José Guadalajara
La luz que oculta la niebla
Bohodón Ediciones. 2012.
Si se conoce
personalmente a un escritor hay que desprenderse de todo lazo afectivo
para realizar una crítica bien elaborada de su trabajo literario. La
empresa resulta más complicada si en el texto aparecen lugares
familiares (calles, ambientes) que sintonizan con los propios recuerdos y
terminan —como le sucede a la protagonista— transportándole a uno a su
propio pasado mediante la nostalgia. Puedo afirmar que supone un
redescubrimiento del autor y su estilo, porque aunque la novela se
anuncia como “escrita con lápiz de labios” (en clara referencia a la esencia más romántica de la trama) es mucho más que eso.
Este libro supone un
valeroso cambio de registro para Guadalajara, que hasta el momento había
centrado su producción bien en el ensayo sobre la figura del
Anticristo, bien en la novela histórica. No obstante, se distingue de
las voces habituales de dicho género por presentar intrigas tan cuidadas
como enigmáticas, destacando especialmente en la profundidad
psicológica y emocional de sus protagonistas, detalles que vertebran
también su nueva aventura literaria.
“En esta torre de
Babel hemos sido nosotros mismos y nos hemos amado como si el tiempo
oculto de todos estos libros nos hubiera rodeado con sus voces.”
La trama describe la
introspección intimista de una mujer madura respecto a momentos
determinantes de su vida, mientras posterga la apertura de una carta
recién recibida y probablemente escrita por el que ha sido su gran amor,
un fascinante arqueólogo. Mientras pasa revista a dichos episodios,
adquiere consciencia de que muchos de ellos no han quedado bien
resueltos emocionalmente; en especial, todo lo relativo con su relación
apasionada y nada convencional con ese hombre, siempre envuelta en
altibajos y claroscuros. Dichas remembranzas dan cuerpo a la novela y
permiten conocer a sus personajes —la evolución de sus etapas vitales
desde la juventud universitaria a la madurez— a través de la perspectiva
de la protagonista.
Poco más se puede
revelar sin romper los misterios argumentales. Nos encontramos ante un
viaje por el tiempo, bien al pasado antiguo y sus civilizaciones
(mediante los eruditos comentarios de algunos personajes) bien a épocas
algo más recientes (los últimos treinta años), que a muchos lectores le
resultarán familiares: los cambios en las calles, las costumbres y el
espíritu. No obstante, todas estas referencias pretéritas guardan una
profunda significación emocional con el desarrollo de la trama y en las
almas de sus integrantes. Algunos de ellos son identidades reales como
el poeta Félix Jiménez o el novelista Manuel Finisterre (amigos del
propio José Guadalajara, que recupera con valentía esta tradición ahora
en desuso de incluir autores reales en una obra de ficción). Además,
queda sugerido que la historia puede tratarse de un suceso real, lo que
aumenta su especial magia.
“Estoy irremisiblemente condenada a convertirme también en una fotografía.”
Mediante gran habilidad
narrativa, el autor va alternando remembranzas del pasado y hechos del
presente, con un estilo muy preciso, subjetivo y natural. Emplea un
campo léxico cuidado y lírico, acorde con el nivel cultural y las
pretensiones literarias de la narradora y personaje central. No
obstante, recurre a un registro más coloquial dependiendo de las
emociones de cada momento, como nos pasa a todos. Este rasgo de
coherencia interna cubre de verosimilitud y naturalidad el relato y
forma parte del elemento más representativo de la obra: el eficaz
retrato literario de la psicología del alma humana, contradictoria y
emotiva.
Físicamente, el volumen
está cuidado, sin erratas. Quizás el papel empleado resulta demasiado
blanco, cosa muy común en estos tiempos de crisis, en el que los
editores deben de recortar costes. La imagen de portada, reveladora y
sugerente, muestra una mujer sola al borde de una playa bañada en la
última luz rojiza del ocaso (no se nombra al artista en los créditos).
“—Se merece que hubieras vendido cien mil ejemplares…”
En conclusión, una
novela breve, emotiva, de gran lirismo y calidad literaria, en una línea
que guarda semejanzas con autores como Murakami o Proust, pero con una
marcada identidad que no se queda en el retrato romántico o la
sensiblería simple, sino que transforma tras su lectura, que es la
misión de todo buen libro. Sin duda, estamos ante una narración de una
calidad muy superior a las que suelen poblar los mostradores mediáticos
de novedades de las grandes superficies. Merece un gran destino y la
acogida del público.
Fernando López Guisado
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