El
teléfono sonaba y de seguro llevaba rato haciéndolo, porque el volumen elevado
del timbre no era el mismo que en los primeros tonos. Bajó las escaleras
deprisa, en algún tramo de dos en dos, para llegar cuanto antes al aparato
sabiendo de la poca paciencia que tenían algunos. Ni arriesgándose a romperse
la crisma llegó a tiempo; quien estuviera al otro lado había colgado, pero el
parpadeo de la pantalla demostraba que la llamada había sido real. Recuperó el
número, pensando como tantas otras veces que era mejor cuando los teléfonos no
daban pistas sobre los mismos. Te ahorrabas, en el peor de los casos, mudar la
voz hacía un tono impersonal, para informarte de quien se hallaba al otro lado
en el hipotético caso de que el número fuera desconocido.
Andaba
manipulando botones cuando la vibración seguida del sonido hizo que casi se le
cayera de las manos. Era Aurora y no lo sabía porque reconociera el número,
sino porque al tenerlo en la agenda su nombre aparecía reflejado en la parte
superior. Algo grave tenía que haber sucedido para que la llamara en pleno
viaje. Era un acuerdo sin palabras, nada de llamadas fuera del territorio
nacional que luego la factura se disparaba con esa manía que tenían las
compañías telefónicas de cobrar en esos casos a ambos usuarios.
―
Diga…
―
¡¡¡Me caso!!!
Esta
vez el móvil se le cayó de las manos, la carcasa por un lado, la batería por
otro y aquella voz emergiendo del suelo y susurrándole al oído: “me caso, me caso”
―
Y encima se lo pide en París― se lamentó mientras se arrodillaba para recoger
las distintas partes del aparato.
Ya
en pie, cogió el grueso cenicero que ofrecía la mesa a los amigos fumadores y
con rabia lo tiró contra el cuadro de Montmartre situado sobre el sofá, el
cristal se hizo añicos “El hombre de la lluvia” levantó la mirada y se rió.
Paseaba
como fiera enjaulada entre los muros del adosado, contuvo las ganas de seguir
rompiendo cosas. Práctica al fin y al cabo, no era cuestión de destrozar muebles
que con su exiguo sueldo tendrían difícil reemplazo. Pero aquel era su viaje.
La caja de zapatos rescatada de lo alto del armario, dejó a la vista postales,
folletos e itinerarios. También una fecha, abril de 1996, justo cuatro años
antes.
No
se habían extinguido los ecos de la última campanada cuando el virus hizo su
aparición.
Atónita,
Silvia vio como Andy levantaba a Aurora del suelo y la besaba. Aurora con
mirada enamorada respondía con pasión a ese beso. El feliz año nuevo quedó
obsoleto entre los labios ya que pocos fueron los cerebros que no se vieron
afectados; el tan traído y llevado cambio de milenio había borrado en gran
parte de la población la memoria reciente de su vida. Como si nada hubiera
cambiado, pero todo diferente, personas, sentimientos, paisajes… todo lo
acontecido en la última década del siglo XX se había difuminado entre velos de
neuronas defectuosas. El tan temido efecto 2000 no afectó a los aparatos
electrónicos, afectó a las personas.
En
uno de sus muchos intentos por hacer que recuperara la memoria, le habló del
viaje planeado, de cómo a lo largo de esos cuatro años habían ido ahorrando con
mucho esfuerzo, hasta conseguir reunir la cantidad necesaria. Buscaba
complicidad, pero lo que vio al mirarlos no presagiaba nada bueno. Comprendió
que Andy, su Andy, era Andrés, el amor universitario de su hermana, aquel con
el que planeaba viajar a París cuando finalizaran la carrera y que de un día
para otro, dejó de ser nombrado en las cartas que ésta enviaba a casa. Recordó
ahora, que cuando los presentó, ella levantó un muro reforzando su territorio, e ignoró que se conocían con
cortesía pero firmeza ¿Defensa o ataque?
Estando
los dos afectados por aquel virus e instaladas sus mentes a finales de los
ochenta, retomaron lo que quedó inconcluso y decidieron llevarlo a cabo. Con
prisas reservaron los billetes y aquel precioso hotel desde cuya ventana se
veía el monumento más emblemático de la Ciudad de la Luz.
El
móvil abandonado, zumbó con la llegada del sms
“Hermosa
la Torre Eiffel. Miles de bombillas iluminan el cielo de París”
Bip,
bip
“Estoy
deseando regresar y mostrarte el precioso anillo de compromiso que Andy me ha
regalado”
Un
tercer mensaje hizo su entrada en el terminal
“Despídete
de Andy. Te quedaste sin París
Feliz
año nuevo hermanita”
Dolores Leis Parra
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