Dijo
que venía de hacer un viaje a, más allá del Arco Iris, para así conocer lo que
allí había. A menudo, plasma mi mente la fotografía que me inspiró su relato.
Intentaré ser con él todo lo fiel que mi
memoria me permita.
Contaba este amigo, que abarcando todo el
perímetro de la semicircunferencia que dibuja el arco, hay rayos de luz negra
separados por una corta distancia, que descienden en vertical desde la franja
de colores hasta clavarse en el suelo, a la vez que otros del mismo oscuro se desplazan
en horizontal, igualmente a lo alto y largo de todo del semicírculo. Configuran
así una fría y negruzca reja que nos excluye de desconocidas alboradas y
paisajes que reverberan a lo lejos. Como atrapados a este lado de la imaginaria
cárcel, entre brumas y soles que no alumbran y donde todo es gris, ojos huérfanos de poesía
añoran imposibles sonetos de viento y melodía que se presienten al otro lado y
que sobrevuelan praderas azules para desbordar con su originalidad los límites
de cualquier habilidoso ilusionista.
Me aseguraba esta persona que, hace muchos
años, buscó en los viejos baúles de su desván y halló un antiguo libro olvidado
allí, tan deteriorado y polvoriento estaba que apenas si se podía leer en sus
páginas. Se titulaba “Mas allá del Arco Iris”. Lo rescató, y desde entonces lo
había leído infinidad de veces, tantas que todo él quedó grabado en su memoria.
Por eso se decidió a ir allá. Cuentan sus hojas borrosas, maravillosas
historias desconocidas a este lado y que él efectivamente descubrió. Me dijo,
que en ese lugar nunca se oculta el sol durante el día porque no aparecen nubes
que impidan que todos los que allí viven reciban su luz y su calor, pero que
sin embargo crecen árboles y plantas de toda clase y sus campos son los más fértiles,
pues la humedad y el agua brotan de la tierra hacia arriba en preciosos
manantiales de aromas y de frescura, como en un ofertorio divino. Las noches
son cálidas y frescas a la vez, colmadas de mágicos susurros de estrellas
fugaces y de musicales rumores de labios
que acarician.
Adán y Eva corretean a sus anchas saciando
su apetito. Prueban todos los frutos sin temer a espadas flamígeras ni a
ángeles vengadores, porque el jilguero vuela siempre libre y por doquier se
para a picotear. Después levanta el vuelo sin mirar atrás y busca otras
semillas igual de apetecibles, come de todas ellas sin miedo a nada ni a nadie,
sin sentimiento de culpa porque la esencia de su nombre no está prisionera en
jaulas de papel colgadas en la pared de fríos archivos de juzgado ni en
armarios de austeras sacristías, y son a la vez sus deliciosos trinos
patrimonio absoluto tanto de almas como de cuerpos.
También me contó que comprobó que en ese
sitio no se oyen nunca gritos ni lamentos, ni se ven miradas de angustia y
cielos vacíos. Por el contrario, sobre el despejado horizonte se prodigan los
abrazos y a unos y a otras se les ve felices y unidos caminando sobre alfombras
de albahaca y hierbabuena. Y todo el mundo ama y respeta el blanco inmaculado
de las auroras, en libertad. Los rosales y jazmines no tienen dueño y no
importa el color de sus pétalos porque siempre es tiempo de lilas, de orquídeas
y de claveles.
Cada poco tiempo se levanta una ligera
brisa que trae suspiros de anhelos y deseos satisfechos hasta la saciedad. No
hay límites para el placer, y una magistral conjunción de líneas rectas y de
delicadas curvas dibuja una geometría celestial, portadora en si misma de
néctares y vuelos de mariposa.
No hay muros ni fronteras. Setos de
adelfas y de madreselvas los sustituyen. La fertilidad se extiende y se
manifiesta en todo su esplendor en valles y huertos, en los sembrados y en las
eras.
Por último, me comentó con
tristeza que a este lado, donde el tiempo se estira hasta lo inverosímil y sólo
hay desconsuelo y rigidez, no se encuentra un resquicio por donde escapar más
allá del Arco Iris, puesto que para ello se exigen especiales condiciones de la
que contadas personas gozan. De las pocas que lo consiguieron sólo él decidió
regresar para contarnos su hermosa experiencia.
Pedro Ortuño Ibáñez
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