Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

jueves, 27 de febrero de 2014

El relevo



En memoria de Blas Estal



En estos días se cumplen quince años de la aparición del primer número de la revista Ágora “papeles de arte gramático”. Mientras escribo estas líneas y me sitúo en mi primer contacto con sus páginas, Blas, mi querido y desaparecido hermano, me observa desde el pie mismo de una de sus pinturas, sobre el aparador. Su fotografía se apoya en el búcaro que alberga una rosa blanca, esa que cada año, por San Blas, le ofrezco como regalo.


Quisiera poner en mi teclado sus palabras, porque, estoy segura de que, si pudiera, me las iría dictando desde ese lugar en el que cada tarde mantienen sus tertulias los pintores, poetas y demás hacedores de belleza para deleite de los cuerpos descarnados y etéreos; ese lugar en cuya existencia, por desgracia, no creo.


La mañana se muestra propicia para el recuerdo y la descarga emocional a través de las letras. El cielo es de color gris, y por detrás de los tejados que se divisan desde mi ventana adivino un mar tan ausente de azules como perezoso. El frío se deja notar en los pies cuando llevo un rato sentada frente al monitor. No así en el tacto que ágilmente se desliza por cada una de las teclas. La música me acompaña, como siempre, suave y discreta para no alterar a mis pensamientos. A veces miro hacia la fotografía que sigue observándome con ojos de Blas, de ausencia, bajo su boina negra de los últimos tiempos; y mi mirada tropieza con los ejemplares de Ágora que he rescatado de su caja de tesoros, donde permanecen custodiados por otras letras y algunos esbozos correspondientes a los últimos trabajos inacabados. Son ejemplares antiguos de una Nao que recientemente renovó tripulación, capitán y timonel. Los marinos veteranos, los que siguen en sus puestos, son condescendientes con las nuevas incorporaciones, así la nave podrá llegar a puerto sin apenas sobresaltos. 


Estas portadas, envejecidas ya, que me incitan sobre la mesa, son las “Ágora —Papeles de arte gramático—“ de los primeros días, de los primeros sueños de un Fulgencio Martínez que puso todo su empeño y trabajo en esta, a veces, complicada empresa. 


No sé exactamente en qué momento se incorporó Blas a aquella aventura, pero me consta su entusiasmo por ella. Sí que sé, sin embargo, que su subida a cubierta coincidió con su traslado, tras casi veinte años de residencia en Murcia, a Puerto de Sagunto, su tierra de origen en la Comunidad Valenciana. Vivíamos muy cerca, apenas nos separaban dos portales, y la convivencia fue diaria. Compartíamos el café de la mañana en mi casa, y el de la sobremesa en la suya; este último siempre rodeado de pinceles, el lienzo en el caballete, los libros amontonados —incluso colgados del techo en estanterías especiales—, y una gran cantidad de revistas culturales: de historia, pintura, filosofía, poesía… apiñadas en la de madera caoba que presidía su sala-comedor. Era ahí, en ese mueble de diseño sencillo y apenas visible bajo tanto papel impreso, donde custodiaba algunas de sus más preciadas joyas que me mostraba orgulloso y de las que me hablaba durante horas cada tarde. La revista Ágora era una de ellas. Me hablaba de Fulgencio Martínez y de la poesía de Marín Albalate, de los versos de Manuel Navarro, de Mª José Bernal, de Soren Peñalver, de Andrés Salom… Los admiraba a todos y, de todos, o de casi todos ellos, reunía textos con sus respectivas dedicatorias firmadas. Yo escuchaba y aprendía, y de vez en cuando le daba la lata con alguno de mis poemas de andar por casa, o con el último relato escrito en la inquietud de una noche en la que mi marido estaba trabajando.


Cuando su despedida se hizo inminente, algunos de aquellos amigos y compañeros viajaron hasta el hospital donde pasó recluido los últimos meses. Murcia, y de alguna manera Ágora, no quisieron que Blas se marchara sin despedirse de ellos.


Lamenté muchísimo no haber coincidido en el hospital con estos amigos. Unas semanas más tarde tuve que dedicarme yo misma a la triste tarea de comunicarles el fallecimiento del amigo y hermano. Fue así, de esta lamentable manera, como entré en contacto con Fulgencio. 


