Número de archivo 1545
Caso nº 12
Todo
 comenzó una tarde de verano cuando una hermosa joven, de pelo castaño 
claro y unos preciosos ojos color miel, entró en mi despacho. No tendría
 más de 20 años y su delicada expresión la hacía tener una extraña 
belleza. La invité a sentarse y le ofrecí un té de moras.
Sin
 esperar a que se lo sirviera, comenzó a relatarme que algo raro le 
estaba sucediendo a su marido. Me contó que se ausentaba largos períodos
 de tiempo y que, cuando regresaba, se encerraba en el sótano. Muy de 
vez en cuando, le dedicaba un poco de atención, pero solo cuando ella se
 empecinaba en sacarlo del sótano para asistir a la ópera o a alguna 
fiesta de la alta sociedad.
- Señora Paybhody, ¿está su marido ausente ahora?
- Lleva ausente cuatro meses. Me temo que le ha pasado algo.
- ¿Por qué piensa eso?
- Porque es la primera vez que está tanto tiempo fuera.
- ¿Tiene alguna idea de dónde puede pasar esos largos períodos de tiempo su marido?
- No, señor Vorodier. ¿cree que estaría aquí si supiera dónde encontrarlo?
- No, no lo creo. Pero es mi trabajo. ¿Suele recibir su marido alguna llamada o mensaje antes de ausentarse?
-
 Sí, una llamada. Pero últimamente recibía mensajes que le entregaban en
 mano y que mi marido quemaba nada más leerlos. Sin embargo, este último
 lo olvidó sobre la mesa del sótano.
- ¿Me permite leerlo?
A TORRE 500 M. Z ESCALA 1000 M. W TERMINADO. SIN RETRASO A PUNTO X 1450.
Tras
 examinarlo detenidamente, le pregunté a la Sra. Paybhody:  - ¿Puedo 
quedármelo? El mensaje es clave para descubrir el paradero de su 
marido.  
- Sí. Por supuesto, pero no logro comprender cómo un trozo de papel le puede ayudar a descubrir el lugar donde se encuentra.  
- No es solo por el trozo de papel –respondí condescendientemente.  
- Pero no puedo desvelar mi técnica, Sra. Paybhody. ¿Me permitiría echar un vistazo al sótano?  
- Sí, pero no sé de qué le va a servir.  
- ¡De mucho, señora! ¡De mucho!  
Dos
 días después, me dirigía en mi viejo Mustang del 92 hacia la mansión de
 los Paybhody, en Wellington Street. Había algo extraño en torno a la 
mansión. Era como un palacete de estilo victoriano, y como tal, debía 
tener sus fantasmas. Toqué un par de veces la aldaba de la puerta 
principal y, al cabo de unos minutos, un anciano de unos 60 años, más o 
menos, me abrió. Más tarde me enteraría de que era el mayordomo personal
 del Sr. Paybhody. El anciano me franqueó la puerta y me acompañó a la 
biblioteca.
- Espere aquí, la señora bajará enseguida.
Mientras
 esperaba, fui ojeando la biblioteca, descubriendo que los Paybhody eran
 una familia algo extraña. Poseían una de las más grandes colecciones de
 libros prohibidos e incunables que había visto en toda mi vida.
- Veo que ya ha descubierto la verdadera pasión de mi marido. Adora coleccionar libros.
Me
 sobresalté un poco. Se había acercado con tanto sigilo que no me 
percaté de su presencia hasta que estuvo justo detrás de mí. Respondí 
con ironía.
- Ya lo veo, 
ya. Pero no unos libros cualesquiera, ¿verdad, señora Paybhody? -Cogí el
 libro que más me había llamado la atención. Se trataba del 
Necronomicon.
Es su niña bonita. –Dijo ella, no sin cierta angustia.
- Hay algo que aún no me ha contado, señora Paybhody. ¿Conoció su marido a alguien en los últimos meses?
- Sí, pero no creí que eso fuera importante. –Contestó un poco molesta.
- ¿Cómo se llama la señorita? –la apremié.
- ¿Cómo sabe que es una mujer? –Preguntó ella, con cierta reserva.
- Muy sencillo. Mientras hojeaba el libro, vi, entre sus páginas, esta carta; el aroma es inconfundible: son lirios.
- Lucy Bel. –Susurró avergonzada. –¿Me permitiría leerla, por favor?
- Sí, me promete no romperla… -Le entregué la carta, un tanto sorprendido.
Esperé
 mientras ella leía ansiosamente. Vi cómo su semblante iba cambiando del
 rosa pálido al blanco. La vi tambalearse, así que la cogí amablemente 
por el brazo y la ayudé a recostarse sobre un diván.
- Tómese esto. La reanimará. –Le ofrecí un jerez.
- Lo siento, Sr. Vorodier. Pero no he podido evitarlo. –Dijo entre sollozos.
- Lo sé, pero yo he tenido la culpa; no debí dejar que la leyera. –Asentí un poco cabizbajo.
Me entregó la carta, que guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, mientras la observaba y se recuperaba.
- ¿Me permite que le acompañe? Le enseñaré en qué estaba trabajando mi marido. –Dijo ella un poco más sosegada.
- Creo que ya ha sido suficiente por hoy para usted. Ya volveré mañana para inspeccionar el sótano.
- No se preocupe por mí, Sr. Vorodier, ya estoy mucho mejor.
- Puede llamarme Víctor.
- Bien, Víctor, yo soy Sara. Y ahora que nos hemos presentado debidamente, te mostraré el sótano. Hay un pasadizo…
- Sara, ¿me permites? A ver si lo encuentro –dije para probar si aún estaba en forma.
Me
 situé en medio de la biblioteca y fui observando todas las estanterías.
 Todos los libros estaban inmaculados, los cantos no estaban apenas 
gastados; allí no estaba la entrada al pasadizo. Así que comencé a 
inspeccionar una enorme chimenea de estilo Luis XVI. Me fijé en todos 
los adornos: orlas, ornamentos, molduras y archivoltas. Hasta que 
descubrí una pequeña hendidura en una de las siluetas que parecía más 
gastada de lo normal. Presioné la hendidura y, tras el fuego, se abrió 
una portezuela.
Mientras yo deducía el acceso al sótano, Sara había ido a buscar un par de linternas.
- ¿Cómo lo ha hecho? –inquirió un tanto nerviosa.
- Eso, Sara, es secreto profesional.
Había
 un angosto pasadizo de unos cinco metros de largo que desembocaba en 
una puerta de roble. Una vez dentro del sótano, parecía no haber sido 
ventilado en al menos un par de años.
- Sara, ¿no notas nada extraño aquí?
- No, ¿por qué?
Las
 paredes estaban desnudas, el archivador abierto de par en par, además 
de los seis cercos en la pared. Pero lo que más me llamó la atención fue
 que me parecía demasiado pequeño y lo extremadamente húmeda que estaba 
la pared este.
- ¿Qué tipo de cuadros tenía tu marido colgados aquí?
- Unos muy raros.
- No te parece muy extraño que esté el archivador vacío y las paredes desnudas. A propósito, ¿cuánto mide el sótano?
- Unos 90 metros, ¿por qué?
