—Yo no me atrevo a llevarle la contraria -objeto
Automedonte, al grupo de aurigas que, asustados, observaban cómo el
salvaje Aquiles mataba a diestro y siniestro a héroes troyanos en la
flor de la vida, una vida que muchos de ellos perderían a manos de
Héctor, el teucro de tremolante penacho.
La
batalla podría haberse resuelto de un modo diferente si Agamemnón no le
hubiera robado a la hermosa sacerdotisa de piel tersa y suave al bravo
Aquiles y culpado a Héctor de saciar su apetito con ella. Mal sabía el
héroe tesalónico que Agamemnón se la estaba jugando.
Posiblemente,
estos dos aguerridos héroes hubieran sido amigos si no se hubiera
torcido el enlace de Menelao con la hermosa Helena.
Ahora,
en el fragor de la batalla, los dos héroes se enfrentaban por sus
respectivos pueblos, todo por la codicia de Agamemnón, que, ávido del
poder de Troya, quería destruirla a toda costa; y, si era preciso,
sacrificaría a todos los héroes aqueos que fuera necesario hasta lograr
que Zeus fulminara la hermosa ciudad consagrada a Atenea, que, airada,
ayudó al joven Eneas a huir y fundar la magna ciudad de Roma.
M. D. Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario