La
historia del barco francés "Medusa" fue uno de los sucesos
más deleznables de la historia de Francia. El lienzo, que se
encuentra en el Museo Nacional del Louvre, se basa en un suceso real,
el hundimiento de dicho barco francés a causa de la negligencia de
su capitán, y la inmoralidad de los gobernantes conservadores de la
época.
La
obra fue pintada como una metáfora que denunciaba la situación
política y social francesa, pero también fue intención de su autor
plasmar la irreductible resistencia de la esperanza y de la dignidad
humana, incluso en los casos de injusticia tan extrema como en el
suceso que aconteció. Era una época en que toda Francia yacía
derrotada por el hundimiento de la ambición del imperio napoleónico,
y estaba en manos de coronas, aristocracias y voluntades corruptas.
El periodo de la Restauración había comenzado su singladura y las
potencias europeas emprendían una nueva ola de colonialismo por todo
el planeta, intentando construir imperios que una y otra vez
chocarían entre ellos, hasta llegar al horror de la Segunda Guerra
Mundial.
El
dos de julio de 1816, la fragata Medusa, perteneciente al
ejército francés, naufragó frente a la costa oriental africana de
camino hacia la colonia francesa de St. Louis.
El
capitán, un absoluto desconocedor de las artes del mar, había sido
puesto al frente de la expedición gracias a un favor político de su
amigo personal, el ministro de la marina Du Bouchage. La expedición
estaba compuesta por la fragata Medusa, antigua fragata de
guerra a la que se le habían quitado los cañones para adaptarla a
la función del transporte, la corbeta Écho, el bergantín
Argus y una bricbarca de transporte llamada Loire. La
expedición partió el 17 de junio de la isla de Aix rumbo a Senegal.
En ella el Ministro enviaba en la fragata todo un pueblo dispuesto
para reconstruir la civilización en la colonia de la capital
senegalesa de San Luis junto a un contingente de soldados de bajo
rango.
El
gobernador y un grupo de favoritos iba en la fragata, entre ellos un
nefasto personaje llamado comandante Richefort, nombrado capitán de
San Luis, y verdadero responsable de que la nave embarrancara, aunque
es realmente el capitán Chaumereys quien tenía a su cargo la vida
de esas 400 personas. En su primera escala en Tenerife, la flotilla
se dispersa, en parte debido a los vientos y en parte por la
impericia de sus navegantes. Casi veinte días después de haber
zarpado desde la costa francesa y estando a la altura de Mauritania,
toman un desvío de la ruta oficial. Debido a esa impericia y la
ineptitud de los dirigentes, el barco encalla en un banco de arena, a
50 millas de Mauritania. Tres días después, viendo imposible su
rescate y con una gran vía de agua, tienen que abandonarlo.
Los
oficiales son alojados en 6 botes salvavidas, con una capacidad de 42
plazas cada uno. 252 personas suben a bordo, dejando atrás a 147, en
concreto 146 hombres y una mujer. 17 marineros se quedaron a bordo de
“Medusa” y se ahogan con ella. Por supuesto, el capitán está a
salvo. El problema es que estas 147 personas tienen que salir con
premura de un barco a punto de hundirse, por lo que se construye una
balsa de madera de 20 metros de largo y 7 metros de ancho, donde
subirán los últimos 147 desdichados a los que no se les ha querido
alojar en alguno de los seis botes salvavidas, pero con la idea de
que los botes salvavidas la arrastraran hasta la orilla. Ya en el
embarque, la balsa se hundió considerablemente, lo que hizo cundir
el desorden y el caos, lo que, a su vez, provocó la pérdida de la
mayoría de las provisiones y el descontrol de toda la flotilla. Uno
de los botes, donde va el capitán, empieza a tirar de esta
improvisada nave. Pero pesa demasiado y no se sabe si por egoísmo o
por pura desgracia, las cuerdas atadas desde los botes se van
soltando una tras otra, abandonando la a su suerte en medio del mar,
cuando quedaban aún 60 kilómetros para alcanzar la costa. Desde ese
momento dependerían absolutamente de su suerte. Los náufragos
navegaron a la deriva durante trece días, tiempo en el que sufrieron
auténticas calamidades, tormentas, oleaje, peleas, pero sobre todo
el hambre y la sed. Situaciones de locura y muerte, dado que las
únicas provisiones que quedaban en la balsa eran un paquete de
galletas, dos bidones de agua y dos barriles de vino.
