No sabía cuánto terreno habían recorrido, pero se
enfrentaba a su primer tabú, aquel del que nadie ni ninguno de sus
amigos se había osado enfrentar.
La noche
anterior, fueron recogidos por un camionero que, muy amablemente, les
había ofrecido subirse a su cabina. A mitad de trayecto, algo cambió en
la afabilidad de aquel transportista; comenzó a toquetearla sin
contemplaciones, a pesar de que ella le había dicho que no, que parara
el camión. Pero no hubo manera; solo la real defensa de su compañero
evitó que la agresión pasara a mayores. El camionero paró en un área de
servicio perdida en los páramos, los hechos de la cabina y se largó
diciendo: "A ver cómo salís de esta, niñatos".
Él
se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros a ella, que todavía
seguía traumatizada por los acontecimientos que acababan de ocurrir.
—"¿Estás bien?", preguntó él, abrazándola con ternura.
—"Sí, solo quiero salir de aquí", respondió ella entre sollozos..
—Creo
que he visto una granja a dos kilómetros de aquí. Allí podrás descansar
—dijo él—. Se había quedado con la matrícula del tráiler; cuando la
pudiera poner a salvo, se encargaría de localizar a aquel cerdo y
ajustarle las cuentas.
M. D. Álvarez

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