La
mujer del viajero en el tiempo
DEBOLSILLO,
2006
«El
tiempo del reloj es nuestro banquero, recaudador de impuestos,
inspector de policía; este tiempo interior es nuestra esposa». (Man
and Time, J.B. Priestley)
A
partir de este epígrafe, Audrey Niffenegger concibió la vida de
Henry, un hombre que no solo está casado con Clare, sino también
con el tiempo. Un desorden genético provoca que viaje de forma
impredecible a través del mismo, mientras su esposa se acostumbra a
sus constantes ausencias refugiándose en el arte. A través de sus
esculturas avícolas elaboradas en papel, consigue representar la
belleza, fragilidad y, sobre todo, la nostalgia. Y es que «La
mujer del viajero en el tiempo» es una metáfora del fracaso en
las relaciones sentimentales con la que su autora expresa su propia
frustración ante la incapacidad de conservarla.
Igualmente,
esta atípica novela romántica inspirada en la ciencia ficción,
alude a una temática tan compleja como el determinismo. Es decir, la
filosofía basada en la relación causa-consecuencia por la que,
irremediablemente, todos los acontecimientos, incluyendo nuestras
acciones y pensamiento, presentes están determinados tanto en el
pasado como en el futuro.
Audrey
Niffengger deniega a sus personajes el poder de elegir y tomar sus
propias decisiones, carecen de libre albedrío, porque Henry es
incapaz de tener el control de su propio cuerpo cuando se producen
estos desplazamientos en el espacio temporal.
«La
casualidad solo funciona hacia delante. Las cosas solo ocurren una
vez, nada más. Si sabes lo que va a suceder… La mayoría de las
veces yo me siento atrapado. Si estás en tu presente sin saber
nada…, eres libre»
Por
esta razón, la novela empieza con el encuentro de Henry y Clare en
el presente de ambos provocando una situación surrealista (e
incómoda) para ambos. Una primera cita verdaderamente inolvidable,
tanto para los protagonistas como el lector, en la que se revelan
acontecimientos pasados ocurridos durante la infancia de Clare, pero
en los que Henry todavía no ha coexistido junto a ella, así como
otros futuros en los que estarían “relativamente” juntos. Y es
que las constantes ausencias de Henry son una alegoría a la falta de
comunicación o el distanciamiento en la pareja después del idílico
romance inicial.
«Las
breves ausencias de Henry amenazan nuestra vida en común en este
apartamento demasiado pequeño. A veces él desaparece discretamente:
a lo mejor he salido de la cocina, me dirijo al vestíbulo y descubro
un montón de ropa en el suelo, o bien me levanto de la cama por la
mañana y veo que sale agua de la ducha a pesar de que no hay nadie
en ella. En ocasiones es aterrador. (…) A veces me despierto por la
noche y Henry no está a mi lado. Por la mañana sé que me contará
adónde ha ido, del mismo modo que los demás maridos les cuentan a
sus esposas los sueños que han tenido. (…) Cuando era pequeña,
siempre deseaba ver a Henry. Cada una de sus visitas suponía todo un
acontecimiento. Ahora, sin embargo, sus ausencias representan el
vacío, una resta, una historia que tendré que oír cuando mi
aventurero se materialice a mis pies, sangrando o silbando, sonriendo
o temblando. Ahora tengo miedo cuando se marcha»
La
autora nos describe la evolución de su relación a través de sus
sucesivos encuentros (pasados, presentes y futuros) con una prosa
ágil que dinamiza la lectura. A pesar de la compleja estructura
narrativa, los acontecimientos están secuenciados de forma
cronológica para facilitar la comprensión de la historia después
de los primeros capítulos que oscilan entre diferentes espacios
temporales, sin que todavía no tengamos un conocimiento preciso
sobre los acontecimientos sucedidos a posteriori. De hecho,
nuestra sorpresa inicial ante el giro de los acontecimientos
desaparece, venciendo cualquier reticencia que pudiera existir al
respecto, tal y como le ocurre a Clare cuando acepta a Henry y, por
subsiguiente, el destino que compartirán juntos. Es más las
emociones experimentadas por Clare durante aquellos encuentros son
exactas a las del lector conforme va leyendo, incluso podríamos
decir que ambos desarrollan unos sentimientos similares de forma
consecutiva.
Si
bien, Audrey Niffengger intercala de forma equilibrada la narración
entre Clare y Henry para evitar el excesivo protagonismo de uno
frente al otro, pues la esencia de la historia reside en su vida
común. La primera aporta realismo a la novela mediante la
descripción de situaciones cotidianas, mientras que el segundo
representa la vertiente fantástica con la mención de sus encuentros
entre sus diferentes yo o las técnicas de supervivencia
aprendidas durante sus viajes.