La
única solución fue también la más terrible, los cadáveres que
cada día se iban sumando, se aprovecharon para alimentar a los que
quedaban. Las 130 personas que se agolparon en la balsa en un
principio, se redujeron a 60 al segundo día, y a tan solo 27 cinco
días después. Al final, y gracias al canibalismo, sobrevivieron 15
personas, que se vieron reducidas a 10 tras el rescate por el capitán
del Argus.
El
capitán había dejado a su suerte a decenas de franceses. Alguien,
desde la costa francesa, se hace eco de la noticia y esta llega hasta
París. En la capital nadie hace el mínimo esfuerzo por recoger a
147 compatriotas, incluso un barco que se cruza con ellos durante su
odisea, desoye los gritos de socorro. Trece días después, el 17 de
julio de aquel 1816, un barco encuentra la balsa. A bordo 15
personas. El capitán del Argus que rescata la paupérrima
embarcación, les pregunta acerca de su desdicha. Y la contestación
es aplastante: han muerto 132 personas, las que quedan se han tenido
que comer a sus compañeros de viaje, la mayoría tienen una
deshidratación preocupante, otros han enloquecido, de las 15
personas encontradas con vida, 5 mueren tras el rescate. El mundo se
entera de la noticia y de la espeluznante vivencia de estos 15
supervivientes.
La
noticia caló entre los artistas e intelectuales del momento, y fue
la razón por la que el pintor Théodore Géricault (dicen que en un
impulso romántico) se afeitara la cabeza, para obligarse a llevar a
cabo su idea, evitando que nadie lo viera y encerrándose en su
taller hasta terminar el cuadro que fuera relato y denuncia de lo que
había ocurrido.
No
cabe duda que el artista realiza una soberbia preparación de la
obra. No contento con leer la narración de Savigny y Corréard
(supervivientes de la tragedia y autores de la publicación Narrative
of a voyage to Senegal), los visitó e interrogó extensamente.
Buscó al carpintero que había sobrevivido al naufragio- Lavillete-
y le convenció para que le realizara una maqueta a escala de la
balsa, que instaló en su estudio.
Visitó
hospitales psiquiátricos, para ver los rostros de la desesperación;
morgues, para averiguar el tono exacto de la piel de los muertos, el
aspecto de los cuerpos mutilados, realizó numerosos bocetos y
estudios previos sobre cadáveres y restos humanos sacados de
cementerios y ejecuciones públicas. A partir de ese momento estuvo
encerrado en su estudio ocho meses, durante los que contó con la
colaboración de sus amigos artistas, dándose la anécdota de que un
jovencísimo Delacroix posó para él, apareciendo en el cuadro, bajo
el anciano de capa roja, como la figura muerta del primer plano,
tumbada y con el brazo izquierdo extendido. Favor que le devolvió su
amigo Dalacroix convirtiendo a Géricault en un personaje de los
muertos del infierno que cruza en la barca de Dante.
Dos
años después, en 1819, Théodore Géricault presenta un cuadro de
fabuloso formato, un lienzo cercano a los 35 metros cuadrados. Una
enorme pintura al óleo de 491x716 cm tamizado por una luz opresiva y
que representa una escena dantesca. Lo peor de todo es que el lienzo
se inspira en un suceso real la obra se titula Los náufragos
de la Medusa y plasma el sufrimiento vivido por los
pasajeros abandonados del barco francés. Es la balsa de la Medusa
la que flota a duras penas en el lienzo. Y los 15 que sobrevivieron a
un infierno demente abandonados por todos, los que escenifican tan
cruento asunto.
La
balsa de la medusa es un cuadro épico, tanto por los acontecimientos
que narra, como por lo que supone la obra en ese momento social. El
instante elegido por el artista para reproducir la imagen del
naufragio, es uno de los de máxima tensión de todo lo ocurrido.
