jueves, 31 de julio de 2014

Hablando de libros con Lola Estal Hernández



Lola Estal Hernández nació en Puerto de Sagunto, y vive en Albalat dels Tarongers, Valencia. Se define como escritora tardía, y en breve tiempo ha publicado una novela Los gatos de Santa Felicitas; una obra de cuentos, Cuentos de El Puerto; y un poemario, Momentos en gris. Redactora de las revistas culturales Amaranto Cultural y Acantilados de papel.

Una agradable mañana de domingo charlamos en su casa de Albalat dels Tarongers, tras un paseo por la localidad, mientras la sierra Calderona- que ella tanto quiere- nos contempla.

La fotografía es de Toñy Riquelme.
Una entrevista de Francisco Javier Illán Vivas.

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Pregunta.- Novela, cuento y poesía. Sobre todo estos dos últimos, publicados en Noviembre de 2013 (Cuentos de El Puerto) y en abril de 2014 (Momentos en gris). Tu vocación de escritora eclosionó al amparo de la Calderona.

Respuesta.- Digamos que fue en este momento, al pie de estas montañas, cuando las circunstancias se alían y ponen sobre la mesa de mi escritorio letras viejas, (escritas con bolígrafo en cuadernos de gusanillo) haciéndose su propio hueco entre las recientes, dictadas al teclado de mi ordenador. Con bastante tiempo libre, me dedico entonces a organizar y pulir aquellos textos acumulados a lo largo de los años y guardados en un cajón. Sin embargo, la vocación no es algo nuevo, sino que es ahora cuando con más ahínco aflora.





P.- Nos cuentas en tu libro de cuentos que cuando los escribías no tenías la intención de que vieran un día la luz.

R.- Efectivamente. Cuando yo escribí aquellos cuentos no pensé ni tan siquiera que alguien, fuera de mi entorno, pudiera llegar a leerlos. Uno de ellos El palacio sin techo, lo presenté a un concurso que organizaba la Asociación de Mujeres Progresistas de Baladre. Fue seleccionado junto con otros y publicados en un librito Trencant Silencis, editado por la misma asociación. Yo escribía bastante pero publicar era una utopía. Algo impensable.




P.- Y algo parecido podemos decir de tus poemas, a los que llamas “primeras descargas emocionales”.

R.- Con los poemas pasó exactamente igual. Eran mis descargas. Al llegar la noche necesitaba aislarme de lo acontecido durante la jornada —entonces muy movida, por la edad de mis hijos y los cuidados que precisaba mi madre— Quitaba el volumen al televisor y cuando todos dormían me entregaba a mis ejercicios de reflexión o a descargar lo que durante el día no podía comunicar a los demás. Ahí estaba el cuaderno y el bolígrafo para escucharme con atención. Era algo personal sin más pretensión que comunicarme, quizá, conmigo misma. Nunca estuve segura de que aquello fueran verdaderos poemas. Aún no lo estoy.




P.- Algunos de los cuentos de Cuentos de El Puerto los defines como una forma de terapia con la que atenuar tu impotencia o tu rabia.

R.- Dices bien. Hay uno en particular, El pato doctorado que nace de la rabia, de la impotencia. De aquello han pasado ya más de quince años, y la sanidad sigue mostrando sus dos caras. Por un lado, contamos con excelentes profesionales de la medicina y con los medios adecuados que puedan aliviar, si no curar, nuestras enfermedades; y por el otro con los dictados de quienes dirigen esta Sanidad nuestra y que suelen estar en continua genuflexión ante aquellos por los que han sido nombrados para el cargo. Si se pueden evitar un diagnóstico diferencial o una prueba que suponga un coste elevado a la administración, sin duda van a evitarlo. Si la cosa sale mal, comienzan las carreras, el echar pelotas fuera, el mirar para otro lado. Lo estamos viendo constantemente. Y no es debido a la tan manida crisis. Ésta es solo la excusa para dejar de invertir en los servicios públicos y cederlos a intereses privados. Hay que saber distinguir entre un error médico, y un total pasotismo ante la atención a un paciente. Yo no tuve medios para luchar contra ese pasotismo, el corporativismo y una mala gestión del tema no ayudaron a que se hiciera justicia. Solo conté con la pluma para desahogar mi rabia.




