EL
FINAL DEL BANQUETE
Muchachas
de cabellos suaves
venid
a mí.
Dejad
que acerque mi nariz a vuestros cabellos.
Dejad
que mis dedos jueguen con vuestros mechones suaves.
¡Estáis
tan limpias! ¡Y oléis tan bien!
Muchachas
de piel tersa, de senos apacibles, de hondo manantial,
dormid
conmigo, arremolinaos todas junto a mí…
¡Estoy
tan sucio! ¡Y me siento tan desdichado…!
Muchachas
de ojos dulces, no miréis mi piel oscura, mi pelo grasiento,
mis
ropas sucias y desgastadas…
Sabed
que vengo de muy lejos.
He
andado todos los caminos de la vida, las emboscadas
de
la mentira, los riscos de la envidia, los desiertos
de
la soledad…
Los
peores caminos que puede andar un hombre
los
he recorrido una y otra vez.
Y
hoy
he
llegado aquí, a este oasis oculto entre las rocas,
a
este palacio lleno de buen vino y bellas mujeres
y
no doy crédito a lo que veo.
Perdonad
pues mis torpes modales,
mi
aspecto descuidado,
mi
mirada lasciva:
Ya
no estoy acostumbrado a estos placeres
tan
sencillos y abundantes en vuestra existencia.
Seguid
pues, seguid con vuestras danzas y risas.
Yo
no pretendo perturbaros, tan solo reclamo un hueco
en
vuestros lechos. Cuando salga el sol
me
habré ido. Y nada quedará de mí en vuestros cuerpos
que
no se pueda borrar con un soplo de viento.
Pero
sé ser agradecido cuando la ocasión lo merece
y
¿no escucháis este tintineo?, mi bolsa está llena,
treinta
monedas de oro tengo para gastar.
Sed
amables conmigo, es todo lo que pido.
Tal
vez estás monedas ahora os parezcan poco.
Justo
es que no se valore lo que no se necesita.
Pero
yo sé lo que vendrá luego, he sufrido la decepción y el engaño.
Y
creedme, el final del banquete
son
estos dulces envenenados.
DISCOTECA, CON MORRISEY
No
diré que fue cruel conmigo.
Ni
siquiera puedo decir que me decepcionó.
Nunca
esperé nada de este mundo.
Así
que mi existencia no fue más
que
la confirmación de una certeza
tan
antigua y agarrada a mi alma
como
un grano o una verruga horrible que aparece en la niñez de un hombre
y
ya siempre le acompaña.
Life
is a pigsty, la vida es
una porquería
canta
Morrisey
en
esta discoteca vacía
del
final de la fiesta, cuando ya todos los invitados
se
han ido y sólo yo espero
(o
simplemente escucho la música) mientras
sigo
con los ojos
esas
luces vibrantes
que
recorren esa pista en la que nunca bailé.
Y
pese a todo aquí estoy, en mi púlpito:
Como
un cura que oficia misa en una catedral desierta
canto
con Morrisey, con devoción, en un murmullo…
La
vida, al fin, resultó como esperaba
pero
aún así le debemos una ofrenda.
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