Nací con los puños cerrados y llorando, señal de que
sería una luchadora. De chiquitina me tocó lidiar con un monstruo
depravado que me usó como un saco de boxeo.
Todavía
no tenía fuerzas suficientes para defenderme, pero gracias a mi
determinación y tesón, me fui entrenando para las siguientes embestidas
de la vida.
Al siguiente
cabrón que quisiera golpearme, se lo haría pagar con una furia
desmedida; le lloverían ostias de todas partes. Así aprenderían, o por
lo menos se lo pensarían antes de golpear.
M. D. Álvarez
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