Esta es la historia de un anarin llamado Mahalaleel, el
cual vive en la ciudad de Aroer, que a se encuentra en el país de
Bergal, que a su vez se halla en el planeta de Carión.
Los
anarin son un pueblo muy tranquilo, no pelean, no discuten, no
guerrean, en definitiva son un pueblo aburrido, pero a Mahalaleel le
gustaba curiosear, era extremadamente curioso y en vista de que en Aroer
nunca pasaba nada, decidió partir hacia la región de Gederati, en busca
de aventuras.
Yendo de
camino a la ciudad de Baser, Mahalaleel se encontró con un individuo al
cual pregunto a cuantos días de camino estaba la ciudad, el extraño le
respondió, que a cuatro jornadas, pero que era mejor que no se acercase
por allí, pues estaban pasando cosas muy raras en esa ciudad.
Pero
Mahalaleel no hizo caso. Como ya se dijo, él era muy curioso, y lo oído
anteriormente le había intrigado de tal forma que hizo los cuatro días
en dos.
Al llegar a
Baser se encontró con algo muy extraño. No había nadie en las calles y
las casas estaban cerradas a cal y canto. Tan sólo, a lo lejos se oían
los ladridos lastimeros de los perros. El aire estaba cargado. La
tensión se sentía en el ambiente, se intuían las miradas acechantes.
Mahalaleel no sabían que hacer, así que, se acerco a una puerta y llamo
insistentemente para que le abrieran; pero nadie contesto.
De pronto, tras él, apareció un gigante encapuchado de unos tres metros de altura. Mahalaleel le preguntó.
¿Quién eres? y ¿qué quieres de mí?
Me llamo Ahiram de Mara y no quiero nada de ti, tan solo te aviso, de que si te quedas aquí morirás.
Y ¿por qué he de morir?– Le interrogó.
Eso no puedo decírtelo, pero si osas quedarte, tendrás una muerte cruel.
A
Mahalaleel le picaba cada vez mas la curiosidad, más optó por salir de
Baser y vigilar todo lo que ocurría desde una cima, no muy lejos de la
ciudad, la cual recibe el nombre de Pi-habirot, que significaba en
anarin “Cima Pacifica”. Por suerte para él, se había traído un visor
graduable, con el que podía ver todo lo que pasara en Baser.
Desgraciadamente en las horas diurnas, nada ocurrió; ni siquiera volvió a
ver al extraño gigante. Mahalaleel estaba a punto de abandonar, cuando
de pronto, vio que algo se movía en el centro de la plaza, pero eso era
imposible, ya que tan sólo unos instantes antes había mirado y no vio ni
un alma.
Lo que
Mahalaleel observó era una extraña forma, que comenzaba a retorcerse
tomando formas distintas, hasta que se detuvo. Fue entonces cuando se
dio cuenta que estaba ante un enorme fargún. Los así llamados son unos
personajes de la mitología anarin, que representan a los poderes oscuros
en las entrañas del planeta.
Aquel
ser era grande, extremadamente grande. Mahalaleel se preguntaba. Qué
hacía allí, en la ciudad de Baser. De pronto, surgió sin que el se diera
cuenta de dónde había salido, una gran multitud de personas, que se
reunió en torno a la criatura. Parecían adorarle. En ese instante se
percató de lo que allí ocurría.
Mahalaleel
recordó que los fargún son los enviados del “Señor Oscuro”, Hiramohab,
en anarin. El cual había sido un rey tirano y cruel, que fue expulsado
de Habheril, el paraíso, por el magnánimo Abbaras, cuyo nombre
significa”Padre Creador”.
Y ahora parecía querer volver a reinar con la ayuda del pueblo de los urinibitas.
Por
un breve instante percibió la mirada de aquel ser, pero eso era
imposible, nadie sabía que estaba allí. Más no se podía mover, pues
realmente el fargún le seguía mirando. Transcurridos unos segundos, los
cuales le parecieron una eternidad, el enviado desvió la mirada y
Mahalaleel quedó apesadumbrado, pues como dicen los anarin, “el que
mirase fijamente a un fargún, tendrá dolor de corazón”, más el no temía
esas habladurías, ya que leyó en el Canaf, libro escrito por Abbaras, en
el que dice, “el que estuviese expuesto a la mirada de un fargún, podrá
salvarse, bebiendo del agua de la fuente de Obhadyahu”, la cual se
encontraba no muy lejos de allí.
Mahalaleel
bajó de Pi-habirot y se encamino hacia dicha fuente. Mientras iba
caminando, sentía como un gran pesar le llenaba el corazón, era la
mirada del fargún que le había herido muy profundamente. Tardo en llegar
unas doce horas y una vez allí bebió todo lo que pudo, hasta que le
abandonó el pesar.
