar una historia en unas pocas líneas. ¿Serán quizá las macetitas
estos micros?
P. Esta pregunta suelo planteársela a casi todos los
poetas que entrevisto. En el mundo de las prisas, del cambio climático, de la
corrupción política generalizada, de los desahucios, de gente pasando hambre en
las calles, ¿qué sentido tiene la poesía?
R.- Desde luego, hay épocas en que la vida no está para lirismos. Tampoco la
gente está muy abierta a la poesía cuando las cosas van bien. En las horas de
bonanza lo que toca es disfrutarlas. Pero, ¿cómo hubiéramos llegado a muchos
poetas de no haber coincidido éstos con momentos de miseria y persecuciones? El
momento político por el que estamos atravesando, el drama de la gente que
pierde sus casas y los niños que en verano no pueden comer porque los comedores
escolares están cerrados, el daño medioambiental, la corrupción que algunos
siguen sin admitir, y tantos otros despropósitos a nuestro alrededor… nos
acerca a la poesía más de lo que podemos llegar a pensar. Surge de nuevo como
medio de protesta. Cada cual protesta a su manera, el poeta con sus versos, el
músico con sus composiciones, el fotógrafo con su cámara y el pintor con sus
colores… la poesía es tan solo uno de esos medios al alcance de unos cuantos,
con el que poder descargar sus rabias e impotencias. La denuncia se hace necesaria una vez más, por desgracia.
Y hay mucho político y votante resentido que no la aprueba y busca nuevas leyes
con las que acallarla. Se va descaradamente a por el poeta y a por el músico
molesto. Y para ellos no cabe el indulto.
P.- Ya sabemos que no sólo de letras impresas vive Lola
Estal. ¿Dónde podemos encontrarte en la red? ¿Le dedica mucho tiempo a ella?
R.- Estoy
casi todo el día delante del ordenador. Me gusta seguir las noticias por los
medios en las redes más que por la televisión. La verdad es que no veo
prácticamente nada de la tele. Antes escuchaba la radio, pero ahora ya ni eso.
Ninguno de estos medios tiene ya credibilidad alguna para mí. Como sabes, me
muevo mucho por Facebook. No me gusta Twiter porque no puedo escribir todo lo
que quiero. Tampoco tengo página oficial; bueno, sí, la de Los gatos de santa Felicitas, pero solo hace referencia a ese
libro. Me pueden encontrar en mi blog “De Fragua y Yunque”
defraguayyunque.blogspot.com que suelo actualizar bastante a menudo. Ahí pongo
algunos artículos y fragmentos de mis libros, así como enlaces a otros sitios
en los que aparezco de alguna manera.
P.- Aconséjanos una
película.
R.- No me gusta aconsejar a
nadie sobre libros, películas o música. Sobre todo si no conozco a la persona a
la que se supone que he de aconsejar porque, evidentemente, no conozco sus
gustos. Puedo decir que la última película que he visto, ha sido hace unos
días, El lobo de Wall Street, de
Scorsese. Me ha parecido bastante interesante a la vez que preocupante, por
estar basada en un hecho real. Si he de citar alguna vista hace mucho tiempo y
que me impactara bastante, esa fue sin duda El
planeta de los simios protagonizada por Charlton Heston. En su momento me
impactó, sí. Me sigue gustando mucho.
P.- Una obra de teatro.
R.- En cuanto al teatro es
una asignatura pendiente desde hace muchos años. Deberían tomarse más en serio
en los medios de comunicación literarios este género. No se ve por ningún sitio
la promoción de obras de teatro. En las
librerías has de entrar y buscar en la sección correspondiente. A la vista o en
los escaparates no suelen tenerlos. El último que leí, hace alrededor de un
año, lo tomé de la biblioteca de Albalat, Tartufo
de Molière. En la habitación de mi hijo tengo gran cantidad de los autores
españoles a los que, por una cosa o por otra, nunca consigo dedicarles el
tiempo que quisiera. Me apetece mucho leer El
idiota, de Dostoievski (no sé si escribe así) Hace muchos años, cuando en
televisión ponían aquellos «Estudio 1» un jovencísimo Gutiérrez Caba hizo una
labor extraordinaria en su papel de idiota.