- ¿Y no te parece pequeño?
- Ahora que lo mencionas, sí. Es mucho más pequeño.
- ¿Tienes algún pico o pala?
- No lo sé, tendré que preguntarle a Arthur.
- ¿Arthur?
- Sí. Lo conociste en la entrada. Es el ayuda de cámara y mayordomo personal de Robert.
- ¿Sara, qué tal dibujas?
- Bastante bien, ¿por qué?
- Quisiera que me hicieras unos bocetos de los cuadros que tenía Robert aquí.
- De acuerdo, pero ahora voy a pedirle a Arthur que me deje un pico y, si no lo tiene, se lo pediré a Andrew, nuestro jardinero.
Mientras
 Sara fue a buscar lo que le había pedido, inspeccioné el archivador, 
que estaba vacío del todo o casi del todo. Solo vi un trozo de papel con
 cuatro letras: “A”, “Z”, “W” y “X”.
Entonces me acordé del mensaje que me había entregado Sara y de la carta que había hallado en tan peculiar libro. Y la leí:
Sonderland, a 2 de diciembre de 2023  
Querido Robert:  
Este es el último paso para despertar al Durmiente.  
Se acerca el glorioso día de nuestra unión, para encabezar el séquito del Durmiente.  
Pronto, muy pronto, querido, estaremos por fin juntos, sin ningún obstáculo que nos separe, bajo mi protección.  
Recuerda que tiene que haber un sacrificio de una virgen pura. Utiliza lo que te envié. No temas, no sufrirá ningún dolor.  
Hasta que nuestro amor nos una por los siglos de los siglos y no nos separe jamás, se despide esta que te ama y te desea,  
Lucy Bel  
Me
 inquietó lo del sacrificio. De pronto, me vino a la mente el recuerdo 
de la primera vez que vi a Sara en mi despacho: su extremada palidez, su
 rostro denodado. ¡Cómo no me di cuenta…!
Por
 aquel entonces, lo asocié a la preocupación por la desaparición de su 
marido, pero ahora ya sabía a qué era debido. Tenía que averiguar qué 
era lo que le había mandado la tal Lucy Bel a Robert.
Era
 el mismo tipo de letra y el mismo tipo de tinta. Era como si utilizara 
su propia sangre, pero no podía asegurarlo hasta haberla analizado. 
Hasta era posible que utilizara la misma pluma.
Estaba
 claro: los tres mensajes los había escrito la misma persona. Utilizaba 
un tipo de papel que me pareció corriente, pero me equivocaba. Me daría 
cuenta más tarde.
Estaba 
cavilando, ensimismado en mis pensamientos, que no me di cuenta de que 
Sara estaba mirándome pensativa. Tenía en su mirada algo extraño. Estaba
 como ausente.
- ¿Se encuentra bien? ¿Me ha traído el pico?
Tras unos segundos de duda, me respondió afirmativamente.
- Puedo preguntarle si toma algún medicamento.
- Sí. Tomo unas gotas que me recetó el doctor Sheldon. Es mi médico particular.
- Sufro desde hace años una dolencia muy extraña; me mareo y a veces pierdo el sentido.
- ¿Puede mostrarme el frasco?
- No sospechará del doctor Sheldon; fue el médico de mi padre, el coronel Stuart Mild.
- No, pero no se puede descartar a nadie. ¿Quién le administraba las gotas?
- ¡Oh, Dios mío! Robert se encargaba de prepararme el vaso con las gotas.
-
 De todas formas, creo que si tu marido hubiese intentado asesinarte, lo
 habría hecho hace mucho, pues la carta lleva la fecha del 2 de 
diciembre de 2013.
Me 
acerqué a la mesa para inspeccionarla mejor. Fue entonces cuando me di 
cuenta de que cojeaba de una de las patas, así que le di la vuelta y 
desencajé la que me parecía más larga que las otras. En el hueco había 
un pequeño paquete envuelto en una tela de terciopelo rojo con las 
iniciales L.B. bordadas en negro. Me guardé el paquete en el bolsillo; 
ya tendría tiempo de averiguar su contenido en mi laboratorio.
Así,
 el pico y, al cabo de unos minutos, ya tenía un boquete por donde 
husmear con una linterna, pero habría sido mejor no abrir el agujero. Lo
 que vi tras él me horrorizó, e hice salir a Sara antes de proseguir con
 el derribo del resto de la pared. Una vez dentro, encendí varias 
lámparas para poder inspeccionar el resto del sótano. Era un lugar 
lúgubre y húmedo; había una mesa enorme en el centro de la estancia, con
 gran cantidad de papeles, varios archivadores cerrados y, tras uno de 
ellos, encontré los cuadros que faltaban en la pared de la otra 
estancia, además de un gran número de pergaminos envueltos en una tela 
de color rojo.
Pero aún 
faltaba lo mejor para el final: en la esquina norte de la habitación se 
hallaba un gran baúl del que emanaba un fuerte olor acre. Yo ya sabía a 
qué era debido ese olor. Nada más abrir el agujero, había salido de él 
una ráfaga de muerte. Ahora sabía por qué el Sr. Paybhody tapió la mitad
 del sótano; lo hizo para ocultar el cadáver.
Que,
 por el olor que despedía, debía llevar encerrado allí algo más de seis 
meses, por lo que cabría deducir que no se trataba del Sr. Paybhody.
Había
 llegado el momento de ponerme en contacto con mi buen amigo, el 
comisario Walter Ready, pero antes tenía que verificar que había un 
cuerpo. Curiosamente, el baúl no estaba cerrado y levanté la tapa con 
cuidado. Allí estaba, efectivamente, el cuerpo de un individuo. Dejé 
todo como lo había encontrado y salí del sótano. Le dije a Sara que no 
entrara allí.
Me dirigí a la comisaría número 32, donde trabaja Walter.
- Hola, Walter, ¿qué tal Nadia y las niñas?
- Bien. Te echan mucho de menos. ¿Por qué no vienes el domingo a cenar? Nadia te preparará tu plato favorito.
- Está bien, iré. –Dije resignado.
- Pero, ¿qué te trae por aquí? Solo vienes cuando estás en un lío y necesitas ayuda.
-
 Tienes razón, he hallado un cadáver en la calle Wellington, en la 
mansión de los Paybhody. Será mejor que lleves a los forenses.
- Tienes algo que ver…
- No. Es parte de un caso, pero un caso muy complicado. ¿Me podrías hacer un favor? No molestes mucho a la Sra. Paybhody.
- No te preocupes. Sabes que siempre te he hecho caso.
- ¡Ah! Otra cosa. El hombre al que estáis interrogando es inocente. El culpable lo encontraréis al otro lado de la calle.
- Con que inocente. Le encontramos la cartera del muerto y, además, estaba cerca del lugar.
-
 ¿Podrías responderme a dos preguntas? ¿Tenía el arma? ¿Estaba manchado 
de sangre? -Le pregunté, mirando por la ventana. Y añadí, antes de que 
Walter me respondiera: - Ese pobre desgraciado es tan solo culpable de 
haber robado una cartera a un muerto.
- La verdad es que no.
