Ignoto
Tú,
Dios
Póstumo
que
vive.
Extática
costumbre
de
contemplar
tu
ironía de hondura
divina
y misterio
incomprensible
de mi sed.
Como
foso me ciega
el
vacío urgente
de
tu presencia en las cosas,
limita
mi tiempo,
trocea
mi risa
—¡mi
alma extinta!—,
ante
el horizonte inmóvil
donde
baten tus horas.
De
los caminos sin rostro
y
quietos de tu boca
dejo
el olvido
en
la promesa
sedienta
del
rastrojo que me abruma
y
me asusta
sorprendido
ante
tu muerte,
permanencia
vieja
del
dolor fácilmente
prendido
a los ojos.
Sabes
que no sé
y
que no comprendo
tan
tortuoso ejemplo
en
tu presencia invicta
o
terrible
si
no fueras hombre.
Humano
sentir
proclamo.
Tu
soledad es la mía.
Son
templo y dominio
de
velada luz
de
tópicos ante la nube
exacta
en la hora,
inmensa
y
silenciosa
que
me ha de cesar.
Azota
insistente
necesidad
de la muerte
para
tu gloria.
Ven,
pero no me abrases,
perdido
afán
sin
límites
en
la mirada triste
y
desprendida
del
viejo roble amigo
del
sagrado bosque hendido,
“¡Marana
Tha!”,
en
arrebol sonoro.
Jesús Cánovas Martínez
De su libro Kyrie Eleison
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