La paliza había sido terrible,
pero no cedía; siempre se levantaba y seguía luchando por sus amigos.
Ellos habían desaparecido, si no les hubiera fallado, seguirían vivos.
Se culpaba por ello.
Ahora
trataban de arrebatarle a la persona que más adoraba, su hermanita
pequeña, pero no se lo permitiría. Lucharía con todas sus fuerzas,
aunque el enemigo fuera muy superior. No se rendiría en el empeño y no
se la llevarían.
Sentía
cómo sus adversarios se agotaban, así que pasó a la acción. Atacó con la
máxima violencia, sorprendiendo a los maleantes y derrotándolos a
todos. Cuando terminó con ellos, volvió a casa, donde se encontraba su
hermana, que le curó las heridas y le dijo: "No fue culpa tuya, ellos no
quisieron que te enfrentaras a los setenta descabezados".
Continuará...
M. D. Álvarez
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