P.- Y los poemas, que “son letras teñidas de gris”, muchas veces un grito contra las injusticias que te rodean o que, como nos cuentas en la contraportada, ves en televisión.

R.- Los poemas o letras teñidas de gris surgieron frente a la pequeña pantalla o las noticias de la radio. En aquellos días los inmigrantes no saltaban vallas, sino que llegaban en pateras. Eran muy frecuentes las noticias sobre las mujeres que llegaban a nuestro país en busca de una vida mejor y se daban cuenta, demasiado tarde, de que habían sido engañadas por los proxenetas. También se escuchaban comentarios (se siguen escuchando) de personas que miraban con recelo a estos inmigrantes, pero que, luego, se decantaban por ellos a la hora de contratar sus servicios para distintos trabajos, por unos sueldos o jornales bastante más precarios que los que hubieran tenido que pagar de haber contratado ciudadanos españoles. No los querían cerca, pero se beneficiaban de ellos económicamente.

Entonces la apatía se abre camino en medio de la impotencia. Dan ganas de mirar para otro lado. Si cierras los ojos y no lo ves, tal vez no exista el problema cuando vuelvas a abrirlos. No lo comentas con nadie. Te limitas a “verlas pasar”. Guardas tus palabras en el armario y con tu silencio provocas el silencio de quien está a tu lado.




P.- Permíteme destacarte un cuento: “Cuando llora el alma”, tengo una anotación en el libro: Bravo, volar, pico, VIH.

R.- Este cuento fue anterior a Momentos. Fue el primero. De esto hace ya mucho tiempo pero siempre he sentido un cariño muy especial por esa joven que se deja llevar por la música en sus últimos momentos. Alguien me dijo que por qué no escribía un cuento para un concurso —precisamente de un municipio murciano—. Yo nunca había escrito ningún cuento, tan solo alguna cosita suelta que luego guardaba por algún rincón. El tema del concurso era libre y yo andaba muy perdida. Así que me asomé a la realidad de unas horas en las que el Sida mostraba su rostro más cruel. Las adicciones de los últimos años se aliaron para llevarse a un gran número de jóvenes. Sin apenas pararme a pensar sobre qué iba a escribir me encontré llenando folios con mi bolígrafo. Los pensamientos de una chica inexistente se colaron en los míos. Poco a poco fui escribiendo sensaciones empleando para ello metáforas o comparaciones que me resultaban muy cómodas de aplicar. Aquellas aves que la niña encontrara en la literatura, aquellas otras, carroñeras de desagradable aspecto —en referencia a los narcos—, el otro pico, el que se clava en la vena… Y esa clase de dolor que perfora el alma aun sin ser consciente de poseerla. Y la total liberación al final del camino. La figura de un abuelo se hacía necesaria, pues yo andaba todavía bajo los efectos de la ausencia de mi padre que no pudo disfrutar de sus nietos. Quería a un abuelo en aquel cuento.

Lo envié al concurso, y al cabo de unos meses me fueron devueltas las tres o cuatro copias que había enviado y, junto con ellas, una nota con el nombre del ganador y el título de su obra. Pero lejos de deprimirme, me alegré de contar con aquellas copias que repartí entre algunas amigas. Era mi cuento y lo recuperaba para mí. Después llegaron otros.




P.- ¿Sólo cantando a la pena se siente el poeta vivo?

R.- Creo que es cuando el poeta más se desangra en el verso. Puede transmitir su rabia, su amor y desamor, sus complejos… pero el verso más sublime brota cuando el dolor es más profundo y, saliendo de las entrañas, se materializa con mayor fuerza sobre el papel o el monitor del ordenador. Y siempre, en algún lugar, habrá alguien que se identifique con ese dolor expresado en las letras de ese verso. Creo que es ahí donde más se crece el poeta. Es mi opinión.




P.- Respecto a los lectores de esta entrevista debo reconocerme un privilegiado, en el sentido de que he charlado muchas veces contigo, nos hemos escrito, y sé del placer que vives donde ahora resides. Deberían haberte escuchado mientras nos enseñabas los rincones de la Albalat. La escritura, creo, ahora es para ti algo más que una terapia. Es algo que necesitas.

R.- Si antes era una terapia ahora es algo más. Puedo dedicarle más tiempo y, por tanto, ir más allá de una descarga emocional. No es suficiente con hablar a los folios de aquello que solo a mí me incumbe, sino que, previamente, me asomo a la calle y observo a la gente. El tener que ir en el autobús a Puerto de Sagunto me permite oír historias sobre lo cotidiano. Es un trayecto que a mí me lleva alrededor de media hora, pero los pasajeros vienen desde otros municipios del Alto Palancia para acudir a sus citas en el hospital de Sagunto. Me resulta muy enriquecedor escucharlos. La calle es una gran fuente de inspiración.

Por otro lado, intuyo que estoy en el lugar adecuado. Me despierto cada mañana viendo cómo llega el sol desde el otro lado de las lomas y cómo va marcando el perfil de los tejados de las casas. El cielo va cambiando de color y es algo maravilloso que en mi casa de Puerto de Sagunto no podía contemplar. Luego, cuando llega la hora de la puesta de sol, este parece derretirse en gran cantidad de tonalidades por encima de las montañas de la sierra, justo donde parecen juntarse las dos, la Calderona y la Espadán. Es un espectáculo maravilloso que si puedo no suelo perderme. El municipio está rodeado de campos de naranjos y el olor en primavera es fabuloso. No hay contaminación ambiental ni acústica, y mi casa da a una plaza donde cada día acuden los niños pequeños al final de la jornada escolar. ¡Qué más se puede pedir, si a todo esto se añade el canto de los pajarillos que anidan en los dos grandes árboles de esa plaza! Por eso me gusta llevar a mis invitados a dar una vuelta por el pueblo: para compartir con ellos toda esta maravilla. Tú ya sabes ahora a qué me refiero. Me gusta Albalat dels Tarongers y es una firme aliada que me motiva a seguir escribiendo.




P.- ¿Cómo influye en un escritor el ambiente, el paisaje, que le rodea?

R.- En mi opinión influye en gran medida. Como digo en mi respuesta anterior, aquí en Albalat hay silencio y se puede escuchar el cortejo de las aves; al llegar la noche se distinguen con gran claridad las estrellas porque el cielo está muy limpio. En mi casa de El Puerto me influían mucho la huerta de enfrente y las montañas que veía a lo lejos. Aquella visión me proporcionaba mucha paz, al igual que las luces a intervalos que emitía el faro, junto al delta del Palancia. Pero luego el municipio creció y se levantaron altos edificios que impidieron mi visión de esas montañas y del viejo faro. Se abrieron avenidas y comenzaron a escucharse las sirenas de las ambulancias y de la policía, así como los ruidos producidos por los escapes libres de las motos. En mi caso, necesito aislarme para poder contar cosas. Pero también se hace preciso que me asome hasta ese otro entorno de ruidos y de humos. Ellos también forman parte de mi vida. El humo forma parte de mis raíces, y los ruidos producidos por el contacto de la escoria al ser expulsada por los altos hornos sobre las aguas del puerto son algo con lo que crecí, al igual que los de las sirenas anunciando el cambio de turno a los obreros de la fábrica. Esto me acompañará hasta que mis ojos se cierren para siempre: El ambiente siderúrgico y los campos de naranjos al pie mismo de mi balcón. Sí que influye el entorno; vaya que sí… Pero su influencia no solo es relativa al espacio físico, sino también al ámbito social. Yo no puedo escribir una historia bonita de amor con un final feliz cuando lo que observo a mi alrededor es a la gente suicidándose por haber perdido su casa, como tampoco podría escribir en este momento sobre chicos y chicas perfectos que se abren camino en la vida gracias a su esfuerzo, cuando los aeropuertos están llenos de jóvenes promesas que cargan con sus currículums para buscarse la vida en otros países porque en este no hay futuro. Podría escribir finales esperanzadores, pero no felices. Esa es la diferencia que marca el entorno, en este caso, el social.