Blas ya no estaba, pero estaba en mi pensamiento día y noche. Por las mañanas me iba a su casa y expoliaba todo cuanto había en aquella librería, la que fuera testigo de nuestra convivencia. Allí pasaba varias horas leyendo los versos de los poetas murcianos que tantas veces me recitara; entre poema y poema leía los textos “insólitos” y recreaba mi visión llorosa con las geniales ilustraciones del hermano ausente. Cada día, cuando me marchaba de aquel rincón de la casa —rincón que se me antojaba una pequeña embajada murciana— me llevaba conmigo (previo permiso de Javier y Carolina, sus hijos) varios de los libros firmados por sus amigos y aquellos ejemplares de Ágora en los que sabía que podría encontrar sus ilustraciones y letras.  Al cabo de unos meses me había convertido en la guarda y custodia de sus trabajos y de su biblioteca. Entre su legado me dejó también amigos, y algo muy especial con lo que nunca hubiera soñado cuando lo escuchaba hablar de Ágora “Papeles de arte gramático”: La posibilidad de mi propia colaboración en sus páginas.


Durante este mes se cumplen quince años de la fundación de Ágora y, el pasado septiembre, cuatro de la despedida de Blas. Aún recuerdo cuando en los primeros días tras su partida, me encerraba frente al ordenador y tecleaba en google su nombre para, a continuación, verlo relacionado con la revista un día sí y otro también. Hasta que, uno de esos días, un inesperado correo de la amiga común Mª José Bernal me puso al corriente del proyecto de homenaje con el que le iban a recordar en el número de primavera de 2009. 


En aquel momento lloré por Blas, lloré por mí, y me emocioné por ambos. Ágora formó parte de su vida, y él de la de Ágora. Con motivo de este homenaje entré por vez primera en la revista, y lo hice con los poemas que lloré durante muchos meses como consecuencia del desgarro producido. Viajé hasta Murcia en viaje de ida y vuelta para agradecer personalmente a los amigos murcianos el detalle en la presentación de aquel número especial. Deseé seguir la huella de mi hermano en la revista, pero me sentí tremendamente pequeñita para la tarea. Me resigné a seguir escribiéndole cada día mis versos y a recibir mi ejemplar de Ágora puntualmente en mi domicilio cuando, ahora ya, Francisco J. Illán y no solo Fulgencio, me enviaban la notificación de su edición. La considero extraordinaria en cuanto a su contenido, tan didáctico como ameno, y figurar entre sus colaboradores, no solo me produce satisfacción, sino también una gran responsabilidad y un alto grado de gratitud porque permiten mantener vivo el recuerdo de Blas Estal más allá de las paredes de mi casa.


Pero la vida sigue, y hay cosas que desaparecen dando paso a otras nuevas; otras veces surgen transformaciones manteniendo la perseverancia de lo antiguo sin reñirlo con lo nuevo. No se desestima lo uno para adaptarse a lo otro. 


Hoy Fulgencio Martínez ha desaparecido discretamente de la escena de Ágora, y Blas de los fotogramas de esta película en colores que es la vida. Hoy Francisco J. Illán Vivas ha tomado el mando de la nave, y yo… Yo voy andando el camino recordando con nostalgia los buenos momentos alrededor de un café, los colores y olores de los acrílicos junto al caballete de pintura y los versos de tantos amigos poetas recitados en voz alta en la casa de la calle Alcalá Galiano, mientras me siento observada por esta mirada risueña que, desde el aparador, se apoya sobre una rosa blanca y me incita a escribir mis propios versos.


En la mesa los antiguos ejemplares de Ágora me hablan desde el ocre de sus páginas: desean volver a su refugio, al abrigo del legado. En la calle el humo de las chimeneas se eleva en tímidas columnas por encima de los tejados vecinos, esparciendo aromas de pueblo por el aire; a lo lejos se oye el lamento de un perro sin amo que deambula por la urbanización de Los Naranjos y, en la plaza, el reloj de la iglesia anuncia que ha llegado el medio día.

Lola Estal.

Nota de la redacción: Este artículo se escribió originalmente para un número de Ágora papeles de arte gramático que jamás se publicó (y que conmemoraría los 15 años de vida de la revista) y que entró a formar parte, de conformidad con la autora, del primer número de Acantilados de papel. Con el paso del tiempo nos alegramos de que se publicase en nuestra revista y nos congratulamos de que nuevamente Fulgencio Martínez haya retomado la publicación de la que es y fue alma mater.

Ilustración: Blas Estal

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