Su último duelo casi acaba con él. Aquel monstruo lo atacó con todas sus fuerzas justo cuando se internaba en el pequeño templo dedicado a los grandes dioses donde antiguas leyendas contaban que estaba escondido el Escudo del Destino, un artilugio destinado a canalizar todas las fuerzas de los dioses.
Llegó a la
gran sala decorada con grandes bajorrelieves que contaban las hazañas de
los más poderosos dioses que se enfrentaron a titanes y gigantes,
ayudados por el Escudo del Destino. Allí, en medio de la gran sala, se
hallaba, sobre un pedestal, un formidable escudo de oro bruñido, con
incrustaciones de piedras preciosas y la cabeza de Medusa grabada en el
umbo. Se ajustó las enarmas, fijándolas bien a su brazo, y se dirigió a
acabar con semejante monstruo. Debía canalizar todas sus energías, y el
escudo se encargaría de concentrar todas sus fuerzas en un solo golpe
que tendría la energía de mil dioses.
Al
verlo aparecer, aquel ser titánico se lanzó en un ataque suicida, pero
fue desintegrado con un férreo y aterrador golpe de mil dioses.
Nuestro
héroe consiguió destruir a aquel engendro, quedó casi exhausto, pero
con las fuerzas suficientes como para llegar a uno de los mundos
habitables, reponer fuerzas y regresar a su amado planeta azul
Con
el Escudo del Destino en su poder, nuestro héroe emprendió el viaje
hacia el mundo habitable más cercano. Cada paso era un recordatorio de
la batalla que había librado, pero también de la fuerza que había
encontrado en su interior. Al llegar, fue recibido por una comunidad de
seres sabios que lo ayudaron a sanar sus heridas y recuperar su
energía.
Durante su
estancia, aprendió nuevas técnicas y estrategias, preparándose para
futuros desafíos. Con renovada determinación, se dispuso a regresar a su
planeta azul, sabiendo que aún quedaban muchas batallas por librar y
misterios por descubrir.
M. D. Álvarez
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