P.- Ha sido una coincidencia que tus dos últimas obras se hayan publicado en la Región de Murcia. Hay que decir que Cuentos de El Puerto lo ha editado Alacena Roja, que tiene su sede en Ceutí; y que Momentos en gris lo ha hecho Editorial ADIH, que la tiene en Murcia capital.

R.- Nunca he enviado nada a ninguna editorial. Mi primer libro lo saqué bajo el sello de Amaranto Cultural, asociación a la que estoy muy ligada. Pero esa publicación se debió a unas circunstancias muy especiales. No podría asegurar si ha sido casualidad o “causalidad” el que estos últimos vengan con sello murciano. Con Murcia he tenido breves contactos, pero de alguna manera parece que algo hay que me vincula a ella. Yo comienzo mi relación con esa región a través de mi hermano, y es precisamente a través de su partida por lo que llego, primero a la revista Ágora, y de ahí a Acantilados de Papel. Por esta última empiezo a tener amistad a través de las redes sociales con amigos de Madrid, y por estos, llego a conocer a la editorial Alacena Roja. Me interesan sus formas en cuanto a que no hay que realizar grandes tiradas para poder publicar mis trabajos, y por otro lado me intereso por una información más exhaustiva de cara a realizarle una entrevista para los lectores de Amaranto Cultural en cuya redacción de su revista trimestral cuento con varias secciones, una de ellas la de entrevistas. Tras pensármelo un poco me decido por recopilar mis viejos cuentos y ampliarlos con los textos breves que han ido surgiendo desde que me vine a vivir a Albalat. Hago una inversión mínima porque es una editorial que trabaja bajo demanda. Se venden por internet y además, disponibles tanto en papel como en ebook. Con lo cual, la distribución ya no es un problema, como lo es con mi anterior libro.

Casi al mismo tiempo de salir a la luz Cuentos del El Puerto, me encuentro en mi camino a ADIH —de nuevo otra editorial murciana— poniendo también a mi alcance la posibilidad de hacer una pequeña tirada de parte de mis viejos poemas. Como en el caso anterior, no hay que hacer un gran desembolso económico y, aunque ahora me cuesta más decidirme por tratarse de poesía, al final me inclino por sacar esa pequeña tirada con el fin de “ver qué pasa”.  Prácticamente nadie ha leído esos poemas, a excepción de unos breves fragmentos aparecidos en la revista Amaranto o en mi blog.

¿Coincidencia? No sé… creo que son cosas que la vida me tenía deparada. A veces pienso —aunque conoces mi escepticismo al respecto— que alguien mueve los hilos desde algún lugar inexistente para que mi apellido no quede en el olvido en esa región. Después, bajo de mi nube y me digo: ¡Bah… bobadas! Solo es cosa de que ahora es muy fácil con las nuevas tecnologías llegar a más gente.




P.- Esta es una pregunta habitual, pero no me resisto. Novela, relato, poesía. ¿Dónde se encuentra más a gusto Lola Estal?

R.- No sabría decir… Depende del momento. La poesía no la busco. En un momento dado es ella quien se presenta y me incita a dejar lo que estoy haciendo y tomar mi bloc y mi boli. Me ha sorprendido en el autobús, en la cocina mientras preparaba la comida, en la piscina viendo caminar a mi hijo… Y siempre que se presenta así, me siento muy cómoda. El relato tiene su “aquel”, su encanto. Tomar un tema y retorcerlo hasta conseguir un texto que te diga algo y te haga reflexionar me hace sentir bien. Me siento muy a gusto cuando elaboro mis Apuntes de… para la revista Amaranto y las aportaciones a Acantilados, así como las que voy subiendo a mi blog. En cuanto a la novela, no es comodidad lo que me aporta. A veces me produce vértigo, porque una vez que he comenzado el trabajo creo que me voy a quedar paralizada. Aunque tenga mis notas y mis escenas en la mente, hay momentos en que el folio o el teclado se ríen de mí. No surge aquello que quiero, y si no es como yo lo deseo, desisto. No es buen momento para crear y espero, porque sé que ese momento va a llegar tarde o temprano. Cuando llega, soy yo quien dirige, tanto la tinta del boli como el teclado. Es un reto constante que quizá no me produzca comodidad, pero que me hace crecer. Cuando pongo punto final a la novela, me siento muy viva.




