El último pitido
Vale… Terminó el
partido,
gozaste de dar
patadas,
sonó el último
pitido,
no hay excusas, yo
he perdido.
Ganaste por goleada.
Te quedaste con los
hijos,
con el coche y con
la casa,
con los muebles, el campito,
con el gato y el
perrito
y el bungalow de la
playa.
Y para mayor castigo
pediste que me
alejaran
del entorno de los
niños
cual si fuera un
asesino
sin escrúpulos ni
entrañas.
Vale…Se acabó la
historia
¿Sabes cuál fue mi
pecado?
Quererte como un
idiota,
esa fue mi gran
derrota,
ya no me importa
contarlo.
Yo me he quedado en
la inopia,
abatido y condenado.
Tú, ahora vives en
la gloria
recreando en la memoria
tus calumnias del
pasado.
Que una gigantesca
ola
de engaños y malos
tratos
se adueñó de nuestra
alcoba
desde la noche de
bodas
y arrasó todo a su
paso.
Vale… Sabes que no
es cierto.
Que te quise con
locura,
que por ti bebí los
vientos,
que llegué hasta el
sufrimiento
y perdí hasta la
cordura.
Si con el paso del
tiempo
inicias otra
andadura
de sol y
enamoramiento
que te llene de contento,
de cariño y de
ternura.
Ojalá que con
talento,
más amor y menos
dudas
no apuestes por el
intento
de urdir el viejo
argumento
del engaño y la
ruptura.
Vale… Si en el andar
del trayecto
se te eclipsara la
luna
y te encontraras, de
hecho
sin el refugio de un
techo,
sin calor y sin
fortuna,
abandonada a los
golpes
de la mentira y la
injuria,
acorralada en la
noche
por amenazas feroces
de soledad y penuria
escucha lo que te
digo:
acuérdate de este
viejo
que un día fue joven
contigo
pues por ti, cielo querido
me he de jugar el
pellejo.
Triste atardecer
Mirar por la ventana me produce escalofríos. Está
encapotado, creo que volverá a llover.
-¡Esta lluvia negruzca!
Cae lodo que se filtra por cada arruga del cuerpo y también del alma.
Presagios que oscurecen las sábanas de mi cama helada.
Persistente rumor de agua sucia que resuena en mis oídos,
igual que las palabras de mis cuidadores.
Creen que no me entero de nada, que se me ha secado el
cerebro, que la inmovilidad y silencio son producto del maldito Alzheimer.
Eso quiero que crean.
Que me dejen quieto, con tiempo para empapar mis sentidos
con el recuerdo.
El sol salió tres veces: risa y llanto, tormenta y placidez,
ilusión y dudas. Después se alejó para estrenar amaneceres.
Ella se hartó de la vigilia y tomó el sendero del sueño
profundo.
Al final, donde ni el calor calienta respiro aire congelado,
envuelto en un letargo difuso que apela al olvido definitivo.
Hasta esto es efímero.
Voy a prepararme, pronto anochecerá.
A un reloj parado
Reloj sin tiempos, sin ansia
ni temores.
No te atrae el pasado ni te
preocupa el futuro.
Tus manecillas, agotadas, se
aquietaron en un presente lejano, con la cadencia del momento que transcurría.
No te altera el avance
inexorable e incoloro de las horas que se evaporan.
A mi sí.
No hay en ti melancolía de
hechos ni lugares. Yo soy producto de todos ellos.
Tú no respiras inquietud por
lo venidero, la suspendiste en un descanso sin sonrisas.
Un día cualquiera, yo
también detendré mi marcha. Lo haré sin alharacas ni remordimiento y me
enfrentaré al velo oscuro que cubre todas las dudas.
Pedro Ortuño Ibáñez
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