de caldo caliente, de vino y de miga
fruto de la tierra, igual que la espiga
que espera impaciente la siega y la trilla.
Aprendiste el verso bebiendo del campo,
aromas, sonidos, colores dorados
de mieses, viñedos, frutales y pastos
que fueron de niño tu casa y tu espacio.
Entre libro y libro te fuiste formando,
copiando del mirlo su estilo y su canto,
engarzando estrellas blancas de veranos
en la huerta hermosa de miel y naranjos.
Bajaron por el Segura ecos de calamidades,
de dolor y de locura, prologo de horribles males.
Pasiones incontroladas y desgarros fraternales
dejaron la Vega Baja inundada de pesares.
Se escucharon por los huertos voces de extrema dureza
gritando de sacrificios, de horrores y amargas guerras.
No se dio tregua al espanto de aquella guadaña ciega
pero tu voz cantarina, se extendió desde Orihuela.
Siempre llamando a la paz por caminos y veredas,
poniendo una nota blanca junto a tan negra tristeza,
sirviendo de aldabonazo a las dormidas conciencias
decía la gente -Es Miguel recitando sus poemas.
Mas la ignorancia y el odio saben poco de estos temas,
de rimas ni de poesía ni nada que le parezca,
solo saben de matar, de batallas y de guerras.
Por eso te detuvieron y la muerte fue su lema.
Resuenan desde Alicante lamentos por las higueras,
sollozos por los trigales, y suspiros por las eras.
Llevaron vientos del pueblo las golondrinas viajeras
pregonando su amargura doliente de puerta en puerta.
Que está cantando la alondra en su jaula, prisionera,
canciones que no son tales, si no dolorosas quejas.
Un lucero chico iluminó el cielo,
sangre de cebolla llovió sobre él
y tus tres heridas fueron desconsuelo,
pena y descontento no poderlo ver.
Vino a visitarte el Niño Yuntero,
con tierra en las manos, con hambre y con sed.
Llorando de rabia, triste pero entero,
dijo al carcelero -¡Dejad a Miguel!
Y el árbol talado retoñó de nuevo,
libre el pensamiento y la voluntad
y los algodones cubrieron misterios
de tesón valiente, de fuerza y verdad.
fue tu resistencia ejemplo de vida
pero todo es frío y olor a humedad
y aunque el alma tiene la luz encendida,
el cuerpo agoniza de debilidad.
Y así poco a poco, tu pecho de acero
fue la “enamorada” quien quiso abrazar
y una negra sombra cruzó el Orbe entero
llegando a Orihuela, Cox y Redovan.
Tus altos andamios siguieron la estela
siempre recordada de aquel que se fue,
libando tu alma por nuevas esferas
contarás desdichas a Ramón Sijé.
Le dirás que viste el más grande crimen,
que cerraste los ojos para no mirar,
que desbordó el río desastres horribles
porque tanto llanto no pudo encauzar.
Quiero resguardarte del viento y la lluvia,
quiero rescatarte de la soledad,
coger el relevo, la palabra tuya,
besar la paloma blanca de la paz.
Pedro Ortuño Ibáñez.
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