P.- Muchos autores noveles me suelen preguntar ¿cuándo sabe si un texto es bueno o malo?

R.-  En referencia a mis propios textos, nunca lo sé. Ni creo que llegue a saberlo algún día. Yo encuentro un gran placer al escribirlos. No me lee mucha gente y quien lo hace y me dice que le han gustado, quizá sean sinceros y quizá no. Hay lectores para todos los gustos. Por otro lado, un texto puede ser muy bueno en cuanto a su estructura, o su sintaxis, pero carecer de un buen fondo en su historia. He leído cosas que me han aportado mucha reflexión a la vez que entretenimiento y a los que yo he ido colocando las tildes porque no eran textos bien puntuados. Y he leído otros con una excelente pulcritud en su redacción pero que, al final de su lectura, no me han aportado nada. Saber escribir bien no es sinónimo de buen escritor, de la misma manera que saber juntar las letras no es sinónimo de saber leer.

No sé… no me siento capacitada para dar una respuesta a esta pregunta, aunque a aquellas personas a las que les gusta escribir les diría que sigan haciéndolo por el simple hecho del placer que la escritura conlleva. Pero a aquellas otras a las que no les gusta, también les recomendaría que probaran algún día a escribir sus reflexiones o inventarse un cuento para sus niños y escribirlo.




P.- Y los poemas, me dicen, ¿cómo agrupas los poemas?

R.-  En mi cuaderno no siguen ningún orden. Según los escribo ahí se quedan. Después, cuando decido que quiero hacer un librito voy tomando aquellos que respondan a un mismo tema. Más veces de las que me hubiera gustado he descargado mi duelo en el verso. Todas las ausencias están en su correspondiente librito, cada una de ellas tiene el suyo, y todas esos libritos están en una misma carpeta de archivos. No sé si algún día me decidiré a publicarlos. Si te refieres a cómo los agrupo en cuanto al tipo de poema, no hago ninguna selección, precisamente porque no me atengo a ninguna regla a la hora de escribirlos. Por eso digo siempre que no me considero poeta. Los poetas son otra cosa, o hay quienes lo entienden de otro modo. En una ocasión me puse a hacer sonetos y acabé rompiendo la estructura porque no veía naturalidad en la expresión de lo que escribía. Intuyo detrás de algunos poetas su necesidad de un diccionario de sinónimos a mano para hacer coincidir lo que quieren expresar con un número determinado de sílabas o música al final del verso. Por eso nunca me oís decir que soy poeta o poetisa.




P.: ¿La literatura está escrita por gente desobediente?

R.- En muchos casos sí. Sin embargo, y por desgracia, hay mucha literatura “de encargo” que los escritores aceptan, bien por compromiso, o bien por necesidad. El encorchetamiento no es buen consejero. Muchos avances se han conseguido gracias a gente que ha transgredido las normas, tanto en lo social como en la literatura, el arte o la ciencia. A mí no me gusta que me digan qué o cómo tengo que escribir. Por suerte no dependo de la venta de mis libros para sobrevivir. Por eso me permito hacerlo a mi modo. Cuento lo que quiero contar, y lo cuento de la manera que yo deseo contarlo.




P.: Haruki Murakami dijo una vez que escribir novela es un reto, escribir cuentos un placer, que es la diferencia entre plantar un bosque o plantar un jardín. ¿Cómo lo ves?

R.- Coincido en que escribir novela es un reto. Pero un reto del que se puede salir muy airoso si lo aceptas con valentía. En esa diferencia con el cuento, que él identifica como la que hay entre plantar un bosque o un jardín, puede que tenga razón; no obstante el jardín precisa de la mano del hombre para ser plantado, cuidado y mimado, mientras que lo complicado del bosque es mantenerlo alejado del fuego, sin duda un trabajo mucho más arduo que cultivar las rosas del jardín. Hay lectores que prefieren las rosas y otros que gustan perderse entre la espesura del bosque.  Los escritores deben saber velar por ambos, sin olvidarse de esos microrelatos capaces de contar una historia en unas pocas líneas. ¿Serán quizá las macetitas estos micros?




P. Esta pregunta suelo planteársela a casi todos los poetas que entrevisto. En el mundo de las prisas, del cambio climático, de la corrupción política generalizada, de los desahucios, de gente pasando hambre en las calles, ¿qué sentido tiene la poesía?

R.- Desde luego, hay épocas en que la vida no está para lirismos. Tampoco la gente está muy abierta a la poesía cuando las cosas van bien. En las horas de bonanza lo que toca es disfrutarlas. Pero, ¿cómo hubiéramos llegado a muchos poetas de no haber coincidido éstos con momentos de miseria y persecuciones? El momento político por el que estamos atravesando, el drama de la gente que pierde sus casas y los niños que en verano no pueden comer porque los comedores escolares están cerrados, el daño medioambiental, la corrupción que algunos siguen sin admitir, y tantos otros despropósitos a nuestro alrededor… nos acerca a la poesía más de lo que podemos llegar a pensar. Surge de nuevo como medio de protesta. Cada cual protesta a su manera, el poeta con sus versos, el músico con sus composiciones, el fotógrafo con su cámara y el pintor con sus colores… la poesía es tan solo uno de esos medios al alcance de unos cuantos, con el que poder descargar sus rabias e impotencias. La denuncia  se hace necesaria una vez más, por desgracia. Y hay mucho político y votante resentido que no la aprueba y busca nuevas leyes con las que acallarla. Se va descaradamente a por el poeta y a por el músico molesto. Y para ellos no cabe el indulto.





P.- Ya sabemos que no sólo de letras impresas vive Lola Estal. ¿Dónde podemos encontrarte en la red? ¿Le dedica mucho tiempo a ella?

R.-  Estoy casi todo el día delante del ordenador. Me gusta seguir las noticias por los medios en las redes más que por la televisión. La verdad es que no veo prácticamente nada de la tele. Antes escuchaba la radio, pero ahora ya ni eso. Ninguno de estos medios tiene ya credibilidad alguna para mí. Como sabes, me muevo mucho por Facebook. No me gusta Twiter porque no puedo escribir todo lo que quiero. Tampoco tengo página oficial; bueno, sí, la de Los gatos de santa Felicitas, pero solo hace referencia a ese libro. Me pueden encontrar en mi blog “De Fragua y Yunque” defraguayyunque.blogspot.com que suelo actualizar bastante a menudo. Ahí pongo algunos artículos y fragmentos de mis libros, así como enlaces a otros sitios en los que aparezco de alguna manera.




P.- Aconséjanos una película.

R.- No me gusta aconsejar a nadie sobre libros, películas o música. Sobre todo si no conozco a la persona a la que se supone que he de aconsejar porque, evidentemente, no conozco sus gustos. Puedo decir que la última película que he visto, ha sido hace unos días, El lobo de Wall Street, de Scorsese. Me ha parecido bastante interesante a la vez que preocupante, por estar basada en un hecho real. Si he de citar alguna vista hace mucho tiempo y que me impactara bastante, esa fue sin duda El planeta de los simios protagonizada por Charlton Heston. En su momento me impactó, sí. Me sigue gustando mucho.




P.- Una obra de teatro.

R.- En cuanto al teatro es una asignatura pendiente desde hace muchos años. Deberían tomarse más en serio en los medios de comunicación literarios este género. No se ve por ningún sitio la promoción de obras de teatro.  En las librerías has de entrar y buscar en la sección correspondiente. A la vista o en los escaparates no suelen tenerlos. El último que leí, hace alrededor de un año, lo tomé de la biblioteca de Albalat, Tartufo de Molière. En la habitación de mi hijo tengo gran cantidad de los autores españoles a los que, por una cosa o por otra, nunca consigo dedicarles el tiempo que quisiera. Me apetece mucho leer El idiota, de Dostoievski (no sé si escribe así) Hace muchos años, cuando en televisión ponían aquellos «Estudio 1» un jovencísimo Gutiérrez Caba hizo una labor extraordinaria en su papel de idiota. He de leer tantas cosas que necesitaría volver a nacer para que me diera tiempo a todo.