Adviértase
que la vida de Clare cambia por completo cuando aparece Henry en
ella, es decir, la irrupción del amor altera su percepción de la
vida, así como su relación con el resto de personas. La normalidad
adquiere una nueva dimensión que, aunque diferente, acepta sin
contemplaciones para poder estar con la otra persona. De esta forma,
la autora reafirma la filosofía del determinismo, porque ninguno
pretende alterar su destino ni siquiera cuando comprenden las
consecuencias que pudiera tener en la vida del otro.
«-Por
el amor de Dios, Clare, ¿qué necesidad tienes de casarte con una
persona así? ¡Piensa en los hijos que podrías tener! ¡Apareciendo
la semana que viene y volviendo antes del desayuno!
-¡Sería
de lo más excitante! Como Mary Poppins o Peter Pan.
-Piensa
en ello un instante cariño. En los cuentos de hadas siempre son los
niños los que viven fantásticas aventuras. A las madres les toca
quedarse en casa, esperando que sus hijos regresen volando por la
ventana»
En
ese aspecto, las paradojas temporales, inherentes en cualquier relato
sobre viajes en el tiempo, contribuyen en el desarrollo de la
historia. De hecho, los fragmentos más interesantes corresponden con
la relación entre Clare y Henry en el presente, cuando todavía no
se han producido los viajes a la infancia de ella y, paradójicamente,
necesitan tiempo para conocerse. A pesar de que Clare es consciente
de encontrarse ante su futuro marido, la imagen actual no corresponde
con el Henry del pasado (o futuro, en función de la perspectiva),
provocando las primeras inseguridades en su relación.
«Se
me ocurre que Clare quizá preferiría estar con esta edición
posterior de mi persona, ya que, a fin de cuentas, ellos dos se
conocen bastante mejor. (…) Soy una ajustada aproximación al
original, que ella guía subrepticiamente hacia un yo que existe en
su memoria visual»
«La
mujer del viajero en el tiempo» es, de forma simultánea, real y
ficticia. Los conflictos descritos por Audrey Niffengger en la vida
de Clare son los propios de cualquier persona, pues aluden a la
disyuntiva que provocan nuestro sentimientos hacia determinadas
personas, como la ausente relación con su madre. Posteriormente,
Henry manifiesta nuestro deseo por evadirnos de la realidad, de
desaparecer dejándolo todo atrás, así como la imposibilidad para
comprometerse o de asumir responsabilidad pero que,
irremediablemente, tarde o temprano tendrá que aceptar.
Esos
sentimientos se amplían al resto de personajes que intervienen
durante la novela, quienes se sienten desamparados, completamente
perdidos, vagando sin rumbo por lugares hostiles llenos de peligros.
A pesar de ello, ninguna quiere renunciar a la soledad, porque
implicaría regresar a la vida y, con ella, al dolor que provoca la
certeza de saber que todos cuantos nos rodean acabaran por
abandonarnos de una forma u otra. O bien, seremos nosotros los que
desaparezcamos, provocándoles un terrible sufrimiento ante nuestra
ausencia.
No
obstante, existen determinados vacíos que afectan en la comprensión
de la relación de los protagonistas con el resto de personajes,
especialmente en Clare, cuya narración tiene demasiado espacios
temporales que nos permiten construir una imagen completa de su
persona. Un pasado caracterizado por los secretos que jamás llegan a
revelarse por completo, dificultando la comprensión del personaje
y, por subsiguiente, la forma de reaccionar en determinados momentos.
El mejor ejemplo es el cambio de actitud ante la muerte de su madre
por cáncer, su ambigua relación con González o la desconcertante
amistad con Claire.
Por
otro lado, la simbología de la novela se extiende a las numerosas
referencias artísticas (pictóricas, literarias y musicales) que,
aunque complementan las ideas expuestas, resultan desconocidas para
la mayoría de los lectores, sobre todo si no somos aficionados a los
movimientos postmodernistas o grandes apasionados de la música punk
anterior a la década de los ochenta.
Con
todo, «La mujer del viajero en el tiempo» es una novela
atípica. Al igual que el tiempo, concebido por Aristóteles como la
medida del tiempo entre dos instantes, no pertenece al género
romántico ni a la ciencia ficción, sino todo lo contrario. Un libro
que forma parte de ambos y, de forma paralela, a ninguno, tal y como
le ocurre a Henry. Sin embargo, solo necesita un fortuito encuentro
con el lector para crear un instante irrepetible, un recuerdo
imperturbable a través de sus páginas al que querremos
transportarnos una y otra vez. Y es que «lo pasado ha huido, lo
que esperas está ausente, pero el presente es tuyo».
Mª Carmen Horcas López
¡¡¡Pedazo de novela!!! Me encantó leerla, quedé atrapada entre sus páginas.
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