Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

miércoles, 22 de octubre de 2025

La caída de Troya, de M.D. Álvarez


 

—Yo no me atrevo a llevarle la contraria -objeto Automedonte, al grupo de aurigas que, asustados, observaban cómo el salvaje Aquiles mataba a diestro y siniestro a héroes troyanos en la flor de la vida, una vida que muchos de ellos perderían a manos de Héctor, el teucro de tremolante penacho.

La batalla podría haberse resuelto de un modo diferente si Agamemnón no le hubiera robado a la hermosa sacerdotisa de piel tersa y suave al bravo Aquiles y culpado a Héctor de saciar su apetito con ella. Mal sabía el héroe tesalónico que Agamemnón se la estaba jugando.

Posiblemente, estos dos aguerridos héroes hubieran sido amigos si no se hubiera torcido el enlace de Menelao con la hermosa Helena.

Ahora, en el fragor de la batalla, los dos héroes se enfrentaban por sus respectivos pueblos, todo por la codicia de Agamemnón, que, ávido del poder de Troya, quería destruirla a toda costa; y, si era preciso, sacrificaría a todos los héroes aqueos que fuera necesario hasta lograr que Zeus fulminara la hermosa ciudad consagrada a Atenea, que, airada, ayudó al joven Eneas a huir y fundar la magna ciudad de Roma.

M. D. Álvarez

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