Al
Maestro, Luis García Berlanga,
In
Memoriam, (1921-2010).
Accedí
a la oficina del Registro. El funcionario de turno ni siquiera se dio
cuenta de que llegaba pues, absorto en la lectura de varios papeles
que tenía entre las manos, se encontraba medio escondido detrás del
mostrador.
-Buenos
días -recuerdo que le dije en voz baja; no pretendía molestar.
-Oh
-me contestó el burócrata un tanto sobresaltado-, disculpe, no le
he oído entrar. Enseguida lo atiendo -y ordenó sus hojas en un
pulcro montoncito para después añadir-. Dígame, ¿en qué puedo
servirle?
-Sí,
mire. Venía por un certificado de defunción -expliqué.
-Indíqueme,
si es tan amable, los apellidos y el nombre del finado.
-Dos
mil, los apellidos, y el nombre: once.
-¡Claro!
Ya decía yo que su cara me era familiar. Usted es...
-El
hijo, sí.
-Permítame
expresarle mis condolencias. Todos en esta oficina lo acompañamos en
el sentimiento -dijo el funcionario llevándose la mano derecha al
pecho.
-Muy
agradecido -correspondí.
-Y
dígame, ya que está usted aquí, ¿no querría llevarse también su
certificado?
Me
pareció no haber oído bien, por lo que le pregunté:
-¿Mi
certificado? ¿Se refiere usted, por casualidad, a mi propio
Certificado de Defunción?
-Claro,
hombre; en esta oficina no se expide otro -aclaró el burócrata,
para añadir a continuación-. Recuerdo que su padre me dijo esas
mismas palabras, en el mismo tono y poniendo la misma cara. Es
curioso lo rápido que pasan ustedes –y la mirada se le perdió por
la inmensidad de las dependencias acompañada de un suspiro.
-Pues
no sé qué decirle -le contesté asombrado. No, asombrado no,
aterrorizado más bien-: por una parte ahorraríamos un viaje, pero
por otra... Usted nos conoce: somos una familia un tanto
supersticiosa -justifiqué.
-Ya
lo sé, ya. He entregado el «Documento» a muchos de ustedes y me
precio de conocerlos bien. Aunque, si me lo permite, le recomendaría
recoger ahora su certificado; total, la fecha ya está puesta. Mire,
aquí lo tengo: debidamente cumplimentado, firmado y sellado.
Me
mostró una cuartilla amarillenta adornada en los bordes con
arabescos y filigrana.
-Hombre,
visto así... La verdad es que eso de tener la caducidad señalada de
antemano tiene sus pros y sus contras. Por ejemplo, si sabes ya
cuándo te «va a tocar», puedes planificar tu vida al milímetro...
-comenzaba a explicar cuando el encargado me interrumpió:
-...Más
que al milímetro, al segundo, diría yo. Son magnitudes distintas,
¿no cree?
-Sí,
por supuesto, al segundo, al segundo. Pero, como le decía, por otra
parte es un tanto angustioso conocer la Fecha de uno con tanta
antelación. ¿No le parece?
-Pseee,...
no sabría muy bien decirle -el funcionario preparaba otra de sus
argumentaciones-. Angustias las hay de muchas clases: figúrese usted
que a alguno de nosotros, a mí en concreto, que soy de los que no
conocen aquel dato; figúrese digo que en un par de horas, al salir
por esa puerta y cruzar en el primer semáforo... ¡ZAS!... llega un
conductor despistado y me echa los sellos al «Documento».
Tanto
la onomatopeya como el juego de palabras del hombre lograron herir
mis oídos. Además, aquella conversación había comenzado ya a
producirme una suerte de urticaria por todo el cuerpo. Decidí
abreviar:
-Mire,
la verdad es que llevo un poco de prisa. Si es tan amable y me
facilita el certificado de mi padre... Bueno, de acuerdo, y el mío
también -y aún no me explico la razón, pero el caso es que me
envalentoné y añadí-: ¡Qué demonios! Y ya que estamos en ello,
retiraré además el de mi hijo trececito -confieso que me recuerdo
diciendo aquellas últimas palabras con un pelín de sorna.
-Oh,
cuánto lo siento -me respondió el funcionario, al tiempo que volvía
a tomar los papeles que había estado leyendo anteriormente y con los
que había formado un pulcro montón-, pero me temo que ahí no voy a
poder ayudarlo. Precisamente estaba leyendo la última circular del
Ministerio al entrar usted, y ya le anuncio que para el año que
viene habrá cambios: CAMBIOS DRÁSTICOS -enfatizó el burócrata
subiendo su tono de voz por vez primera-, por lo que me veo en la
obligación de comunicarle que aún no tenemos preparado el
certificado de su hijo... Me da que no va a ser tarea fácil; cosas
de la crisis y el fin del mundo, ya sabe.
Ramón Zarragoitia
.Los funcionarios lo saben todo. Iré a preguntar por el mío, aunque me temo que también estamos en crisis....
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