Una
vez recuperado, fue a la ciudad de Hadhramelech, cuyo nombre significa
“Circulo del Rey”, a solicitar ayuda al gran señor de Bergal,
descendiente directo del magnánimo Abbaras, conocido por Adonhiram, que
significa “Gran Señor”.
Mahalaleel
fue recibido por éste, que tras saber que Hiramoab pretendía volver de
su encierro subterráneo, ordenó que se preparara a todo su ejército,
para atacar Baser al anochecer; y le dio a Mahalaleel el rango de
teniente general de todos sus ejércitos. A las tres horas de haber
llegado, partió de nuevo hacia Baser al frente de 200.000 melech. Estos
eran fieles servidores de Adonhiram, al igual que lo fueron de Abbaras,
cuando se enfrentaron por primera vez a las huestes de Hiramohab, en la
batalla de Sikhron y en la que perecieron alrededor de unos 600.000
melech.
Antes de atacar
la ciudad, subieron a Pi-habirot, desde donde pudieron acechar sin
peligro a Hiramohab y a todo su sequito de abominables criaturas. Desde
allí se hicieron todos los preparativos para entrar en combate.
Adonhiram le entregó una coraza de krelún (el krelún es un material
virtualmente indestructible), mientras que él llevaba la cota de malla y
la coraza de Abbaras, con el mítico Tharem en la frente.
El
Tharem es un regalo de Ebhiathar, nuestro dios, que le entregó a
Abbaras y de éste paso a padres y a hijos, hasta llegar a Adonhiram. Se
trata de una lágrima de Ebhiathar, una perla de unos cinco centímetros,
la cual posee el poder de destruir todo el mal que hay en Carion.
La
ciudad de Baser fue rodeada por los melech, pero Hiramohab sintió la
presencia de Adonhiram y había hecho preparar calderos de kehal, un
ácido muy corrosivo.
Adonhiram
sabia que tendría algo preparado, advirtió a sus fieles y les mando que
avanzaran camuflándose con arbustos cortados. Cuando se hallaban a
menos de 30 metros de las barbacanas de la ciudad, fueron vertidos los
calderos con el kehal, por los toboganes abiertos sobre el portón de
entrada, por lo que no hubo bajas en el ejército de Adonhiram. Con un
enorme ariete que habían construido comenzaron a golpear el portón del
baluarte de la ciudad. Protegiéndose con los escudos, de las flechas que
disparaban, por las aspilleras, los arqueros. Hasta que cedió bajo el
ímpetu de los melech, que comenzaron a pelear contra los urinibitas.
Mahalaleel
se defendía como un gran guerrero, a pesar de pertenecer al pacifico
pueblo de los anarin, lucho cuerpo a cuerpo contra Abdeh-Mohab, la mano
derecha de Hiramohab, cuyo nombre significa “Servidor Oscuro”y al que
logro matar en arduo combate.
Adonhiram
mientras tanto se batía con Hiramohab, que rehuía enfrentarse con él, y
le enviaba a sus terribles secuaces, los cuales iban cayendo, bajo su
mirada, hasta que al fin se encontró rodeado de unos quinientos
cadáveres y frente a él se hallaba el tan temido Hiramohab, cuyo nombre
era símbolo de horror para todos los habitantes del planeta Carión y al
que ningún melech se había atrevido a enfrentarse y los que lo había
intentado, yacían muertos a sus pies asesinados por su sequito de
abominables esbirros.
Adonhiram pronuncio las siguientes palabras que devolverían a Hiramohab a su encierro en el Bhakjhálum
-Ebhiathar, Ebhiathar, Señor de los Ejércitos, acude a mi llamada y
escucha a tu humilde siervo que clama justicia. Te suplico encierres a
esta mala bestia en el Bhakjhálum, el Infierno de los 100.000 tormentos,
para que pague por el horror causado en nuestras vidas y que nunca
jamás vuelva a morar fuera de el.
Una
vez hubo terminado, Hiramohab fue tragado por la tierra con todas sus
criaturas, entre temblores y relámpagos, para no volver jamás.
Hubo
grandes celebraciones en todo el planeta, pero Mahalaleel ya había
partido hacia las oscuras regiones de Khublarhek, donde encontraría
muchas mas aventuras, que serian narradas por él mismo, puesto que
volvió a la ciudad de Hadhramelech, para contar todo lo acaecido a su
buen amigo el rey de Bergal, Adonhiram.
M. D. Álvarez
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