-
 Bien. Entonces ven y mira por la ventana. ¿Ves a ese tipo que trata de 
ocultarse en el portal de ahí enfrente? ¿No le notas algo inusual?
-
 Ahora que lo dices, tiene la camisa manchada de sangre. Sargento 
Gutiérrez y Sánchez, tráiganme a aquel individuo y suelten a ese hombre.
 Víctor, como te equivoques, te vas a enterar.
- Walter, me ofendes. ¿Cuándo me he equivocado yo?
- Algún día me tienes que contar cómo lo haces. Ahora vamos a ver ese cadáver.
- Algún día, Walter, algún día te lo contaré.
Salimos
 de la comisaría: Walter, el forense Mac’Pherson y yo, en dirección a la
 mansión de los Paybhody. Una vez allí, Arthur nos abrió la puerta y nos
 acompañó a la biblioteca. Nos comunicó que la señora se había acostado 
un rato. Así que los conduje al sótano por la entrada de la biblioteca.
- El cadáver está en el baúl.
- Mac’Pherson, échele una ojeada al cuerpo.
Mientras
 el forense examinaba el cadáver, Walter y yo inspeccionábamos el resto 
del sótano. Le pregunté qué le parecían los cuadros que había 
descubierto con anterioridad detrás de los archivadores y los pergaminos
 envueltos en terciopelo rojo.
-
 Estos cuadros y pergaminos me ponen los pelos de punta –me decía 
mientras los ojeaba cuidadosamente; en su rostro se iba perfilando un 
rictus de pánico. Y me preguntó:
- Víctor, ¿qué ha pasado aquí? Estos cuadros están malditos. Me producen una sensación que me inspira terror.
-
 Lo sé. Creo que va siendo hora de que te cuente todo lo que sé. He sido
 contratado por la Sra. Paybhody para encontrar a su marido, que por 
supuesto no es el cadáver, ya que por el estado en que se encuentra, 
debe llevar algo más de seis meses metido ahí. Y el Sr. Paybhody lleva 
ausente unos cuatro meses. Se había ausentado ya otras veces, pero no 
por tanto tiempo. Sé que antes de desaparecer recibía unos misteriosos 
mensajes.
- ¿Qué hacía con los mensajes?
- Según su esposa, los quemaba nada más leerlos. Aunque curiosamente, este se lo dejó olvidado sobre la mesa del primer sótano.
- Está escrito en clave. Habrá que descifrarlo.
- Mientras conversábamos, Mac’Pherson seguía examinando el cadáver. Hasta que no hubo concluido el examen, no dijo nada.
-
 Por lo que he podido ver, es un hombre blanco de constitución fuerte, 
1.75 de altura, pelo color negro. Tiene 12 puñaladas en el dorso, además
 de diversas amputaciones. Tiene todo el aspecto de un asesinato ritual.
 Lo demás lo sabré después de la autopsia.
-
 Walter, ¿me permites llevarme estos papeles y pergaminos para 
analizarlos en mi laboratorio? Cuando termine con ellos, te llevaré todo
 lo que he descubierto. ¡Ah! Se me olvidaba, en un libro de la 
biblioteca encontré esta carta y en una de las patas de la mesa de ahí 
fuera encontré este paquete. –Le expliqué sin más.
- ¿Qué contiene el paquete?
 
 - No lo sé, aún. Pero intuyo que se trata de un potente veneno. Sabré 
más cuando lo haya analizado en el laboratorio de mi casa.
 
 - Mac’Pherson, sería mejor que fueras a llamar al vehículo forense para
 retirar este cadáver, una vez haya dado el visto bueno el juez.
  Walter esperó a que Mac’Pherson saliera del sótano para decirme lo siguiente.
  - Víctor. Tienes que prometerme que tendrás mucho cuidado y que me informarás de todo lo que descubras.
  - Walter, pareces mi madre; ya sabes que siempre ando con mucho cuidado –le dije con ironía.
  - No está de más que te lo diga. Yo soy quien responde frente a tu hermana y ya sabes el genio que se gasta.
  - No te preocupes, iré con cuidado y te informaré de todo cuanto averigüe.
 
 En ese momento llegó Mac’Pherson con el juez Robert Yenkings y dos 
camilleros. Estos dos sacaron el cadáver del arcón para que el juez 
pudiera certificar su muerte y lo metieron en una bolsa mortuoria.
En el fondo del arcón hallaron restos de una extraña planta y de un no menos extraño polvo rojo.
- ¿Me permites coger unas muestras? –le pregunté a Walter, que hizo un ademán afirmativo con la cabeza.
-
 Señor comisario, ya he concluido el análisis pericial; quisiera 
realizar la autopsia cuanto antes. Así que, si me lo permite, desearía 
retirarme.
- Por supuesto, ya se puede retirar, pero quiero el informe cuanto antes.
- Víctor, necesito interrogar a la señora Paybhody. No te preocupes, solo le haré unas preguntas. Ya sabe la rutina.
- Sí, claro, pero no la atosigues.
Estando
 en la biblioteca, Walter y yo conversábamos sobre los libros que 
coleccionaba el Sr. Paybhody y lo extraño de su desaparición. Cuando 
percibí la extraña sensación de que algo o alguien nos estaba 
observando, Walter debió de sentir lo mismo porque los dos nos volvimos 
al unísono hacia el lugar donde creíamos que nos estaban observando, 
pero allí no había nadie. Lo más extraño era que en aquella zona hacía 
un frío glacial. Se trataba de un punto frío.
- ¿Has sentido eso? –me preguntó Walter, visiblemente inquieto.
-
 Si algo o alguien nos vigilaba y es una presencia muy fuerte, 
deberíamos salir cuanto antes de aquí. Este es su centro de poder –le 
dije, y al girarnos para salir de la biblioteca, nos encontramos de 
frente con Sara, que nos miraba con miedo.
- Sara, le presento a mi amigo, el comisario Walter Ready.
- ¡Oh cielos! ¿Entonces es que mi marido…?
- No, no se inquiete, no es su marido, pero todavía no sabemos de quién se trata.
- Sra. Paybhody, quisiera hacerle unas preguntas. ¿Le importaría acompañarme un momento? –le sugirió Walter.
Mientras
 se alejaban, yo me volví justo en el preciso instante en el que 
aparecían en la pared unos inquietantes ojos rojos que me miraban 
fijamente, seguidos de una aterradora carcajada que me heló la sangre. 
No sé cuánto tiempo duró aquello; solo recuerdo a Walter zarandeándome 
mientras me decía:
- Víctor, reacciona, ¿qué te ocurre? ¡Vamos, reacciona!
- Estoy bien, no sé qué me ha pasado –le respondí después de que me hubiera zarandeado unas cinco veces.
- Pues no lo parece: chico, estás pálido como la nieve, ni que hubieras visto al mismo Diablo.
Me
 sentí aliviado al salir de la casa; era como si ésta me ahogara. 
Aquella visión me había taladrado hasta el corazón. Más no fue la última
 vez que vi aquellos ojos. Lo descubriría más tarde en mi laboratorio de
 “Syracuse Street”.