Al principio el artista se plantea diversos enfoques para
plasmar el acontecimiento. En una primera idea, busca representarles
como héroes para poner de manifiesto la miseria moral de los
gobernantes. También pensó en pintar la escena de la lucha entre
los amotinados alienados que querían destruir la balsa, pero pensó
que era mostrar a los náufragos como culpables. Trató de hacer una
metáfora política, pero pensó que convertirlo en un manifiesto
ideológico impediría comprender realmente la historia real de lo
ocurrido. Otra opción sobre la que realizó borradores, fueron los
actos de canibalismo, pero los descartó porque entendía que no
mostraban el sufrimiento por aquella injusticia, ni la solidaridad y
el heroísmo de la condición humana. Finalmente decide representar
el momento justo cuando se produce un primer avistamiento del barco
que habría de rescatarlos -el Argus- la nave que toma el
nombre del antiguo Argos que, capitaneado por Jasón, encontró el
Vellocino de oro. Decidiendo con ello que, en vez de exhibir un
cuadro de dolor, prefirió mostrar el anhelo que residía en el fondo
de cada uno de los supervivientes, en sus actos de lucha por la vida
y de mantenimiento de la dignidad humana mas allá de las extremas
condiciones.
Aun
así la escena representada es tremenda, dado que aúna el dramatismo
de los días vividos, el ambiente de miseria que reina en la balsa y
el cruel instante en que el júbilo inicial del avistamiento del
barco, se convierte en desolación al perderlo de vista. Esa fue su
opción, pero hubo otros pintores que optaron por mostrar los otros
aspectos que Géricault descartó. Cuando éste expone su cuadro en
Londres, el éxito no fue suyo sino de un espectáculo en un teatro
en el que, a través de grandes cuadros se mostraban al público los
episodios del naufragio en sus facetas más escabrosas.
Jean-Louis
André Théodore Géricault nació en la francesa ciudad de Ruan en
septiembre de 1791. Fue la figura principal del romanticismo
francés y durante su corta vida se dedicó en
cuerpo y alma al arte de la pintura, ayudando así a definir el
movimiento romántico pictórico francés. En 1811 entra a estudiar
en Escuela de Bellas Artes de París, pronto se dio cuenta de que su
pasión por lo excesivo, y la pincelada empastada, lo que revelaba un
marcado temperamento. Su primer éxito vendrá al año siguiente en
el salón de París con la obra Oficial
de cazadores a la carga. Este estilo
inicial académico irá desapareciendo, tornándose así en un estilo
claramente romántico. La proyección de Géricault se limitó
solamente a doce escasos años, pero fue tiempo suficiente para dejar
una cantidad considerable de obras.
Era
un amante reconocido de la naturaleza y un apasionado por los
caballos, lo que le determinó a realizar cantidad de esbozos y
cuadros de estos fantásticos animales, con una realidad y dinamismo
que no han sido superados por prácticamente ningún otro pintor
galo.
Una
de sus primeras obras fue Retrato de un oficial de los cazadores
dirigiendo una carga, la cual expuso en el salón internacional
de 1812 que le dio a conocer. Sus obras con carácter apasionado y
vehemente supusieron una ruptura con el Neoclasicismo e introdujeron
el primer Romanticismo. En 1814 su obra
Coracero herido
es horriblemente acogida por el público, lo que le sumirá en una
profunda tristeza. Consigue salir, pero volverá a recaer tras el
próximo fracaso en el Gran Premio de Pintura de Roma. Para recuperar
su integridad moral y artística (lo hizo así porque dejó
embarazada a una tía suya y le dio miedo las consecuencias que
pudiera tener este amor prohibido), en 1816 viaja a Roma en la mas
estricta soledad. Aquí queda atónito ante la pintura del
renacimiento italiano, es especial con la obra del siempre único
Miguel Ángel. Y tras un minucioso estudio de la historia del arte
italiana también se prenda de la pintura de Rubens y Caravaggio.
Géricault rechaza la escuela pictórica de Jaques-Louis David, ya
que ésta significa un Neoclasicismo académico. Él prefiere
ensalzar épicamente asuntos de la vida cotidiana. Estilísticamente
se vio influido por los estudios de la antigüedad desarrollados en
el siglo XIX y por los maestros de los siglos XVII y XVIII. Entre
1818 y 1819 pinta Carro de soldados
heridos y también pinta una de sus
obras insignia, la Balsa de la
Medusa. En 1820 Géricault va a
Londres. Allí entra en contacto con Cobstable, cuya pintura causa un
gran impacto al artista al igual que la pintura de caballos de
Stubbs.
