Un majestuoso potro salvaje galopaba desaforado y
desbocado, luciéndose ante las hembras, pero él solo pensaba en una en
especial: una preciosa yegua de pelo rojizo. Ella se sentía atraída por
aquel salvaje pero impetuoso semental.
Este
se debía enfrentar al líder de la manada; su pelea fue intensa. El
potro se alzaba sobre sus patas traseras y coceaba con las delanteras,
lanzando mordiscos al contrario. Este, al verse superado, se retiró
huyendo, dejando al magnífico potro brincando con ligereza delante de la
hembra que le gustaba.
El
potro, ahora victorioso, se acercó con cautela a la yegua de pelo
rojizo. Sus ojos se encontraron y, por un momento, el mundo pareció
detenerse. Ella relinchó suavemente, aceptando su presencia. El potro,
con un aire de orgullo y ternura, rozó su hocico contra el de ella,
sellando así su unión.
Juntos,
galoparon hacia el horizonte, dejando atrás la manada. La yegua,
sintiéndose segura y protegida, seguía al potro con confianza. A medida
que avanzaban, encontraron un prado lleno de flores silvestres, donde
decidieron descansar y disfrutar de su compañía.
El
sol se ponía, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Bajo
ese cielo, el potro y la yegua se prometieron estar juntos, enfrentando
cualquier desafío que el futuro les deparara. Y así, en ese prado lleno
de vida, comenzó su nueva aventura juntos.
M. D. Álvarez
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