Z
Salto de página, 2014
Cuando
leemos un libro hay algunos aspectos, más allá de la técnica y el argumento,
que suelen centrar la atención del lector y que fundamentan su criterio
artístico, literario. Uno de ellos es la voz del autor, que a la postre se
manifiesta en el tono, en su peculiar timbre literario. Un timbre que suele ser
más o menos característico, dependiendo de la fuerza que este (el autor) posea.
Si leemos a un mal escritor no sabemos si es literatura o la esquela de un
periódico. Sin embargo, si leemos a Borges sabemos en todo momento que es
Borges por esa autoridad que baña su textos; o cuando leemos, digamos, a
Vila-Matas atisbamos esa ironía, esa risa desde el ‘más allá’ que se despliega
a cada párrafo y que lo caracteriza y define.
Algo
similar nos ocurre al leer a Manuel Vilas (Barbastro, 1962), quien imprime su
personal tono de voz a sus textos, y en todo momento tenemos la certeza de que
está ahí, de que escribe/ríe/disfruta al mismo tiempo que lo leemos; que su ironía y su humor –negro, pero un negro
posmoderno, o sea, inclasificable y socarrón- nos persiguen y nos iluminan y
nos trasmuta en lectores-paseantes de un universo literario personal, que
igualmente podemos encontrar en España
(2008), por ejemplo.
En
estos cuentos que conforman Z -algunos rozan el microrrelato por su extensión- Manuel
Vilas despliega su acertado lirismo-sarcástico y se sitúa por encima de todas
las cosas. Porque, si bien es cierto que el narrador es decadente, gris y triste,
el escritor que se esconde tras él se asoma con vehemencia, nos da una bofetada y nos muestra otra arista
de la realidad. ¿Qué realidad? No estoy seguro, porque la buena literatura
tampoco te da todas las respuestas sino que se ‘conforma’ con recrear la suya
propia, desde su propia perspectiva, socavando estrecheces para abrirse paso
hacia… no estoy muy seguro tampoco… hacia otro lugar desconocido. ¿Zaragoza?
Z,
la ciudad-libro que aquí comentamos, es la propuesta de una realidad paralela,
distorsionada y poblada de sombras grotescas, valleinclanescas.
Pero,
lejos de perdernos en los laberintos de Z,
Vilas nos muestra un camino coherente. Ese camino pasa por Lou Reed y hace un
alto en algún descampado de una Z (Zaragoza), destartalada, nostálgica y
extraña, muy extraña, casi surrealista, bañada por un verismo tan
desconcertante que nos hace dudar y frotarnos los ojos, reír y apiadarnos de su
principal protagonista-habitante. Y mientras leemos estas historias, nos
preguntamos: ¿estoy ante una fantasía sensata o ante la crónica de un loco? El
abanico de opciones se abre y la literatura vilasiana nos desliza a ese
interregno de lo absurdo, de lo recordado, de lo irreal e hiperbólico.
¿Hiperbólico? Sí, mucho.
Casi
todas las historias que se suceden en Z
vienen rubricadas por una primera persona, lo que hace que el libro cobre
cierta unidad y coherencia compositivas, a pesar de su disparidad de argumentos
y variadas narraciones. Además suelen tener lugar en Z, la Zaragoza que ha
reinventado el narrador, o quizá Vilas, esa urbe ‘extraordinariamente
perversa y rara’. En la que en un piso diminuto, malvive con su ‘cabra’ como un raro vampiro que desafía la eternidad,
que lee a Parménides y que oye y venera a su dios particular: Lou Reed. En la
puerta tiene su Ford Fiesta aparcado, con las ruedas manchadas con todo el
polvo de los descampados de la ciudad.
También
es posible verlo departir con Kafka, un amigo de la infancia. O discutir con
Sid Vicious, porque a pesar de que nos creamos eso de que ‘no hay
futuro’ este narrador es inmortal y sobrevivirá a sí mismo y a sus propios
libros.
Sobra
decir que para escribir sobre la extraña y difícil vida en Z y ser un vampiro
adicto a las drogas de la vida se precisa un estilo directo, heredero del
realismo duro. Cargado de ironía y muchas ganas de confundir la experiencia con
la literatura, y además, salir indemne.
Libro
de narraciones cortas divertido, original y que deambula por los márgenes de lo
políticamente incorrecto sin dejar de apostar por la fantasía hilarante y el
sarcasmo, la autoparodia y lo atemporal. Está escrito con una dicción perfecta,
que roza momentos de inclasificable lirismo. Es posible que algunas piezas no
lleguen a captar nuestra atención y se queden en meras anécdotas, pero en
general el conjunto es bastante notable.
Yo creo que hay que leerlo, no se sentirá el
lector defraudado pero sí sorprendido y con ganas de seguir leyendo al Gran
Vilas.
Pedro
Pujante
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