A
partir de ese momento, lo trágico y el sufrimiento pasan a formar
parte de su temática, lo que le eleva a los altares del
romanticismo. Tal será su pasión por el sufrimiento, muerte y
locura que llegará a inspirarse como modelos de sus obras a
pacientes de manicomios, un ejemplo de ello son los fantásticos
lienzos titulados El Cleptómano
y la mujer loca,
ambos pintados entre los años 1822 y 1823. Pero Géricault no sólo
se conformó con ser un paradigma del romanticismo, si no que,
gracias a su lienzo "Derby en Epson", pintado en sus
últimos años de vida, creó un precedente hacia el impresionismo.
El cáncer se llevó a este maestro de la pintura un 26 de enero del
año 1824, mientras residía en París, pero aunque la producción
de Géricault se limitó solamente a doce escasos años, dio lugar a
una gran colección artística.
Estéticamente
la balsa de la Medusa es una muestra de formación clásica y emoción
romántica. Analizando la obra, podemos decir
que el soporte del cuadro es un lienzo. Este tipo de soporte es muy
común, sobre todo a partir del gótico, y generalmente, como sucede
en este caso, el material utilizado sobre él son pigmentos disueltos
en alguna materia grasa. Esta técnica es el óleo. Géricault
utiliza una pincelada espesa, lo que da una sensación de cuerpo y
materia al cuadro. Estilísticamente tiene un predominio del
color sobre el dibujo, característica principal del romanticismo que
utiliza colores oscuros que profundizan la dramatización de la
escena, además de utilizar el juego de tonos para crear
claroscuros.
Presenta
la obra un fuerte contraste entre una parte de la balsa con algunos
náufragos muy oscura, en la que apenas se pueden distinguir las
diferentes figuras, y otra parte más clara en la que se evidencia la
tridimensionalidad de la pieza. Además, representa el espacio y la
profundidad utilizando una línea de horizonte que son las olas y
creando diferentes planos dentro de la misma balsa, dando sensación
de movimiento con los pliegues en las telas para dar la impresión de
que hay mucho viento, sobre todo por la vela de la balsa. El pintor
también representa un mar tempestuoso, muy agitado, con unas olas
muy grandes, para dar más movimiento a la escena.
Aunque
todos se concentran en el centro del cuadro, la composición es
abierta, porque algunas figuras se salen de la balsa, como por
ejemplo los hombres muertos que tienen una parte del cuerpo en el
agua y la otra en la balsa, así como por los hombres que están
moviendo el pañuelo, etc. El artista utiliza una composición
piramidal, hace dos pirámides: una debajo de la vela y la otra con
el vértice en el hombre de color negro que agita un pañuelo de
color rojo. Técnicamente el cuadro es una muestra de
formación clásica y emoción romántica. La estructura compositiva
triangulada con una clara disposición piramidal ascendente y en
amplios escorzos, crea una disposición ordenada y en equilibrio,
todo ello muy académico y al gusto de la época. Lo mismo que el
trabajo de anatomía, cuerpos hercúleos y esculturales, que
contrastan con la penuria que pasaron los náufragos, pero dota al
lienzo de una energía que contagia para su observación.
En
cualquier caso esta disposición en diagonal, es una de las más
dramáticas de la historia de la pintura. Los ojos del espectador
recorren sin pausa un camino de ida y vuelta que oscila entre la
muerte representada en el primer plano, a la vida y la esperanza que
se concentran al fondo de la escena. Todo lo pintado es puro
romanticismo, porque la composición triangulada se compensa con la
disposición de los cuerpos en rítmicos impulsos de los ángulos del
centro y del primer plano al fondo, con escorzos violentos y posturas
imposibles, que añaden una cierta afectación teatral y muy
dramática a un hecho ya de por si trágico.
Los
colores son igualmente ardientes, y la luz contrastada, casi
fantasmagórica en algunas partes del cuadro, confiere a éste
esa expresión patética tan propia, al uso en los cuadros
románticos.