He de leer tantas cosas que necesitaría volver a nacer para que me diera tiempo
a todo.
Pero insisto en que no me
siento capaz de aconsejar a nadie.
P.- Una música.
R.- En lo referente a la
música, pues más de lo mismo. No sabría qué aconsejar. Yo me la como toda
(risas). Mientras respondo a tus preguntas escucho a Marradi, pero igualmente podría haberme puesto la flauta de pan, el navajo
azul, o la banda sonora de La
Princesa Prometida de Mark Knopler (esto tampoco sé si escribe así), o la
de la película Filadelfia. Si me
hubieras preguntado “qué no recomendar” hubiera sido mucho más fácil.
La música forma parte de mi
vida. Me gusta toda y dispongo de ella según el momento. Para escribir, la
instrumental, ya sea piano, violín, guitarra, arpa, flauta… siempre música
suave que me haga compañía y de vez en cuando me invite a mirar por la ventana.
El folclore me gusta todo. Crecí entre fandangos y jotas navarras y aragonesas,
pero no le hago ascos al folclore canario o gallego. Óperas y zarzuelas siempre
en vivo. La primera la descubrí hace poco y me encantó. Pero, como digo, en
vivo y en directo. Y luego, mis canciones de toda la vida y también las de
ahora. Me da igual no entender sus letras, puedo inventarlas yo.
P.- ¿Un libro?
R.-¿Un
libro? Yo tengo “mi” libro. Fue como mi Biblia, mi Catón o el primer libro con
el que “realmente aprendí a leer”: Las ruinas de Palmira De Volney.
Curiosamente lo di por perdido durante muchos años. Lo leí con quince o
dieciséis y cuando quise volver a leerlo unos cuantos años más tarde, había
desaparecido de la biblioteca de casa. Pregunté a mi hermano y me comentó que
se lo había prestado a una compañera que trabajaba con él en Murcia, pero al
dejar él aquel hospital para ir a otra ciudad a trabajar, pues le había perdido
la pista a la chica. Entonces me acerqué a la librería y como no lo tenían pedí
que me lo trajeran. Lo compré, lo volví a leer y lo subrayé por un montón de
líneas y párrafos. Tuve que encargar tres más. Uno para tenerlo yo pulcramente
sin subrayados, y los otros para regalarlos a mis hijos cuando fueran un poco
más mayores. Y, ¿sabes qué?: un buen día mi hermano volvió a Murcia, se
reencontró con la compañera en cuestión y le devolvió aquel libro que recuperé
para la que, ahora, era ya mi propia biblioteca.
Pero
estos son solamente los gustos míos, no me atrevería a recomendarlos a nadie
sin previamente conocer los suyos.
P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros,
¿qué proyectos literarios podemos esperar en el futuro?
R.- En
estos momentos tengo en fase de revisión la novela Casetas que espero poder sacar a la luz en el próximo otoño. Y en
“el telar” estoy con el entramado de un nuevo trabajo, también novela. Todavía
está en fase de documentación y organización. Es un trabajo un tanto especial.
Un nuevo reto que espero llevar a buen término y del que estarás debidamente
informado cuando llegue el momento.
Mientras tanto,
continúo con mis artículos en Amaranto y repasando los apuntes Lengua y
Literatura de la UNED que tengo muy abandonados. No me matriculé en el último
curso, y no fue por falta de ganas, sino por el exceso de tareas, todas ellas
sentada delante del ordenador, lo que no es nada conveniente para la salud —Ya
son muchas las canas que pinto—. Necesito una parte de ese tiempo que dedico a
las letras y el estudio para dedicarlo al ejercicio al aire libre. Desde que se
alejan los últimos fríos hasta que llegan los siguientes, hay que aprovechar
para salir a caminar, a hacer alguna pequeña ruta de senderismo por aquí cerca
y, en fin… levantar el culo del ordenador y vivir la vida en la calle, sin
virtualismos y tomando notas a pie de campo.
Muchas gracias.
Ha sido un placer
responder a tus preguntas.
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