Me 
encontraba analizando una fibra del papel que había encontrado en el 
suelo del sótano. Yo creí que era un simple trozo de papel, pero era 
mucho más. Se trataba de un compuesto de diversas sustancias altamente 
peligrosas en una concentración tal que, con sólo un miligramo que se 
mezclase con agua, podría llegar a aniquilar a cientos de miles de 
personas en tan sólo un par de segundos. Estas sustancias estaban 
aglutinadas en la base del cáñamo que le daba consistencia. Lo que me 
llamó la atención fue lo que vi sobreimpresionado sobre la fibra del 
papel: eran aquellos mismos ojos que me observaban.
Probé
 con una nueva muestra, por si me había jugado una mala pasada. Sin 
embargo, allí estaban de nuevo mirándome fijamente. No había explicación
 para aquello. Así que seguí haciendo pruebas con diversos resultados. 
El que más me sorprendió fue la resistencia de ese papel. Lo sumergí en 
una solución de ácido que no le hizo la menor mella. Luego lo sometí a 
una temperatura de 1000 grados y ni se chamuscó.
Estaba
 claro que el que había elaborado aquel papel contaba con conocimientos 
muy superiores a los nuestros, tanto en la elaboración como en la 
fabricación de compuestos tóxicos.
Concluido el examen de la composición del papel, me dispuse a elaborar el estudio grafológico.
La
 persona que había escrito tanto la carta como el mensaje denotaba un 
alto grado de inteligencia, además de un inquietante superyó. Los rasgos
 eran firmes y de trazo seguro, lo que demostraba la seguridad de sus 
actos, aunque estos fueran en contra de toda ética ortodoxa. Al llegar a
 la firma, percibí algo que no había visto antes: el trazo era más 
profundo que los anteriores, como queriendo resaltar su nombre; además, 
se percibía en estos un mal inquebrantable. Era como si toda la maldad 
del mundo se hubiera unido en torno a la persona que había escrito la 
carta.
—Esto sí que es 
curioso, es como si el diablo en persona hubiera escrito la carta. No 
iba muy descaminado, pero entonces no me di cuenta. Comencé con el 
examen del contenido del paquete.
Eran
 unos polvos de color violeta que, tras varias pruebas, resultaron ser 
un potente veneno, más fuerte que el utilizado por la tribu de los 
jíbaros, pero que, en pequeñas dosis, producía efectos clarividentes. 
Pienso que el Sr. Paybhody utilizaba estos polvos para ver el futuro. No
 creo que los utilizara para acabar con la vida de su esposa.
Entonces,
 ¿qué era lo que le envió Lucy Bel a Robert y, sobre todo, quién sería 
la víctima del sacrificio que solicitaba en la carta? Tenía que indagar 
sobre el pasado del Sr. Paybhody, porque, ¿qué sabía sobre el Sr. 
Paybhody y sobre su trabajo? Y lo más importante, ¿qué sabía de su 
familia?
Me dirigí de nuevo a la mansión de los 
Paybhody para hablar con Arthur, ya que, siendo el ayuda de cámara y 
mayordomo personal del señor Paybhody, debería conocer muy bien a la 
familia de su señor.
- La señora todavía no ha llegado -expresó muy serio.
- No importa, porque quería hablar con usted.
- ¿Conmigo, por qué? -dijo inquieto.
-
 Tranquilo, no quiero hablar de su señor, sino de su familia. Tengo 
entendido que, antes de servir a su señor, había servido a su padre.
- No solo a su padre, también a su abuelo.
- Bien, ¿qué puede decirme sobre la familia?
-
 El señor es de buena familia, tiene tres hermanos y una hermana. Su 
abuelo emigró desde las lejanas tierras de Cracovia para hacer fortuna 
en las minas de oro de Sonderland, donde compró una concesión de la que 
emana una pequeña fortuna. Era duro y estricto, pero buena gente.
- ¿Qué me puede decir del padre de Robert?
El
 Sr. Alexander era difícil de tratar; gobernaba a todos con mano de 
hierro, incluso a su señora. La pobrecita murió de unas extrañas 
fiebres. Nunca supimos qué fue lo que ocurrió realmente.
- ¡Oh, perdóneme! ¡Qué descuido el mío! No le he ofrecido un té, ¿o prefiere otra cosa? –indicó, abrumado.
- No se preocupe, un té estará bien. –le contesté, observando el cuarto.
Nos
 encontrábamos en el cuarto de la servidumbre. Arthur era un hombre 
humilde; a pesar de lo avanzado de su edad, tenía una salud de hierro. 
Aún se conservaba ágil. Descubrí una extraña escultura de cincuenta 
centímetros de alto, hecha de cuarzo azul marino.
- ¿Qué es esto? –inquirí, señalando la escultura.
-
 ¡Oh, eso! Fue un regalo del señor Ivanisevic, el abuelo de Robert. La 
encontró mientras hacía una prospección para una de sus minas. Apareció 
bajo un gran bloque de wolframio. Creo que es muy antigua; representa un
 misterioso ídolo del mal. Hay una antigua leyenda sobre esta escultura:
 se cuenta que hace milenios surgió un ser maligno, el ángel de las 
tinieblas, que quería destruir y arrasar el mundo. Le corroía el odio 
que sentía hacia los hombres. Se sirvió de su astucia para corromper a 
un gran príncipe y devastar grandes territorios, asesinando a 
poblaciones enteras. Quería dominar el mundo y hacer de él un infierno. 
Casi lo consiguió - me relató entre sorbo y sorbo de té.
- ¿Cómo que casi lo consiguió? ¿Quién se lo impidió? - le escruté con la mirada.
-
 Los Kolinsikais, que eran los guardianes de las tradiciones morales, se
 juntaron en torno al príncipe corrupto, aquel que había seducido al 
Maligno con toda suerte de argucias y engaños para introducirse en él. 
Los Kolinsikais llevaron a cabo un ritual de separación y limpieza que 
les llevó dos semanas y la pérdida de alguno de sus hermanos. Pero, por 
fin, lo lograron y encerraron al Maligno en un bloque de cuarzo que, a 
su vez, encerraron en una inmensa veta de wolframio. - Me apuntó, 
mirando la escultura.
- ¿Dice la leyenda si el mal puede salir de su prisión?
-
 Sí, claro que lo dice, pero le voy a dejar este libro; en él encontrará
 toda la leyenda y muchos datos más. Tenga, se lo puede quedar.
- Muchas gracias, Arthur. Quisiera hacerle una última pregunta.
- Usted dirá, señor.
- ¿Puede decirme si ha sentido alguna presencia? - le insté, cauteloso.
-
 ¿Quiere decir si he sentido como si alguien clavara sus ojos en mi nuca
 o me helara de frío en ciertas partes de la casa, aún con la 
calefacción a 30º? - me explicó, con la mirada perdida en un horizonte 
sin fin.
- Sí, algo así.
-
 Sí. Muchas veces pienso que es la señora, pero cuando me doy la vuelta 
no hay nadie y eso me asusta. Es como si la casa tuviera ojos y lo viera
 todo. ¿Cree que me estoy volviendo loco, señor Vorodier? - me dijo, 
suplicante y visiblemente afectado.
