Las hojas muertas
Círculo Rojo, 2020
La
leyenda nos apunta que poesía y bohemia han ido siempre unidas de la mano, un
lienzo de fantasía rodea a ese poeta trotamundos, cuyos ojos hayan mirado los
confines de la Tierra,
que haya viajado hasta aquella fantástica Cólquide del Vellocino de Oro... Esto
puede ser verdad en el caso de Joaquín Marías Corbalán, trotamundos de
profesión, bohemio quizás y que ya nos confesaba en un anterior libro de versos
que hacía lo indecible por pertenecer al género humano, que intentaba— y
supongo intenta— ser una amalgama de vivencias, recuerdos, fantasías, ensueños
que no sueños, y alguna que otra gotita de vino y miel.
Creo
que muchas de esas imágenes se asoman entre las líneas de sus versos, y hay que
leerlos despacito. ¿Quién no ha
escrito un poema? ¿Quién, como decía la canción, no ha dejado su cuerpo
abrazar? Y, en el libro que tienes entre manos, desconocido lector, es mucho
más. Su título me llevó a aquellos años perdidos de la infancia temprana, de la
juventud que pasó con la rapidez que da la distancia del tiempo. Sí, recordé a
Jacques Prévert, la música de Joseph Cosma y la voz de Yves Montand, porque en
eso también, el poeta nacido en Alguazas es francés de adopción. Claro, lo
habéis adivinado, me estoy refiriendo a Les
feuilles mortes, la eterna canción.
Pero
escribir poesía, ser poeta es algo más. Y Joaquín Marías lo sufre y lo goza en
sus prolongados momentos de soledad, con él mismo, con su mundo; con su musa,
Carmen, que tiene nombre de poema.
Eduardo
García, en su libro Escribir un poema, apuntaba el paso de ese poema que
todos hemos escrito en un determinado momento de nuestra juventud, a caer en
las redes de la poesía. Porque ser poeta supone entregarse a una pasión que da
muchos quebraderos de cabeza, ya que las palabras te persiguen con su sabor y su
olor, con sus asociadas ideas y significados, obligándote a dejarlo todo cuando
menos te lo esperas para plasmar ese primer verso que siempre, y esto lo digo
por experiencia, siempre, se queda por debajo del que previamente imaginamos.
Y el poeta,
regreso con Eduardo García, es un artista cuya materia prima son las palabras.
Difícilmente alguien permanecerá insensible a los grandes poemas que nos
precedieron.
Joaquín Marías
Corbalán busca la modulación de las palabras para adentrarnos en su mundo, y ha
madurado como poeta. Hablándonos a nuestra parte racional, quiere despertar la
emoción del lector, aunque desde el primer poema nos avisa que entramos en un
terreno personal, en su más profunda alma creadora, pero también amante y
amada, y si nos retiramos un instante, para verlo a distancia, comprobaremos
que esa herida, de la que nos habla, sangra aún, elevando su reclamo apasionado.
Este es un
libro que reivindica la necesidad de la poesía, de la poesía de los
sentimientos, de los sueños, con la dulce amarga presencia del paso del tiempo,
de la pérdida, de la esperanza, del alma enamorada.
Y, a pesar
de ese espacio personal de la poesía, debes saber que está escrita para ti,
lector.
Francisco Javier Illán
Vivas
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