Deslumbraron
mis ojos el destello
de su primer botón de la camisa.
Sin importarle si causaba risa
lo abrochaba al ojal del pie de cuello.
Quedaba fuera de la vista el vello
sin más adorno que la tela lisa,
porque el aspecto pulcro no precisa
que un lazo apriete el paño hasta el degüello.
Es más normal que, a falta de corbata,
el nácar del segundo supla al nudo,
o que el tercero deje ver la piel.
Pero aquel hombre, como el que apostata
de la deidad viril del torso rudo,
era de un nuevo credo apóstol fiel.
de su primer botón de la camisa.
Sin importarle si causaba risa
lo abrochaba al ojal del pie de cuello.
Quedaba fuera de la vista el vello
sin más adorno que la tela lisa,
porque el aspecto pulcro no precisa
que un lazo apriete el paño hasta el degüello.
Es más normal que, a falta de corbata,
el nácar del segundo supla al nudo,
o que el tercero deje ver la piel.
Pero aquel hombre, como el que apostata
de la deidad viril del torso rudo,
era de un nuevo credo apóstol fiel.
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