-
 No, Arthur, no se está volviendo loco. Yo también la he sentido. ¿Qué 
me puede decir de la casa? ¿Es muy antigua? - le requerí, alejándole del
 tema, pues le inquietaba mucho.
- Por lo que yo 
sé… ya estaba aquí cuando llegamos y ya tenía el mismo aspecto que tiene
 ahora – me manifestó pensativo. – Puede pasarse por el Registro de la 
Propiedad; allí creo que tendrán más información.
- Arthur, ¿podría ocuparse de la señora? Creo que no se encuentra bien.
- Por supuesto, la pobrecilla no ha tenido mucha suerte con el señor.
- ¿Tienen los Paybhody otra casa?
- Sí. La señora tiene una casita en el campo.
- Me haría un gran favor si se llevara a la señora fuera de esta casa.
-
 Pierda cuidado, señor Vorodier; cuando vuelva la señora, le propondré 
una temporada de descanso en su propiedad de New Castle – desea 
preguntarme algo más.
- ¡Oh, sí! ¿Qué sabe de los hermanos del señor?
-
 Sobre los hermanos no sé gran cosa, solo que están muy bien situados 
tanto económica como socialmente. Ahora, la hermana es otra cosa, pues 
de muy jovencita ingresó en un convento para dedicarse a la meditación y
 a la oración.
- ¿Quiere decir que se metió monja? –interpelé desconcertado.
- Sí, en el convento de las Hermanas Benedictinas que hay en New Haven.
-
 Arthur: me ha ayudado mucho. Si necesita algo o se acuerda de algo más,
 llámeme a este número a cualquier hora del día o de la noche. –Le 
entregué mi tarjeta.
Me acompañó hasta la puerta y, estrechándome la mano, me dijo: –Tenga mucho cuidado, señor Vorodier.
Me dirigí al registro de la propiedad que se encuentra en el Belisarius Building de Delaware Street.
-
 Hola, buenos días, quisiera toda la información que tengan sobre la 
mansión que se encuentra en Wellington Street, en el número 9.
- Muy bien, señor, si me acompaña le enseñaré lo que tenemos de esa mansión. –dijo una preciosa secretaria.
Me acompañó a una de las salas donde me dijo que esperara. Al cabo de unos minutos, volvió con una caja enorme.
-
 ¡Oh, perdóneme! No sabía que hubiera tanta información sobre esa 
mansión. – Exprese sorprendido por tal cantidad de información 
acumulada.
- Esto es solo el principio; hay otras dos cajas de igual tamaño. – Explicó con una gran sonrisa.
- ¿Puedo ayudarla? – Pregunté cortésmente.
- No, no se preocupe. – Respondió ella amablemente.
- Sabe, tiene unos ojos preciosos. – Declaré mirándola a los ojos.
- Eso se lo dirá a todas las chicas. – Alegó ella, ruborizándose un poco.
- No; solo se lo digo a las chicas bonitas como usted.
-
 Oiga, está prohibido que personas ajenas al registro puedan acceder a 
los archivos. Pero usted tiene cara de buena persona. Venga, le enseñaré
 dónde están las otras dos cajas.
- Estaré eternamente agradecido, señorita… No me ha dicho su nombre. – Inquirí.
- Me llamo Myriam Madsen. – Contestó ella.
-
 Bien, Myriam Madsen. Me llamo Víctor Vorodier y, ahora que ya están 
hechas las presentaciones, me gustaría invitarte a cenar esta noche.
- Me encantaría, pero acabo a las 10:30.
- No importa, la esperaré.
De
 nuevo en la sala, comencé a buscar el año de construcción de la mansión
 Blue Quartz, que era el nombre con el que figuraba en los registros. 
Pude remontarme hasta el año 1390; el propietario que la compró fue el 
Duque de O’Connell. Al menos ese era el primero del que se tenía 
constancia, ya que anterior a él, todo se perdía en la oscuridad del 
tiempo.
- ¿Myriam, no tienes nada anterior al año 1390?
- No, solo pequeños detalles.
- ¿Cómo cuáles? –requerí con ansia.
-
 Se dice que esa casa está maldita, que está ahí desde el principio de 
los tiempos. Se cuenta que formó parte de un palacio que perteneció a un
 gran príncipe, que fue seducido por el Maligno para arrasar la tierra -
 citó ella.
- ¿Vaya dónde habré oído yo esa historia? ¡Ah, sí! Aquí en este libro. - Repuse, extrayendo el libro que me había dado Arthur.
El
 título era de lo más sugerente: “Leyendas Universales del Abismo”. El 
nombre del autor había desaparecido casi del todo; solo se percibían 
algunos trazos. Quizás con el escáner logre descifrar el nombre.
Serían las 10:30 y yo esperaba a Myriam al pie de mi porch.
- ¿Dónde vamos a cenar?
- Vamos a casa de unos amigos. - Respondí mientras nos dirigíamos a casa de Walter y Nadia.
-
 Hola, Víctor. ¡Cuánto tiempo sin verte! – Me soltó Nadia, mirando a 
Myriam por encima de mi hombro. - ¿Quién es tu amiga? - Inquirió con una
 sonrisa entre burlona y pícara.
- Nadia, Nadia, Nadia; la más bella joya del antiguo imperio. Siempre tan perspicaz y curiosa – Respondí con cariño.
-
 Adulador, más que adulador. Pero no te creas que me voy a olvidar de 
que no me has respondido. – Manifestó con aire de melancolía.
-
 Bien, pues adelante con las presentaciones. Nadia, ella es Myriam 
Madsen, una auténtica perla. Myriam, ella es Nadia Ready, mi hermana 
-declaré con galante cortesía.
-
 Encantada de conocerte, Myriam. Mi hermano es un auténtico encanto 
cuando se lo propone -explicó, tendiéndole la mano y colándose a la vez 
entre Myriam y yo.
- El 
gusto es mío, ¡pero no me había dicho nada de que tenía una hermana tan 
encantadora! -manifestó entre divertida y emocionada. -Además, nos 
acabamos de conocer en el registro de la propiedad.
-
 Y, ¿qué buscaba mi hermano en el registro? Seguro que no te había visto
 antes, porque no sería la primera vez que utiliza su encanto para salir
 con una chica.
- No. Estoy completamente segura de que no... -comenzó a decir, ruborizándose.
-
 No le hagas ni caso, no ves que está tratando de ejercer de Celestina 
-dije, acudiendo al rescate. -Y bien, ¿dónde están mis sobrinas 
favoritas? -requerí con ironía.
- Te están esperando en el salón –dijo ella.
Me dirijo al salón y al verme asomar por la puerta.
- Tío Víctor, has venido.
- ¡¿Cómo?! ¡Lo dudabais! Venid a mis brazos.
Angélica y Susana se abalanzaron corriendo a mis brazos.
- Tío Víctor, ¿qué nos has traído? –preguntó Angélica.
-
 Vamos a ver dónde lo he metido –exclamé, buscando en los bolsillos. - 
¿Qué tal va tu colección de monedas? –pregunté a Angélica, extrayendo 
una moneda de oro del antiguo Egipto. - Y para ti, Susana, tu regalo lo 
tendrás que compartir con tu hermana. Está en el patio trasero.
