El joven rey
Gaspar procedía del Imperio kushán, en Asia. No se parecía en nada a sus
compañeros de caravana. Era pelirrojo, de tez nívea y de ojos verdes. Se cuenta
que pertenecía a la tribu de los tocarios.
Era de la gran
estirpe de reyes sacerdotes y astrónomos que al igual que sus colegas veía el
futuro en los astros.
Desde pequeño le
fascinaban las estrellas. Al parecer un día su padre le sorprendió conversando
con el firmamento y le preguntó:
—Gaspar hijo ¿Por qué le preguntas a
ellas lo que puedes saber por las vísceras de un pollo?
A lo que Gaspar,
meditabundo y absorto en sus pensamientos, le respondió:
—Padre, el futuro está ahí arriba y solo
hay que observar y escuchar.
—¿Y qué te dicen? –Quiso saber su padre.
—Que algo maravilloso está a punto de
ocurrir y yo lo veré con una coalición de reyes que también observan la bóveda
celeste. Pero todavía no puedo decirte dónde ni cuándo.
Muchos años
después, una enigmática estrella apareció por el este, de la nada, como si
alguien o algo la hubiera puesto ahí para ser vista por unos pocos visionarios
que la seguirían hasta donde les llevase. Allá arriba brillaba con gran fulgor,
aquella misteriosa luminaria les llevó a través de desiertos, montañas, ríos y
desfiladeros hasta que se detuvo sobre un humilde chamizo, a las afueras de la aldea de Belén.
Por el horizonte
se vislumbró avanzar la caravana de los reyes observadores que traían hermosos
presentes para el Niño Dios. Los reyes astrónomos cayeron postrados ante aquel
niño del que emanaba una fuerza y un poder maravilloso. De todos los presentes,
el que fue recibido con la mayor alegría fue el incienso del rey Gaspar.
La congregación
de reyes había profetizado que aquel niño sería el más grande portador del amor
divino aunque Gaspar vislumbró algo más que no llegaría a comprender, hasta su
debido tiempo.
Aquel querubín
de ojos azules y de bracitos regordetes, miró a Gaspar. Este sintió una voz interior
que le dijo:
—«Bendito tú que ves mi destino»
Gaspar cayó de
rodillas, adoró y lloró por aquel que un día daría la vida por todos.
Según cuentan
las leyendas el rey Gaspar volvió a su capital en Mathura, siguiendo la
vida de Jesús, hasta que murió en la cruz y resucitó, cumpliéndose la profecía
que tantos años atrás le llevó hasta su lugar de nacimiento.
Dedicó gran
parte de su fortuna a construir escuelas, albergues para los pobres, comedores
para los oprimidos y centros de justicia. El resto de sus bienes los
entregó a los más afligidos.
Y antes de
acabar sus días, pudo vislumbrar de nuevo el lucero errante que les guio hasta
el lugar más maravilloso y humilde de todos cuantos ha habido en el mundo.
—Has venido a guiarme de nuevo vieja
amiga. Este será mi último viaje, ¿verdad? ¡Ea pues! Llévame hasta el lugar
donde debo reposar mis viejos huesos.
Gaspar viajó
atravesando las cordilleras del Karakórum,
vadeando el Indus, el Erymandrus, el Tigris y el Eufrates hasta la ciudad de
Lagash, atravesó por el desierto de Arabia, descansó en el oasis de Taima y
continuó hasta su destino tras el serpenteante desfiladero de Al Siq, la ciudad
sagrada de los nabateos, Kazneh. Para los que aún no conozcan la ubicación de
dicha ciudad, les diré que posteriormente se la conoció con el nombre de Petra.
Según cuentan los historiadores, Kazneh fue fundada por los
nabateos que procedían de la
tribu de Nebavot, el mayor de los doce
hijos de Ismael y Agar.
Durante todo el camino, con todo aquel que quisiera conversar, Gaspar dio
fiel testimonio de toda la vida y milagros del Nazareno.
Antes de expirar, Gaspar tenía que cumplir un mandato más.
El astro brillante le habló en estos términos:
—Escribe mi
buen Gaspar lo que te voy a relatar:
«Estos son los designios del Señor:
Llegará un día en el que todas las razas pelearán entre sí para conseguir
el dominio de este mundo. Habrá plagas, terremotos, inundaciones, sequías y
grandes desastres naturales.
En la edad del tercer milenio, cuando no haya más espacio en
el infierno, los muertos saldrán de sus tumbas.
Así dijo el Señor tu dios:
Enviaré a un emisario que gobierne sobre todas las naciones con vara de
hierro. Y transcurridos diez mil años, mandaré a mi hijo Bienamado para que
apaciente a mi rebaño libre de iniquidad. Su gobierno estará libre de hambre y
guerras, solo los justos y dóciles heredarán la tierra. Y su reino no tendrá
fin
El que tenga oídos que oiga y el que tenga ojos que vea».
»Escribe cuanto
te he contado para que quede constancia de las palabras y hechos que acaecerán
al final de los tiempos, por obra y gracia del Altísimo.
»Esta profecía
será ocultada en el Tesoro de Kazneh
hasta que llegue el día de su última revelación.
»Allí descansará el sueño de los justos hasta el final de los tiempos,
cuando sea reclamado para dar testimonio de la divinidad de aquel al que honró
y adoró.
No existen testimonios de si Gaspar murió allí mismo o aún vivió más años,
pero se cuenta que ese mismo cuerpo resplandeciente que lo guio, quedó suspendido
sobre el supuesto túmulo de Gaspar para así guiar a todos los peregrinos que
anhelasen la sabiduría y conocimiento de los reyes que en peregrinación fueron
en pos de una profecía que los catapultaría a un mundo mejor.
Y, tal y como llegó, desapareció mucho tiempo después sin dejar huella.
Quién sabe. Puede que algún día vuelva a iluminar el camino a soñadores que
conversen con los astros para conocer el futuro del hombre. Porque ya lo dijo
el Rey Gaspar:
«La verdad está ahí arriba y solo los más dóciles y humildes pueden oírla
y verla».
Aunque también existe una leyenda que dice que tanto él como sus
correligionarias majestades siguen viajando y llevando la alegría una vez al
año a todos los hogares donde reina la paz y la armonía.
Cada uno es libre de pensar lo que quiera y quedarse con la versión que
prefiera. Yo opto por el primer relato.
En el que las estrellas y el cosmos nos hablan de cosas maravillosas que
acaecerán en el devenir de los tiempos.
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