Géricault
rompió con todas las reglas temáticas del neoclasicismo en este
cuadro, pero respetó las de la composición. Podemos observar la
pirámide que forman las personas en la balsa (cuyas figuras evocan
la forma de representarlas de Miguel Ángel) que está coronada por
un hombre de color negro (que ondea una pieza de tela para llamar la
atención de los barcos). Mediante esta composición se pretende dar
solidez al cuadro, lo que contrasta con el caos del oleaje. La
importancia del lugar que otorga al personaje negro puede estar en
concordancia con la lucha por abolir la esclavitud que se acababa de
iniciar. Por otro lado, el hombre que agita el trapo blanco muestra
la esperanza por la salvación. A la izquierda del lienzo, un hombre
de avanzada edad se cubre por un manto rojo dando la espalda al barco
creando un punto de impacto visual hacia el cual se va la mirada
rápidamente. Esta figura es antagónica a la anterior, ya que es
símbolo de la desesperanza que impregna toda la escena plagada de
cadáveres. Sin embargo, gracias a las diagonales en ascendente
creadas en el cuadro a través de los brazos de los hombres, llegamos
a la figura del hombre negro y la esperanza exaltada por la agitación
del paño, haciéndonos recobrar las fuerzas por vivir, curioso y
original recurso de Géricault. El barco que salvará a los náufragos
no se averigua en el lienzo, pero sí los obstáculos, ya que unas
grandes olas abaten la barca al tiempo que el viento sopla en contra,
dejando a la suerte y el azar la salvación de los moribundos
supervivientes. Es precioso como plasma el viento en los personajes.
Mientras el anciano con el llamativo manto rojo ha curvado su cuerpo
a favor del viento, como sinónimo de rendición a la muerte, los
jóvenes de la pirámide contonean su cuerpo en contra, intentando
salvarse del trágico destino. Podemos observar que la colocación de
los personajes no es arbitraria, sino que en la parte inferior ha
colocado a cadáveres y al anciano, y encima a los que buscan la
salvación, contraponiendo en ese poco espacio los dos grandes temas
de la muerte y la vida respectivamente.
La
intención de Géricault al pintar este cuadro es proclamar su
rechazo a la pintura histórica, retratando por primera vez un hecho
de actualidad. También elige el tema del naufragio para expresar la
angustia del destino. Terminada la obra en julio de 1819 se
colgó en el Salón de aquel año el 31 de agosto bajo el titulo
“escena de Naufragio” y presidiendo dicho salón el propio
Luis XVIII.
La
obra marca un antes y un después en la evolución de la pintura,
porque logra alcanzar una intensidad formal y emocional nuevas,
marcando las bases del movimiento romántico.
Desde
luego, cuando uno se encuentra frente a este lienzo, lo primero que
salta a la vista es su enormidad; mide unos cinco por siete metros de
largo. Gericault lo pintó un siglo antes de que se popularizara el
cine, pero no cabe duda de que su intención era la de conseguir algo
parecido a lo que consigue el cine (y por cierto, no la televisión);
que el espectador se sienta atrapado por el cuadro, que se meta en
él. Y desde luego, en este cuadro hay algo de cinematográfico: como
si fuera una película, nos cuenta una historia de un modo
absorbente.
Personalmente
creo que Gericault logró un indudable acierto con la composición de
este cuadro, situando el punto de vista del espectador (nosotros)
desde detrás de la balsa. La disposición de las figuras en una
diagonal es tal que nuestra mirada se ve llamada hacia la parte
derecha del cuadro, en donde los jóvenes agitan unos trapos para
llamar la atención de alguien. ¿De quién?, ¿de nosotros?
La tensión dramática, desde luego, es brutal. ¿Pero por qué este
cuadro se ha convertido en una imagen icónica de tal fuerza?
Una
razón evidente estriba en su sencillez. El cuadro consta de tres
elementos. En primer lugar el océano, la vela (hipotética), la
balsa y sus ocupantes. El segundo motivo por el que nos atrapa es
porque es una historia de naufragio y las historias de naufragios son
historias de esperanza, pues vemos en ellas que, del modo más
inverosímil, las personas finalmente salvan la vida. Pero se trata
de una esperanza ciega y que no consuela, pues quien vive y quien
muere se decide estrictamente por azar. La tercera razón por la que
nos impactan las historias de náufragos es porque tenemos miedo a
sentirnos abandonados. En las historias de náufragos el protagonista
es repudiado o se pierde o es olvidado. En cualquier caso el náufrago
puede preguntarse si hay alguien buscándolo, si le echan de menos y,
en definitiva, si es alguien para sus semejantes. El miedo al
abandono es casi tan fuerte como el miedo a la muerte, pues, en
definitiva, el abandono es algo así como estar muerto para los
demás.