-
 Tío Víctor, ¿de dónde has sacado esta moneda si tú no has estado en 
Egipto? Tiene toda la pinta de ser muy antigua –exclamó Angélica, llena 
de admiración.
- Eso, querida Angélica, no lo sabe ni tu mamá. Y ahora ve con tu hermana.
-
 Víctor, las miman demasiado y luego Walter se pone celoso –me dijo 
Nadia, que había asistido a la entrega de regalos desde el quicio de la 
puerta.
- ¡Hablando de Walter! ¿Dónde está ese maridito tan celoso? – Pregunté con ironía.
- Mira que eres malo. Te está esperando en su despacho.
- Tío Víctor. Es precioso, nos gusta mucho. – Exclamó Susana con una enorme y preciosa sonrisa.
- Me alegro de que os guste.
- Bueno, hermanito: a ver cómo se lo dices a papá Walter, seguro que le encanta. - Dijo con disimulo.
- ¿Y qué va a hacer? ¿Pegarle un tiro a su cuñado favorito?
- Vamos. Ve que te espera desde hace horas.
- ¿Y no ha salido de su despacho? – Inquirí, intentando no parecer preocupado.
- Pues no. ¿Pasa algo? - Preguntó ella con un cierto tono de preocupación.
- No. Nada. Ya le conoces. Cuando comienza un nuevo caso, se encierra ahí y no sale hasta que cree que lo ha resuelto.
- Y cuando sale, vas tú y le das la vuelta al caso. Si aún no sé cómo te aguanta.
- Respondió ella con sarcasmo.
- Muy fácil, está casado con mi hermanita – le dije con ternura.
Me dirigí al despacho y lo encontré absorto leyendo unos papeles; ni se dio cuenta de que había entrado.
- Uuuuuuuuuuu... Walter, vas a morir – gruñí con voz gutural de ultratumba.
- Víctor, ¡por Dios! Me has dado un susto de muerte – respondió Walter, que se había puesto blanco como un cadáver.
-
 No me digas que no me has oído llegar – alegué riéndome, pues la cara 
de susto que había puesto era digna de una película de terror.
-
 Mira, no. No te había oído llegar. Estaba leyendo el informe de la 
autopsia y se me han erizado los pelos de la nuca. Y tú, por poco me 
matas del susto – me confesó, con el rostro aún denodado.
- Lo siento, Walter. No me pude resistir y, además, la cara que has puesto ha sido de cine – proferí sin poder dejar de reírme.
- Déjalo ya, Víctor. Esto es muy serio.
-
 Tienes toda la razón, puedo leerlo - manifesté seriamente al ver el 
severo rostro de Walter. Tenía que ser el informe de la autopsia del 
cadáver que yo había encontrado.
- Adelante, puedes leerlo. La persona que lo mató es un auténtico sádico.
(Nota del autor: solo transcribo las notas finales del informe pericial).
Descripción de los hechos según los datos obtenidos de la autopsia:
La
 víctima fue inmovilizada por un potente paralizador (tetradotoxina), 
permaneciendo completamente consciente mientras era apuñalada 
repetidamente y seguía aún viva cuando le fue abierto el pecho y el 
abdomen para extraerle todas las vísceras. Por último, le arrancó el 
corazón aún palpitante con una precisión casi quirúrgica.
El
 asesino debía estar influenciado por alguna secta satánica, ya que en 
el cadáver se aprecian tatuajes postmortem de pentáculos.
El
 cadáver no presentaba signos de lucha, lo que indica que conocía a su 
asesino. Se ha podido descubrir que la toxina en cuestión penetra 
rápidamente a través de la piel, por lo que se deduce que el asesino 
llevaba guantes, y por eso no se han encontrado huella alguna.
Y para que conste que todo lo que aparece en este informe es cierto, lo suscribo y firmo a fecha de 20 de abril de 2024.
Gary Mac’Pherson.
Jefe de forenses.  
Instituto Forense  
De Arlindhon  
Cuando terminé de leer el informe, tenía los pelos de punta y el estómago revuelto.
- Sabes, ya han reconocido el cadáver –precisó Walter.
- Ah, sí. ¿Quién?
- La señora Paybhody. Resulta que se trata de su jardinero, el señor Andrew Mac’Nillan.
-
 Ahora ya sabemos lo que puede hacer Robert. Walter, quisiera que te 
informaras de toda clase de sectas demoníacas que utilicen para su 
denominación los términos “Despertar al que duerme”.
- ¿Y tú qué vas a hacer? –preguntó Walter con cierto interés.
- Bueno, esta noche disfrutaré de un estupendo gulas y después ya veremos.
- Víctor, nunca cambiarás. Siempre pensando en lo mismo.
Después
 de cenar, Angélica y Susana se quedaron dormidas en el sofá, mientras 
les cantaba una dulce canción de cuna rusa. La misma que mi madre nos 
cantaba a Nadia y a mí antes de acostarnos.
- No sé cómo lo consigues. Si se la canto yo, no se duermen. –Susurró Nadia al oído.
- Lo que pasa es que yo canto mejor. - Dije divertido.
- ¡Oh, vamos! Deja ya de hacer el ganso. Otra cosa: ¿vas en serio con Myriam? - Escrutó Nadia, toda seria.
- No lo sé. Es una chica encantadora y se parece tanto a…
- Si, tienes toda la razón, tiene sus mismos rasgos y los mismos ojos de Rachel.
- No vuelvas a mencionar su nombre. Ella murió por mi culpa. – La interrumpí bruscamente.
-
 No, Víctor. No digas eso. Ella murió porque te quería más que a nadie 
en el mundo y se sacrificó porque te amaba. - Me respondió con tono 
tranquilizador, ya que sabía lo mucho que me dolía el solo hecho de 
mencionarla.
- Lo sé, Nadia, lo sé. Pero es que es tan doloroso recordarla. - Los dos lloramos por mi amada esposa. Casi me olvidé de Myriam.
- Bueno, dejémonos ya de lágrimas. – Le dije a Nadia, secando sus mejillas. – ¿Te parece si le pido otra cita?
- Tú mismo. Te estás convirtiendo en un soltero de oro.
- Dirás más bien en un viudo de oro –le dije con media sonrisa.
- Y no tardes tanto en volver por aquí. Tus sobrinas te adoran y, después de hoy, te idolatran.
Llevé a Myriam a su casa, en Upper Street.
-
 Así que es aquí donde vives. Me gustaría volver a verte, pero no quiero
 engañarte; estuve casado y mi mujer murió por mi culpa… -traté de 
decir. Pero ella me cortó.
- Víctor, no necesitas darme explicaciones. Yo quiero salir contigo desde que entraste por la puerta del registro.
- Bien. Entonces, hasta dentro de un par de semanas, que antes tengo que resolver unas cuantas cosas.
Esperé
 hasta que cerró la puerta y volví a casa para enfrascarme de nuevo en 
mi laboratorio. Estuve examinando los cuadros y los pergaminos que 
estaban ocultos tras el archivador. Y todos estaban firmados por un 
autor desconocido, el Conde Giuseppe di Gambaraglia.
