El monstruo era aterrador con sus 500 metros de altura, su apariencia horrible: un torso de rinoceronte, patas de jabalí y brazos de orangután cuajados de tentáculos que terminaban en cabezas de serpientes. Aunque lo más espantoso era su nauseabunda cabeza de cocodrilo; sus dientes eran aterradoramente gigantes y sus ojos no eran dos, sino ocho, todos de un color rojo sangre.
El mundo estaba a su merced. Solo podíamos esperar la llegada de nuestro salvador, el hijo de los dioses: Héctor.
Este había desaparecido desde la última misión que le encomendaron, y no supimos nada más de él.
Un
momento: ¡hay algo sobre esa descomunal criatura! Él, haciendo acopio
de toda su fuerza, la agarró y se elevó hasta el espacio donde todavía
lucha con la cruel criatura. Gane o pierda, su vida será la más heroica
de la tierra.
Héctor, el amado hijo de una humana y un ser celestial, siempre estará en nuestros corazones.
Mientras
Héctor se enfrentaba a la monstruosa criatura en el vasto vacío del
espacio, recordaba las palabras de su madre, quien siempre le había
enseñado que la verdadera fuerza no solo reside en los músculos, sino
también en el corazón. Con cada golpe que daba al monstruo, sentía la
energía de su pueblo fluyendo a través de él, un recordatorio constante
de que no estaba solo en esta batalla.
El
monstruo, furioso y temido por muchos, lanzó un rugido ensordecedor que
resonó en todo el universo. Sus tentáculos se retorcían como serpientes
venenosas, intentando atrapar a Héctor. Pero él era ágil y astuto;
esquivó cada ataque con gracia divina, mientras su mente trazaba un
plan.
En ese momento de
desesperación, recordó una antigua leyenda sobre un artefacto escondido
en el corazón de una estrella lejana: el Escudo del Destino. Se decía
que quien lo portara podría canalizar la fuerza de los dioses mismos.
Con determinación renovada, Héctor decidió que tenía que encontrarlo.
Con
un último vistazo a la tierra que amaba y a su gente que lo apoyaba
desde abajo, se lanzó hacia la estrella más cercana. El monstruo lo
siguió de cerca, dejando una estela de destrucción a su paso. Pero
Héctor sabía que no podía dejarse vencer; su destino era ser el héroe
que todos esperaban.
Mientras
atravesaba el espacio, sintió cómo las estrellas le susurraban secretos
antiguos y cómo el poder del universo se acumulaba en su interior. Con
cada pulso de energía estelar, su confianza crecía. ¡Pronto tendría el
poder necesario para enfrentar al monstruo!
Continuará...
M. D. Álvarez
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