Estos
tres elementos son los que se hallan presentes en las historias de
náufragos, y en este cuadro en particular. Representan en buena
medida la condición humana, y desde luego no hace falta que hayamos
nunca naufragado para entenderlo. Cualquiera que haya sentido la
presencia de la muerte, la soberanía del azar, o el horror de
sentirse abandonado está capacitado para comprenderlo. Y esta última
reflexión es lo que me da pie para mencionar a Oscar Wilde, que
consideraba la exclusión social como el mayor misterio de la
humanidad. Quizás esta historia serviría en buen modo para analizar
los naufragios de nuestra sociedad.
El
desastre de la medusa tuvo su origen en la incompetencia del Capitán
y la inmoralidad de un gobernador (según el relato de un
superviviente ya se manifestó cuando en una violenta maniobra a la
altura del cabo de Finisterre, un niño cayó al mar y no supieron o
no quisieron hacer las maniobras necesarias para rescatarlo). Los
poderosos de la medusa mostraban una arrogancia tal que no atendieron
a más razones que las propias y a hacer una demostración de su
dominio. Embarrancaron en el banco de arena Arquin en un día
tranquilo de navegación, con un tiempo magnífico, ensimismados en
su orgullo, solo por no atender las voces de los técnicos. Los
mandos no solo hicieron oídos sordos a los reproches, sino que
intentaron culpar a todos menos a ellos, ordenando en primer lugar el
salvamento del Gobernador y sus favoritos, que, según cuenta el
cirujano y superviviente Savigny, fue depositado en el bote
salvavidas sentado en su sillón rojo de terciopelo y con salvas de
honores.
Hay
muchísimas otras historias de naufragio famosas en la historia del
arte y la literatura, pues, como se ha dicho, es un tema
extraordinariamente sugerente. La novela clásica sobre naufragio es
Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, que se basó en un caso
real. Mas recientemente esta la película Náufrago, con Tom
Hanks, o la serie Perdidos.
Mucho
más terribles son las historias de naufragios basadas en hechos
reales. El hundimiento del Titanic es el episodio más conocido, tal
vez porque se interpreta como un castigo a la soberbia del espíritu
humano que se cree capaz, erróneamente, de dominar la naturaleza con
su técnica. Pero para mí, personalmente, los episodios más
cercanos al cuadro de Gericault son esas noticias que vemos todos los
días acerca de pateras que son rescatadas en nuestras costas con
algunos supervivientes. Sin ir más lejos, cuando escribo estas
líneas, el suceso acaecido en la isla italiana de Lampedusa, donde
50 inmigrantes, de los 100 que viajaban en patera, han desaparecido
bajo las aguas del mar, ante la tardanza del rescate.
Uno
de los últimos regalos del ex ministro de interior italiano, Roberto
Maroti, fue declarar el puerto de Lampedusa como “no seguro” para
el desembarco de inmigrantes, y decretar la “alerta inmigración”.
El hoy líder de la xenófoba Liga del Norte pretendía dar una
imagen de duro a sus votantes, después de haber sido incapaz de
gestionar humana y eficientemente la llegada a la pequeña isla de
más de 50.000 personas que huían de las revueltas en el Norte de
África.
Es
increíble que doscientos años después se sigan viviendo todos los
días episodios como el de la Balsa de la Medusa de gente que lucha
por su vida ante la indiferencia general. En África, en Asia y en el
mundo en general, los abandonados y los ignorados se cuentan por
millones. Esta insensibilidad ante el abandono es de lo que sigue
denunciando a gritos este cuadro aún en la actualidad.
Todos
los acontecimientos relatados en el suceso de la Medusa revelan una
estructura social determinada. ¿Lo pienso yo sola o viendo tantas
similitudes está naufragando también nuestra sociedad?
Amparo Alegría Pellicer (Murcia, 1952) Enfermera. Licenciada en Bellas Artes. Máster en producción y gestión artística, especialidad en gestión y tecnología. En la actualidad, tras haber patentado a su nombre la propiedad intelectual de un nuevo material como componente escultórico, cursa los estudios de doctorado en Bellas Artes.
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