Pero insisto en que no me siento capaz de aconsejar a nadie.




P.- Una música.

R.- En lo referente a la música, pues más de lo mismo. No sabría qué aconsejar. Yo me la como toda (risas). Mientras respondo a tus preguntas escucho a Marradi, pero igualmente podría haberme puesto la flauta de pan, el navajo azul, o la banda sonora de La Princesa Prometida de Mark Knopler (esto tampoco sé si escribe así), o la de la película Filadelfia. Si me hubieras preguntado “qué no recomendar” hubiera sido mucho más fácil.

La música forma parte de mi vida. Me gusta toda y dispongo de ella según el momento. Para escribir, la instrumental, ya sea piano, violín, guitarra, arpa, flauta… siempre música suave que me haga compañía y de vez en cuando me invite a mirar por la ventana. El folclore me gusta todo. Crecí entre fandangos y jotas navarras y aragonesas, pero no le hago ascos al folclore canario o gallego. Óperas y zarzuelas siempre en vivo. La primera la descubrí hace poco y me encantó. Pero, como digo, en vivo y en directo. Y luego, mis canciones de toda la vida y también las de ahora. Me da igual no entender sus letras, puedo inventarlas yo.




P.- ¿Un libro?

R.-¿Un libro? Yo tengo “mi” libro. Fue como mi Biblia, mi Catón o el primer libro con el que “realmente aprendí a leer”: Las ruinas de Palmira De Volney. Curiosamente lo di por perdido durante muchos años. Lo leí con quince o dieciséis y cuando quise volver a leerlo unos cuantos años más tarde, había desaparecido de la biblioteca de casa. Pregunté a mi hermano y me comentó que se lo había prestado a una compañera que trabajaba con él en Murcia, pero al dejar él aquel hospital para ir a otra ciudad a trabajar, pues le había perdido la pista a la chica. Entonces me acerqué a la librería y como no lo tenían pedí que me lo trajeran. Lo compré, lo volví a leer y lo subrayé por un montón de líneas y párrafos. Tuve que encargar tres más. Uno para tenerlo yo pulcramente sin subrayados, y los otros para regalarlos a mis hijos cuando fueran un poco más mayores. Y, ¿sabes qué?: un buen día mi hermano volvió a Murcia, se reencontró con la compañera en cuestión y le devolvió aquel libro que recuperé para la que, ahora, era ya mi propia biblioteca.

Pero estos son solamente los gustos míos, no me atrevería a recomendarlos a nadie sin previamente conocer los suyos.




P.: Y como esta sección se llama Hablando de Libros, ¿qué proyectos literarios podemos esperar en el futuro?

R.- En estos momentos tengo en fase de revisión la novela Casetas que espero poder sacar a la luz en el próximo otoño. Y en “el telar” estoy con el entramado de un nuevo trabajo, también novela. Todavía está en fase de documentación y organización. Es un trabajo un tanto especial. Un nuevo reto que espero llevar a buen término y del que estarás debidamente informado cuando llegue el momento.



Mientras tanto, continúo con mis artículos en Amaranto y repasando los apuntes Lengua y Literatura de la UNED que tengo muy abandonados. No me matriculé en el último curso, y no fue por falta de ganas, sino por el exceso de tareas, todas ellas sentada delante del ordenador, lo que no es nada conveniente para la salud —Ya son muchas las canas que pinto—. Necesito una parte de ese tiempo que dedico a las letras y el estudio para dedicarlo al ejercicio al aire libre. Desde que se alejan los últimos fríos hasta que llegan los siguientes, hay que aprovechar para salir a caminar, a hacer alguna pequeña ruta de senderismo por aquí cerca y, en fin… levantar el culo del ordenador y vivir la vida en la calle, sin virtualismos y tomando notas a pie de campo.





Muchas gracias. 
Ha sido un placer responder a tus preguntas.

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