Aquel quetzal era el más hermoso de todos; sus colores
eran los más brillantes y coloridos. Su larga cola era la más llamativa y
arrebatadora para las hembras, pero él solo se pavoneaba ante una muy
especial; la cortejaba con mimo y soltura.
Los
mayas, viendo la devoción con la que aquel quetzal macho agasajaba a su
hembra, lo tomaron por un dios al que llamaron Quetzalcóatl.
El hermoso quetzal consiguió a su dulce amada e hizo honor a su nombre: Quetzalcóatl, serpiente de plumas hermosas.
Al
ver que una gran serpiente se dirigía hacia el nido donde su hembra
incubaba su nidada, se lanzó en picado y agarró con sus garras a la gran
serpiente, y en una rama se la comió. La hembra, al ver el valor de su
macho, lo agasajó con mimos y arrumacos.
M. D. Álvarez
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