Eduardo
Lago
Siempre
supe que volvería a verte, Aurora Lee
MALPASO,
2013
Soy
un lector tardío: leí El Quijote con 25 años y ahora estoy
descubriendo a Homero. Por eso siempre tengo la sensación de estar
llegando el último a los libros y cuando leo la novedad de algún
autor contemporáneo tengo la impresión de haberme adelantado a mí
mismo.
Conocí
a Eduardo Lago, no cuando recibió el Nada por Llámame Brooklyn,
sino hace poco, en el libro de cuentos Lo desorden que firma
La Orden de Finnegans, a la cual también pertenece Vila-Matas. Quizá
por este último me interesé en leer dicha antología. El cuento sin
título de Lago me pareció interesante, original, bien escrito. Así
que desde ahí llegué a Siempre supe que volvería a verte,
Aurora Lee.
Es
esa novela una especie de relato negro sui géneri en la que
el objeto de investigación es un libro inconcluso, o más bien, la
literatura. Un homenaje a la literatura y a Nabokov.
Un
escritor llamado Benjamin Hallux queda fascinado por la novela
inacabada de Nabokov: El original de Laura. Encarga a un
ghostwriter que a partir de esta esquemática obra publicada
póstumamente en forma de tarjetas logre reconstruir la novela que
Nabokov hubiese llegado a escribir. Marlowe, el escritor fantasma de
resonancias conradianas, al principio reticente al disparatado
encargo, acabará por sentirse fascinado por la pieza del genial
escritor ruso y accederá.
En
El original de Laura, encontraremos que existe un personaje,
un escritor llamado Wild tomando notas para una novela sobre un
escritor que escribe sobre otro escritor, en un juego de muñecas
rusas metaficcional. Pero no sigamos por ahí.
A
la vez que Marlowe rescribe la obra de Nabovok también se dedica a
pergeñar la autobiografía de un multimillonario a petición de su
enigmática y seductora esposa. Marlowe en uno de sus viajes acabará
por desaparecer misteriosamente. Los manuscritos sobre la obra de
Nabokov son buscados por una extraña secta literaria que cuenta con
un perro capaz de husmear y detectar los manuscritos. Humor, ironía,
misterios y literatura se alían en este cóctel impredecible, con
muchos guiños al lector, escabrosos retruécanos intertextuales, con
notas a pide página en forma de diálogo con el propio narrador,
citas y comentarios sobre la novela que se está escribiendo.
Es
esta última obra de Lago una lectura polifónica y desenfadada, ágil
por momentos, aunque quizá hubiese resultado más atractiva si se
hubiesen evitados ciertos fragmentos, como un relato sobre el hijo de
Paul Auster que se incluye completo y que poco tiene que ver con la
trama central, y que alargan el texto innecesariamente.
No
obstante, nos hallamos ante un ejercicio original, que se distancia
ostensiblemente de los senderos comerciales y que proponen una forma
distinta y personal de entender la literatura.
Pedro
Pujante
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