Sus
 ilustraciones eran dantescas orgías de depravación total, en las que se
 llevaban a cabo ritos espeluznantes y abominables que me recordaron a 
las heridas halladas en el cadáver que encontramos en el sótano de los 
Paybhody.
No estaba 
seguro, pero no creo que fuera la víctima propiciatoria que exigía la 
señorita Lucy Bell en la carta. Entonces fue cuando me di cuenta de que 
la víctima que estaba solicitando era una víctima pura y sin tacha, como
 la hermana de Robert, que había permanecido enclaustrada en un 
convento.
A la mañana 
siguiente, me dirigí al convento de las Hermanas Benedictinas que se 
encontraba en New Havens para entrevistarme con la Hermana Charity Mary,
 quien me recibió de buen grado, ya que su hermano le había escrito 
hacía dos semanas. Le parecía muy extraño, ya que nunca le había 
escrito. Por suerte para ella, aún no lo había leído y me lo entregó. Me
 preguntó si sabía algo de una escultura de cuarzo azul. Era muy posible
 que estuviera en manos de su hermano. 
-
 La escultura se encuentra en la mansión de los Paybhody, pero no es la 
escultura lo que me preocupa: hermana, creo que debería acompañarme - 
indiqué, tratando de no asustarla.
- ¿Y por qué cree que debería acompañarle? - indagó con tono preocupado.
-
 Creo que su hermano se ha juntado con malas compañías y trata de sacar 
de su encierro al perverso ser que se halla encerrado en la escultura de
 cuarzo - le respondí con contundencia.
-
 Señor Vorodier, esto es suelo sagrado y ni el mismísimo Lucifer se 
atreverá a asaltar este convento - aseveró ella con serenidad y 
convicción.
- Como quiera, hermana. Pero si nota algo extraño en el ambiente, llámeme. Aquí tiene mi tarjeta.
- Muy bien, si noto que empieza a oler a azufre, usted será el primero en enterarse - respondió ella con tono conciliador.
Mientras salía del convento, eché una ojeada al sobre y me sorprendí.
- Vaya, vaya. No creí que llegara a encontrarla. Robert: se ha vuelto usted muy descuidado. No debió poner su actual dirección.
Sr. Robert F. Paybhody  
Mantico Street, 666  
Arlindhon.
Tendría
 que estar muy desesperado para encontrar una víctima de las 
características solicitadas por la señorita Lucy Bell. Aunque todo 
parecía urdido desde mucho antes, ya que la hermana de Robert ingresó en
 el convento a la edad de 11 años. Era como la víctima propiciatoria 
guardada con mimo hasta que llegara el día de su sacrificio.
Me
 volví al convento ya que se me había pasado por la cabeza algo 
descabellado. Pero ¡quién sabe!, a veces las ideas descabelladas son las
 más acertadas y son las que dan en el clavo.
- ¿Madre superiora, tienen ustedes cuadros de índole apocalíptica? - Requerí abiertamente.
- Sí, por supuesto que sí. Nos sentimos muy orgullosas de nuestra colección de cuadros del autor...
-
 No me lo diga, a ver si lo adivino. No se tratará del Conde Giuseppe di
 Gambaraglia, uno de los más afamados pintores y escritores del 
Renacimiento.
- ¡Me ha leído la mente, señor Vorodier! –exclamó la madre superiora.
- No, que va. Solo soy un poco observador. ¿Me los podría mostrar?
Me
 condujo a una gran sala, donde estaban todos los cuadros que había en 
el sótano de los Paybhody y muchos más. Observándolos detenidamente, 
pude descifrar el mensaje que encontró Sara en la mesa del sótano.
En
 casi todos los cuadros aparecía una gran torre negra, de lúgubre 
aspecto, y sobre ella se podía distinguir la figura de un diablo rojo. 
De la torre partía un camino que conducía directamente a un gran monte. 
La montaña recibía el nombre de Zevûv y, bajo ella, había una gran 
caverna en la que habitaba la bestia de seis cabezas, que llevaba el 
nombre de Warlok. Al pie del monte, había una inmensa puerta marcada con
 la letra Y, y sobre el portal, una L de color rojo sangre.
- Madre: tengo una curiosidad. ¿Sabe si existe este paraje? – Inquirí pensativo.
-
 Pues verá, este pintor basaba sus cuadros en paisajes reales y este se 
encuentra en Arlindhon. Aunque antiguamente recibía otro nombre, la 
llanura de Megido, que más tarde sería conocida como Armagedón. Lugar 
donde se celebrará la última gran batalla de la Bestia contra las 
fuerzas del bien.
- Muchas gracias, madre, me ha ayudado a resolver el caso.
Me dirigí a toda prisa a una oficina de turismo y pedí un plano de los monumentos.
Allí
 estaba la Torre nublada y, a quinientos metros, un gigantesco monte de 
paredes verticales que no se parecía en nada al del cuadro, pero cuando 
vi el nombre, no podía ser otro que Zevûv. Era una montaña erigida por 
la mano del hombre en honor al Diablo.
Tenía
 que encontrar al señor Paybhody antes de que cometiera una locura. 
Saqué la carta que me había entregado la Hermana Charity Mary:
Arlindhon, 24 de abril del 2024.
Querida hermana:
Ya
 sé que no tienes noticias mías desde que ingresaste en el convento. No 
te preocupes. Sé que te resultará algo extraño que te escriba ahora 
después de tantos años, pero necesito tu ayuda. Tienes que ayudarme en 
una gran empresa en la que ya estaba nuestro padre y, antes que él, 
nuestro abuelo.
Tú 
naciste inocente y pura. Ingresaste muy joven en el Convento de las 
Hermanas Benedictinas. Eres una pieza clave para esta empresa. Ya va 
siendo hora de que entres a formar parte del plan que tantos quebraderos
 de cabeza trajo a nuestra familia. Nuestra madre murió porque no 
supimos ver lo que él nos pedía.
Ahora te toca a ti. Reúnete conmigo en Mountain Devil. Ella está por llegar, pero te necesita. No me falles.
Es muy importante; ven, por favor, a las 14:50 y sé puntual.
Un afectuoso abrazo de tu hermano,
Robert F. Paybhody
Antes
 de que me hubiera subido a mi vehículo, sonó el móvil. Era la madre 
superiora; la hermana Charity Mary había desaparecido sin dejar ni 
rastro. Me dijo que en su habitación había un penetrante olor a azufre.
- No se preocupe, Madre; la traeré de vuelta sana y salva –respondí con serenidad, para que no se preocupara.
Llamé
 a Walter y le pregunté si había localizado alguna secta en la zona de 
Arlindhon. Me respondió que había dos, y una de ellas se hacía llamar 
“Los Adoradores del Durmiente”.
- Walter, será mejor que vengas para aquí; esto no lo puedo hacer yo solo.
Al cabo de dos horas, estábamos los dos frente al número 666 de Mantico Street.
- Bueno, Víctor, ¿qué ocurre? –demandó visiblemente preocupado.
-
 Voy a contarte todo lo que he averiguado y contra lo que nos vamos a 
enfrentar. El señor Robert F. Paybhody pertenece a la secta de los 
Adoradores del Durmiente. Pero para acceder al círculo más interno de 
dicha secta, tiene que llevar a cabo un sacrificio de una virgen. 
