«Fuimos
convocados dieciséis pilotos para viajar hacia ese mundo del cual se
había recibido una señal muy débil, pero señal al fin.
Cuando
estábamos ya prestos para el salto espacio-temporal se nos informó
que lo recibido había sido materia orgánica viva. Eran incontables
las preguntas; y las respuestas debían ser encontradas por nosotros.
Partimos
dieciséis esferas cósmicas en ocho saltos consecutivos. Ya todos
dentro del sistema estelar predeterminado como emisor de las
partículas, colocamos nuestras naves en contacto y comenzamos el
avance investigativo formando círculos tangenciales para el
desplazamiento. Cada uno tenía un objetivo de investigación
diferente, yo debía obtener partículas que pudieran clasificarse
como metálicas; y mediante los rayos zenémicos
informar sus características para el estudio.
Pero
ocurrió algo imprevisto, provocado quizás por un descuido general;
habíamos dejado atrás cinco planetas del sistema, dos de ellos
inmensos. Quizás fuimos distraídos por aquellas tremendas
superficies y no advertimos la lluvia de asteroides que se nos
abalanzaba. A través de las estrías cósmicas comunicativas fue
trasladándose la información y tomamos una decisión unánime:
uniríamos las dieciséis esferas cósmicas como una sola nave, el
área de choque contra los asteroides sería mayor, pero lograríamos
un salto espacial conjunto y más rápido.
Ya
se habían unido doce naves, le correspondía integrarse a mi esfera;
de pronto perdí el contacto con las demás y no supe más de mis
amigos. Al quedarme solo en el espacio la protección automática
desapareció, tenía que introducir el programa mecánico para la
seguridad, pero tampoco tuve tiempo para ello y fui atraído por uno
de los asteroides que pasó lo bastante cerca como para desviar mi
trayectoria; el cambio brusco afectó todos los controles
convirtiéndome en un asteroide artificial muy pequeño que se
desplazaba por el espacio cósmico sin ninguna protección. Después
de un buen tiempo de “lucha”, no podría decir cuanto, logré
dominar los controles de la nave; fundamentalmente su velocidad.
¿Cómo
encontrar la señal de los otros pilotos? Mis rayos zenémicos
funcionaban ya perfectamente, pero se perdían, sin contacto, en el
infinito.
Yo
no estaba preparado para lo que observé en el monitor: ¡un planeta
vivo! Acerqué más el ojos-copio y pude ver en la pantalla una
naturaleza maravillosa; mares inmensos compaginando perfectamente con
la parte sólida que los rodeaba. Comencé a orbitar entre ese
planeta y su satélite natural. No cabía la vacilación, tal vez no
podría enviar a mi mundo la información que descubriría, pero
tenía que llegar hasta aquí; y entonces nos encontramos.
Sé
que te será difícil comprender que viajaste junto a mí, alrededor
de tu planeta, en una nave que no llamó la atención.
Tus
relatos me han sido muy útiles, solo deseo poder llegar nuevamente
junto a los míos para contarles como viven en La Tierra, aunque
pienso que no va a ser posible…»
Así
me lo contó todo. Después de aquella frase noté giros en espiral,
empecé a ver mi patio invadido por una luz sin color…y a escuchar
los ladridos de mi perro. Ya me regresaba a casa, pero no tuve que
decirlo, él comprendió cuánto deseaba acompañarlo en el intento
de regreso a su mundo.
¿Lo
lograríamos? Sus cuatro brazos me estrecharon fuertemente, pienso
que con agradecimiento; y nos preparamos a partir. No sé qué será
de mí, pero no me arrepiento de la decisión de poder contarle a
otros mundos que no están solos en el Universo.
Los
quiere, el
abuelo."
Leí
varias veces la carta que me entregó papá. Creo que con orgullo.
Omar
Martínez González
(Sagua la Grande, Cuba, 1968) De profesión Ingeniero Civil, que
ejerce desde su graduación. Ha sido publicado en antologías de las editoriales Irreverentes y Éolo. Además aparecen sus cuentos en varias
digitales: miNatura, Palabras al Viento, Zombi. Participa en talleres
literarios en La Habana.
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