El árbol solitario permanecía inamovible en aquella gran
pradera donde tan solo crecía el grande y majestuoso. Como un guardián,
permanecía expectante, único en su género.
Sus
ramas albergaban multitud de especies, alcanzaban gran altura, llegando
a tocar con sus ramas más altas los tenues rayos lunares. En las ramas
más altas habitaban los seres de la luna, pues adoraban a su amada
madre. Las ramas más bajas amaban a su madre, la Tierra.
Un buen día, las dos especies dominantes discutieron; querían proclamar a sus respectivas madres como portadoras de luz.
Tan
cruenta fue la batalla que el gran árbol terminó por intervenir,
diciendo: "¿A qué viene esta discusión? Si todos sois hijos de un mismo
padre, vuestras madres os dejaron a mi cargo para cuidar de vosotros.
Los de arriba son alimentados por su madre, la Luna, y los de abajo son
nutridos por vuestra respectiva madre, la Tierra."
M. D. Álvarez
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