Utilizaba el sótano para estudiar los cuadros que había ido adquiriendo.
 En el transcurso de sus estudios, conoció por carta a la señorita Lucy 
Bell. Dicha señorita le envió un paquete con un potente alucinógeno y 
una neurotoxina, capaz de paralizar a la víctima que le estaba 
solicitando. Yo creí en un principio que la víctima en cuestión era su 
mujer. Pero me equivoqué. La víctima tenía que ser virgen y su hermana 
era perfecta. Así lograría complacer a su maestro; le ofrecería a su 
hermana como víctima reparadora. Y así abrir el portal y dar acceso al 
ser más perverso y dañino de la humanidad. – Relaté con paciencia.
- ¿Qué me estás diciendo? ¿Qué Robert ha matado a su hermana? – Sondeó intranquilo.
-
 No. Al único que ha asesinado y del que tengamos pruebas es a su 
jardinero Andrew. Le sorprendió en el sótano y, para cuando trató de 
huir, ya era demasiado tarde. Robert utilizó la neurotoxina para 
paralizarlo, y Andrew permaneció consciente durante todo el tiempo que 
Robert estuvo torturándole, hasta que finalmente le arrancó el corazón.
 ¿Sabes qué era el polvo rojo y las plantas que fueron halladas bajo el cadáver? –preguntó Walter con cara de pocos amigos.
 -
 Las plantas son un condimento muy abundante: el estragón. El polvo es 
otra cosa; se trata de sangre de dragón y se utiliza para atraer a los 
espíritus del submundo, los más terroríficos y que se alimentan de 
cuerpos humanos.
 - Ya sabemos que el señor Robert era un monstruo. Pero, ¿quieres decirme de una vez por todas contra quién nos enfrentamos?
-
 Walter es el peor enemigo de la humanidad, el aniquilador de mundos, el
 destructor de conciencias. Él es ella, Lucifer, Belcebú, o como 
prefieras, es la señorita Lucy Bell. Sabía lo que debía hacer para 
seducir a su antiguo aliado. Me he remontado 16 siglos hasta los 
orígenes de la familia Faireaux y a que no adivinas de quién parte la 
tan enigmática familia.
  - Pues como no me lo digas tú.
 
 - Pues parte de este personaje, Sethar Faireaux, un príncipe de 
extraordinario poder del que se sirvió el maligno para campa(r) a sus 
anchas. Hasta que fue parado en seco por los guardianes de la moral, los
 antiguos Kolinsikais, que lo encerraron en este bloque de cuarzo azul. –
 Respondí, sacando de la bolsa de deportes la figura de cuarzo.
  - ¿De dónde has sacado esa figura?
  - De la mansión de los Paybhody.
  - ¿Y qué podemos hacer nosotros contra las criaturas del mal? – Inquirió, con la impresión de que mejor no haber dicho nada.
- Primero, evitar que se lleve a cabo el sacrificio.
- Casi me da miedo preguntar. ¿Y después qué?
- Después, arrojar esta escultura al abismo más profundo que hay sobre la faz de la tierra.
- Otra pregunta. ¿Eso no lo debería tener Robert?
-
 Sí. Ahora tiene que estar como loco buscándolo. Creo que todavía no se 
ha dado cuenta de que su mujer me contrató para encontrarle. Así que aún
 tenemos algo de ventaja. Bien, manos a la obra.
- ¿A dónde vas?
- A quitarle la víctima –dije mientras inspeccionaba la cerradura.
- Eso sería allanamiento de morada - expresó Walter alarmado.
-
 Sí. Si no estuvieras tú aquí, uno de tus privilegios como comisario es 
que puedes entrar en cualquier sitio si sospechas que se está llevando a
 cabo algún delito. Y aquí se está llevando. - Alegué hurgando en la 
cerradura.
- ¿Y por qué no llamamos? - adujo acercándose a la puerta.
- No hay nadie, lo he comprobado antes.
Forcé
 la cerradura y entramos en una casa destartalada, llena de polvo y 
telarañas. Las maderas del suelo crujían a nuestro paso; parecía como si
 se fueran a hundir.
- Un momento, ¿has oído eso? - pregunté escudriñando el fondo del salón.
- No… espera, sí. Parecen quejidos.
- Vienen de abajo. Ven por aquí.
En
 el fondo del salón vi una puerta camuflada. Estaba cerrada a cal y 
canto, pero logramos abrirla. Tras ella había una bajada de unos 5 
metros. Allí, en aquel subterráneo, encontramos a la hermana Charity 
Mary.
- Hermana, no se preocupe, la vamos a sacar de aquí. – Dije mientras le quitaba la mordaza y le desataba las manos y los pies.
- Señor Vorodier, es demasiado tarde, él tiene el ídolo. – Prorrumpió entre sollozos.
-
 No lo creo, si no, ya estaría usted muerta. Son las 14:59 y la llegada 
estaba programada para las 14:50. Además, le falta esto. – Dije 
sonriendo y mostrándole la escultura.
- ¿Es usted creyente, señor Vorodier? – Inquirió ella.
- Eso pregúntemelo cuando nos hayamos deshecho de esto.
- ¡Usted es uno de ellos! - Exclamó abrazándome.
- ¿Uno de quiénes? – Preguntó Walter desorientado.
- Uno de los que habían logrado encerrar a Satanás en este ídolo de cuarzo, un Kolinsikais. – Abrevié ella.
-
 No lo creo, solo soy un detective que busca la paz. Y ahora pongámonos 
en marcha. El señor Paybhody no es tonto y, tarde o temprano, volverá.
Salimos
 por donde habíamos entrado. En el transcurso de tres horas, estábamos 
sobre una de las fosas marinas más gigantescas que había: la Fosa 
Mariana, de casi 11 kilómetros de profundidad, que recibía el nombre de 
Abismo de Challenger. La hermana Charity Mary hizo los honores arrojando
 la figura a la sima. Después de aquello, la llevé de vuelta al 
convento, donde recibí todos los honores y demás parabienes de manos de 
la madre abadesa.
Epílogo
No me parecería justo terminar aquí este misterioso caso. Así que, como epílogo, os dejo lo siguiente:
El señor Robert F. Paybhody volvió a su mansión, sufriendo un fuerte dolor de cabeza, además de una oportuna amnesia.
Walter
 tuvo que cerrar el caso por falta de pruebas. ¡Curioso, ¿no creen?! ya 
que el sótano estaba lleno de pruebas y había un cadáver. Pero, 
oficiosamente, habían desaparecido tanto las pruebas como el cadáver de 
los archivos policiales y de la morgue.
Y
 en cuanto a la tan enigmática señorita Lucy Bell, nunca llegó a cruzar 
el portal. Lo que no quita que vuelva a intentarlo de nuevo, pero espero
 que tarde por lo menos otros tantos miles de años. Y estoy seguro de 
que eso la fastidiará de tal forma que cometerá alguna torpeza.
Espero
 que, con este nuevo encierro, se retrase la tan temida batalla de la 
llanura de Megido, conocida por los antiguos como la batalla del 
Armagedón.
M. D. Álvarez